viernes, 21 de septiembre de 2012

FINALISTAS PREMIO NARRATIVA HERTE 2012


RELATOS      FINALISTAS
PREMIO DE NARRATIVA  HERTE 2012

Después de una siempre difícil selección, y posterior deliberación, el jurado del Premio Narrativa HERTE 2012, ha dado a conocer los títulos de los diez relatos finalistas.  La identidad de sus autores será desvelada el día de la entrega de premios (próximo mes de noviembre, la fecha se les comunicará en unos días).   El orden en que enumeraremos  los relatos seleccionados es absolutamente aleatorio y no tiene nada que ver con su posición en la selección.  Entre ellos están el primero, segundo y tercer premio.  Aunque hablemos de diez finalistas, verán ustedes en la lista doce relatos, eso es debido a que dos de ellos quedaron empatados en puntuación, no tratándose en ningún caso de los tres ganadores.  ¡Felicitaciones a todos, finalistas y no finalistas! Nos hicieron la tarea muy complicada, dada la calidad de los escritos presentados.


Milagro de verano
El último tren
Trabajo sucio
Noche sin luna
La otra
Dulce espera
El Reo
Mi hermano
Desamor
Cómo ayudar a su madre
Sangre, sudor y cebolla
La llamada de Dios





Pilar Gutiérrez, Mª Magdalena Padrón, Isabel Expósito Morales
Componentes del jurado






Directiva de Asociación HERTE   

miércoles, 19 de septiembre de 2012

LA MÁQUINA DE COSER de Candelaria Bacallado





Ayer encontré en el mueble del comedor, un mantel que trajo a mi memoria recuerdos de mi abuela y su máquina de coser.  Era muy antigua, de marca Titan.  En ella pasó muchas horas porque su profesión fue la de costurera. Tiempo después de que ella muriera, mi madre se la regaló a un familiar que la transformó en una consola, con una tapa de mármol en la parte superior.
En una visita hecha a este familiar, la vi en la entrada de la casa y me gustó mucho como quedó después del arreglo que le hicieron.  Aquel encuentro con la máquina, movió en mi muchos sentimientos y dejó en mi pensamiento el deseo de haberla conservado como recuerdo de mi abuela.  La casualidad quiso que llegara a una persona que tenía el mismo derecho a tenerla que yo, pues también es nieta suya quien la tiene.

EL MURAL de Elda Díaz





Hace unos treinta años y pico, pusimos en casa un mural que cogía casi toda una pared.  Parecía que teníamos un bosque dentro del salón, con árboles grandes que llegaban al techo y hasta daba la impresión de que querían salir fuera de él.  Era muy real.  Tanto que, cuando los niños decían:
-Mamá, vamos a comer fuera – yo les contestaba
-Les pongo la mesa delante del mural y es como si estuviéramos en el campo.
Pasaron los años y al hacer arreglos en la casa, tuvimos que quitarlo.  Yo siento que, de alguna manera, está allí todavía pues, cada vez que hablamos del mural, nos reímos y lo recordamos con cariño.


LA MÁQUINA DE COSER de Mary Rancel



Hoy me dio por ir a poner algo de orden en el cuarto trastero.  ¡El pobre estaba hecho un desastre!.  Las cosas apiladas unas sobre otras; allí no había quien encontrara nada. ¡Pues, manos a la obra!.  Entre mi marido y yo sacamos todo, para enseguida organizarlo un poco y tirar a la basura las cosas sin utilidad.  Al fondo, apareció, tapado con una sábana vieja, un mueble que ya no recordaba.  Era una máquina de coser marca Singer –la de mi madre – la única que tuvo en toda su vida.
¡Hay que ver la caña que le dio!.  Mientras yo fui pequeña, mi madre me hacía toda la ropa.  Ella terminaba una pieza y comenzaba otra con mucha ilusión.  Le gustaba la costura y diseñar los modelos que confeccionaba.  Disfrutaba mucho haciéndolo.  Las vecinas que no tenían máquina de coser, iban por las tardes a hacer sus pespuntes, luego tomaban café y charlaban de sus cosas –los más pequeños no participábamos de esas tertulias–.
No pensaba yo que hoy me pudiera emocionar como lo he hecho, al ver ese mueble antiguo abandonado en el trastero pero, verlo me recordó a mi madre, a mi infancia, a mi ropa…, a tantas cosas…  Sentí apego a ese mueble a pesar de que no me gusta la costura.  No fue por la máquina en sí, sino por mi madre y por lo que representó para ella.  Siempre decía que era el mejor mueble de la casa, el más útil y el que más satisfacciones le originaba.
Limpié la máquina de coser y la volví a tapar con la sábana.  Ahora, sé darle la importancia que tiene y eso me conforta.



UN OBJETO de Elvira Martín Reyes




A mi compañero de viaje, tú que fuiste mi guía durante tantos años,
ahora este bolso, que antes cargaba tu equipaje, hoy lleva tus recuerdos,
aunque sé que es pequeño para guardar el amor con el que hemos viajado juntos.


Un objeto tan simple como un bolso de viaje que guardo en un armario; ese es mi favorito; tal vez porque la aventura empieza cuando comienzas a prepararlo.  No sólo lleva tu equipaje, lleva también tus ilusiones y la curiosidad que despierta en ti el sitio que vas a visitar.  Luego, cuando regresas, también traes en él los regalos para los que se quedaron.
Después, cuando lo vacías, vuelve a llenarse de nuevo con los recuerdos y el afán de volver a viajar otra vez.  De mano de ese bolso de viaje, veo Italia con su gran patrimonio cultural; la Toscana, Florencia, sus plazas, sus museos y monumentos, o Francia con París y sus Campos Elíseos .  Ver París iluminado por la noche es una maravilla.  Ir a Bélgica y visitar Brujas es como entrar en un cuento de hadas o como entrar en una casa de muñecas; aunque sin duda me quedo con sus gentes afables, siempre con una sonrisa dispuesta para atenderte.
Por todas estas razones, cada vez que veo este bolso, siento alegría por los recuerdos que me trae.



EL OBJETO de Dolores Fernández Cano





Ayer encontré una cajita dentro de un cajón del armario.  Procedí a abrirla pues no recordaba lo que contenía.  Al hacerlo, observé que guardaba unos bonitos pendientes.
Habían llegado allí, gracias a mi madre, que me los regaló para que yo los luciera.  Así mismo, me rogó que no me deshiciera de ellos pues, su marido (que es mi padre) se los había comprado años atrás y para ella significaban mucho.
Su diseño es antiguo y, aunque resultan elegantes, no me gusta ponérmelos pues me intimidan, al ser extremadamente magníficos, como de mucho vestir.
Los guardo con mucho cariño, respeto y admiración; me recuerdan a mis padres y el amor que se profesaban.
De cuando en cuando, los saco de su escondite para recrearme mirándolos.  Luego, los vuelvo a guardar en su lugar.  Forman parte del pasado familiar.

UN AFILADOR DE LÁPICES de Lucía Hernández



                  

Estoy asistiendo a un centro en el que me encuentro muy a gusto, hay un compañerismo muy bonito y pasamos el tiempo de modo muy ameno y rodeada de mucho cariño. 
Un día, nuestra profesora del taller de narrativa nos pidió que hiciéramos un relato, a partir de un objeto a elegir por nosotras.  Entre tantos objetos de los que estamos rodeados, me puse a pensar cuál sería mi elegido, hasta que me vino a la mente uno:  el mío iba a ser un afilador de lápices.
Cuando yo era pequeña, yo iba a la escuela del pueblo.  La maestra había comprado un afilador y lo tenía en su mesa para uso de las niñas, aunque siempre nos repetía:
-¡Pobre de la que rompa el afilador porque le arranco las orejas!
Todas las niñas vivíamos asustadas.
En una ocasión, tuve que afilar mi lápiz.  La maestra no había llegado porque estaba de charla con un maestro que tenía su propia escuela muy cerquita.  Ella nos daba la llave y decía:
-¡Vayan trabajando!
Mientras estaba afilando mi lápiz, tuve la mala suerte de que en ese preciso momento se le rompiera una pequeña lasquita al afilador.  Yo, inmediatamente me puse a pensar en mis pobres orejas y que sin ellas, ya no podría usar zarcillos.  Junto a mí estaba una compañera y recuerdo que le advertí:
-¡Pobre de ti si abres la boca! Si lo haces, ya sabes lo que te espera cuando te coja.
Cuando la maestra se dio cuenta, empezó a dar unos gritos como si la estuvieran matando:
-¡Vengan todas a la mesa! ¡Niñas! ¡Vengan todas a la mesa!
Cogió en sus manos el crucifijo que estaba colgado en la pared y fue pasándolo por delante de todas las niñas, sin faltar una, al mismo tiempo que nos decía:
-Digan todas, “¡Señor, yo no fui!”, porque la que haya sido y diga que no, ¡pobre de ella!, se quedará muda para toda su vida.
Cuando la maestra puso el Cristo delante de mí, le dije como las demás: ¡Señor, yo no fui!, porque pensé en mis orejas, claro que sí.
Este es un recuerdo de mi niñez que conservo con mucho cariño y… ¡aún tengo mis orejas y no me he quedado muda, gracias a Dios!
El 16 de julio de este año 2012, mi maestra cumplió 100 años.  ¡Le deseo lo mejor!.  Ella todavía no sabe quién fue la del afilador aunque, me parece, que a esta hora ya le dará igual.

RECUERDOS de Natividad Morín




Ayer encontré un viejo sobre dentro de un mueble.  Había estado buscándolo durante algún tiempo pero, fue ese día, mientras hacía limpieza de papeles, cuando lo descubrí.  Sentí una gran alegría.
Estaba estropeado por el transcurso del tiempo.  Lo abrí y saqué de su interior una cantidad de postales, algunas más dañadas que otras pero, todas, llenas de recuerdos de mi infancia y juventud.  Me emocioné releyendo las dedicatorias tan cariñosas.  Entre ellas, encontré algunas que yo misma le había regalado a mi madre  por el día de las madres que, en aquella época se celebraba el 8 de diciembre. Cada vez que las leo, siento una gran tristeza porque ya no está con nosotros y la echo mucho de menos.  Una de las muchas dedicatorias que le escribí, dice así:


Una madre es lo mejor que tenemos en el mundo,
por eso mi amor profundo
hoy en su día le doy.



Tu hija que te quiere mucho,  Nati.

Otras postales eran de mis hijos cuando eran pequeños.  Las repaso una a una y siento nostalgia de aquella época y me doy cuenta de lo rápido que han pasado los años.  Ahora son mis nietos los que me regalan postales felicitándome.

EL BOLSO de Luisa Delgado Bello





Hace mucho tiempo, un día en el que estaba haciendo limpieza en el trastero, mientras  mi marido se encontraba leyendo en el patio, me encontré con un viejo bolso de viaje muy estropeado, que él había traído de Venezuela.  Ya estaba yo pensando en deshacerme de aquel trasto, cuando mi marido entró preguntándome qué pensaba hacer con el bolso.  Le contesté que tenía idea de tirarlo a la basura pues estaba ya en  mal estado, a lo que el respondió –muy serio – que lo pusiera donde estaba porque para comprarlo había tenido que vender muchas cocacolas y limpiar muchas mesas.  Ha pasado el tiempo y con él muchas cosas, desde aquel episodio.
Hace tan sólo unos días, descubrí el dichoso bolso sobre un armario del trastero y reviví todo aquello nuevamente.  Ahora sé que el bolso va a seguir conmigo mientras que yo tenga vida porque se ha convertido en un recuerdo muy entrañable de mi marido.

LA BICICLETA DE AYER de Teresa Jiménez





Ayer – el ayer de mi niñez –  encontré una bicicleta.  Cuando la vi me pareció preciosa con su color niquelado.  Era bonita, sin embargo, me pareció aún más hermoso aquel chico que se encontraba al lado de ella.  Era un joven del barrio, de mi misma vecindad.  Nos saludamos y él me invitó a dar una vuelta.  Me senté en el cuadro y no saben lo bien que iba yo y lo segura que me sentía sujetada por sus brazos, refugiada en su pecho.  Después de aquel paseo en bicicleta, vinieron otros y aquel chico de la bicicleta niquelada se convirtió en mi amor de adolescencia.  Los paseos en bicicleta y el amor se acabaron cuando crucé el charco.