domingo, 1 de marzo de 2015

SOSPECHA Dolores Fernández






            Ramiro es un hombre curtido por los años. Ahora, que se encuentra en la plácida vejez, dedica el tiempo al ocio. Ha pasado la tarde de compras con su hijo. La jornada ha sido de mucho ajetreo, de tienda en tienda, hasta quedar agotado. Sus piernas ya no rinden más. Como su hijo ha ido a buscar el coche al aparcamiento, aprovecha para sentarse en un banco de la calle donde se encuentra. Sólo y pensativo, la espera se le presenta interminable, acudiendo a su envejecido cerebro, la duda de si volverá o no volverá a por él. Tras la larga pausa, ¡por fin!, escucha el sonido de un claxon que le saca de su letargo, para descubrir que es su vástago. Se levanta con dificultad, arrastrando los pies. Abre la boca de punta a punta…y solo entonces, comenzó a sonreír.


LA DECISIÓN Carmen Garcés.





            Nada más abrir los ojos,  aparecía ante mí; tenía el hábito de permanecer junto a mi cama, aguardando a que despertara,  y eso, me exasperaba. Donde quiera que acudiera, sentía su presencia, constantemente acechándome, hostigándome; así días, meses…, años. Ya no podía soportar  esa constante invasión de mi intimidad que, en ocasiones,  llegaba a impedirme respirar.
            Hastiado, decidí acabar con esa relación enfermiza que manteníamos, aunque sabía que no resultaría un cometido sencillo; ella no desistiría con facilidad.
            Fue ayer cuando, finalmente, conseguí  la fortaleza que ocultaba en mi interior  y  me  enfrenté  a  ella.  Aspiré hondamente, la así con fuerza, la miré a los ojos por última vez  y entonces…, la maté.
            A partir de ahora ya no la sufriré más. Se fue esa desconfianza desmedida  e  irracional hacia todo cuanto me  rodea, esa que durante tanto tiempo, me ha impedido gozar una vida de plenitud. La acabo de matar.


LA MATÉ Antidia Iraida.




            Heme aquí, después de poner en práctica todas las estrategias de este mundo, ya no sé qué hacer, cómo me puedo librar de este ruido y esta persecución, no quiero llegar al extremo final, pero después de la última, mucho me temo que esto está a punto de tomar un camino muy negro.
            Voy a hacer el último intento, haré un palacio de cristal donde pueda verme sin que tenga que sufrir todo el tiempo que me siga y que me dé la vara.
            ¡Gran equivocación!.  Ha pasado una semana y esto cada día es peor, no sólo no me quita ojo, sino que además tengo que soportar su ruido a través del cristal, pues la muy ingrata no hace sino dar golpes para llamar mi atención.       Estoy ya al borde de un ataque de nervios y ante todo, está mi vida antes que la suya. Así que sin pensarlo más, con el convencimiento de que todos me entenderán, después de  no haber dormido en una semana por su culpa,  hace un minuto, la maté. ¡Qué mosca!




COMO UN VIEJO BARCO Edelmira Linares.






Bajo la tibia tarde de mayo, paseaba con mi pena a cuestas, por el viejo embarcadero, a esa hora ya desierto. Descansaba de la ajetreada mañana de faena. Deambulando sin rumbo fijo, dejaba que los pies me llevasen, sin oponer resistencia alguna, cuando vislumbré, a lo lejos, el viejo y olvidado barco de don Julián.
Sin darme apenas cuenta, estaba subida en él. Ya no era ese imponente y majestuoso barco que fue antaño; el paso del tiempo había hecho mella en él, al igual que en mi maltrecho corazón.
Tenía la madera áspera e incluso podrida, los tornillos oxidados, pero seguía luchando por mantenerse a flote. Así me sentía yo, como un barco viejo olvidado y oxidado; sombra viva de lo que fue y ya nadie recuerda. 
Apoyada en la barandilla de proa, mirando al infinito mar, una lágrima brotó de mis ojos y entonces… cayó al mar.




LEOPOLDINA Y DOROTEA de Milagros





Era un día gris y llovía intensamente. Leopoldina recibió una llamada de su novio quien al cancelar la cita que tenía con ella, añadió que habían terminado, pues tenía otra mujer.

Leopoldina, muy disgustada, decidió salir a la calle, tan triste y gris como el día que estaba viviendo.  Sin rumbo, caminó y caminó, sin saber qué hacer,  seguía deambulando por las calles bajo la lluvia. De pronto, en frente de ella, vio a su antigua amiga  Dorotea. Hacía tiempo que no se veían y, llorando, ambas amigas se abrazaron y juntas decidieron refugiarse de la lluvia en un guachinche cercano. Se sentaron junto a la chimenea a secarse y a tomar algo calentito.  Empezaron a hablar y, gran casualidad, a Dorotea le había sucedido lo mismito que a Leopoldina. Una hablaba y la otra también, ambas parecían estar viviendo la misma historia. Cuando se dieron cuenta,  empezaron a reír y a reír. Eran tales las risas  que resultaron contagiosas y, sin saber bien por qué, todos los clientes de aquel guachinche no pudieron parar de reír.

EVOCACIONES DE UNA TARDE DE VERANO Mary Rancel.





De aquella lejana y apacible tarde de verano, evoco, nostálgica, un incidente anecdótico que paso a relatarles.
Camino sin prisa junto a mi madre, ambas descalzas sobre la húmeda arena, dejando la huella de nuestros tenues pasos. La sugestiva y creciente pleamar cubría perezosa la fina arena de la playa con su espumoso elemento. Visualizamos, con deleite, el idílico paisaje del atardecer en su romántica puesta de sol del que surgían, encubiertos, sus rayos indulgentes.
Al llegar a Playa Chica, advertimos que en una de las barcas de los pescadores –entre los aparejos de faena- algo se movía. Sacudida por la curiosidad, me aproximé para ver de qué se trataba; era un pequeño galápago luchando por salir de las enmarañadas redes. Entre mi madre y yo pudimos salvarlo de los revueltos hilos. La tortuga, al descubrir que quedaba libre, torpemente salió al exterior; con premura extendí los brazos para cogerla entre mis manos…y entonces, cayó al mar.




RISAS Natividad Morín





Se va a casar, según dice, con el hombre de su vida.  Anteriormente tuvo otro novio, pero no le fue bien por su carácter violento y por eso rompieron.
Ahora está su hombre perfecto, la mima, la respeta, la quiere… y se van a casar.
Ella se encuentra con unas amigas, las más íntimas, en una tasca. Mientras toman unas cervezas y unos pinchos, la joven bromeaba.
 -¡A ver si no me va a entrar el vestido de novia, comiendo esto!-
Todas las chicas ríen.
- ¡Que suerte tienes, como te envidiamos!- Le dicen-
- ¡Queremos un novio como el tuyo! –repiten entre risas.
Parece que las cervezas  están haciendo efecto o es por el alegre acontecimiento, motivo de celebración.
-¡Pues lo siento, este, es mío y nadie me lo va a quitar! –les contesta ella.
Salen del establecimiento, cruzan por un paso de peatones, llegan a un parque, donde unos niños juegan, acompañados de sus madres.
- ¡Miren, dentro de un tiempo, yo también vendré a pasear a mi bebé!.- dice la novia.
De pronto, las amigas se quedan calladas, se miran unas a otras.  Ella se extraña.
- ¿¡Qué pasa!? –dice sonriendo- ¿habéis visto un fantasma?

Llevó su mirada hacia la pareja que jugaba con su hijo en el parque,  y entonces …dejó de sonreír.



LA PAREJA Elda Díaz





Era una pareja que, desde niños,  siempre se había  llevado bien. Cuando ya fueron mayores supieron que no podrían estar separados jamás. Sin embargo,  pasado el tiempo, él tuvo que emigrar pues aquí no  encontraba trabajo. Pensó que ella  le acompañaría, pero no fue así.  Él no encontró la respuesta que quería y ella se quedó aquí.
Pasaron larguísimos meses en los que él no dio señales de vida hasta que, finalmente, ella se buscó otra pareja.
Mientras eso sucedía, donde estaba,  él pensó que ya estaba bien y decidió que debía volver para organizar su vida.

Vino pensando en una cosa y le salió otra; así que cuando al llegar vio lo que pasaba con la novia,  decidió marchar otra vez y entonces supo que jamás volvería.



UN DÍA EN APUROS Lucía Hernández




            Cierto día, un joven me llamó por teléfono, me saludó y me dijo que me conocía, que había estado varias veces en mi casa y que le gustaría pasar a saludarme. Si no le importa yo subo, estoy aquí debajo de su casa, me dijo; yo con cara de tonta acepté.
            Llegó y me saludó. Yo jamás en mi vida lo había visto. Doy gracias a Dios que las puertas de mis dos vecinas estaban abiertas en frente a la mía que también dejé de par en par.
             Empezó con un rollo de mentiras. Yo, atenta, escuchaba.  Me decía que era muy amigo de mi hijo, que se escribían con mucha frecuencia y se contaban sus cosas, que sabía que somos de La Palma, que mi marido era funcionario de El Cabildo, que hacía varios años que vivimos aquí, en fin, sabía mi vida mejor que yo. Con mucho silencio, yo lo miraba y lo miraba y pensaba ¿Qué será lo que quiere éste? Siguió su rollo y me dijo que él tenía unas cartas de mi hijo y que un día la chica que vivía con él le ofreció 3.000 euros si le daba las cartas, pero que le dijo que no tenía falta de dinero, que su padre se sacó la lotería, que compraron una finca y mil mentiras más. Dijo, yo esas cartas a quien se las daría es a su madre. Mi única palabra fue: ¿Y porque no me las trajo? A lo que contesto, bueno como su hija sabe conducir, que vaya un día a mi casa y se las entrego,  con eso conocen a mi familia (siguieron las mentiras pues ya me había dicho que no tenía familia, que sus padres murieron)
            Me pidió que lo dejara ir al baño, si le daba un vaso de agua, pero no sacaba los ojos de las puertas de mis vecinos.
            Mi sufrimiento era grande pensando ¿Qué me hará este tipo? Y por donde se enteró de mi vida. Dios me perdone si me equivoco pero la chica fue quien le informó y le dio mi teléfono, por todo esto pienso que ella es peor que él, porque tenían amistad.
            Como vio que pasaba el tiempo y se veía sin provecho no tuvo más solución que despedirse de mí y entonces se marchó.




NUNCA SOÑADO Amalia Jorge Frías.





            Elsa y Mary Carmen eran buenas amigas, desde pequeñas habían compartido todo; juegos, estudios e ilusiones. Elsa era muy alegre y tenía siempre una sonrisa con la que encantaba a todo el que la conocía; Mary Carmen, en cambio, era más introvertida y callada.
            Un día, Elsa le contó que había conocido a un chico muy guapo que trabajaba enfrente de su casa y que iba a poner  todo su empeño en conquistarlo.
            A partir de entonces, Elsa vio cómo Mary  Carmen se iba apartando de ella.  Así fue pasando el tiempo, hasta que ya no sabía nada la una de la otra.

            Una tarde, Elsa fue al cine con unas amigas y, antes de entrar, mientras hablaba y reía con ellas, alcanzó a ver a Mary Carmen. Dejó un momento a las que la acompañaban y sonriendo fue enseguida a saludarla; cuando se acercó, vio que no estaba sola y entonces dejó de sonreír.


ORGULLO Luisa Delgado Bello





El orgullo y la prepotencia son corazas que construimos para defender nuestro honor y, ya de paso, ocultar nuestras inseguridades o miedos; pero paradójicamente, cuando más creemos que nos protege esa armadura, más nos aísla del exterior. Buscar el respeto, el aprecio y la valoración desde la humildad da frutos más dulces y sabrosos.

La prepotencia te hace fuerte un día pero al día siguiente te sientes vacío y entonces sabes que jamás volverás a practicar semejante estupidez.