lunes, 30 de enero de 2012

LA PRIMERA VEZ de Lucía Hernández Rodríguez

LA PRIMERA VEZ  

En este espacio de tiempo me he puesto a recordar y pensar en algunas de las cosas que   en el transcurso de mi vida hubiera hecho por primera vez.
Cuando yo era pequeña vivía en un pueblo en el cual había escuela.  Un día, la maestra, que era una señora muy agradable, le dijo a mi padre:
-         ¿Por qué no me trae la niña a la escuela?, a lo que él contestó:
-         Es muy pequeña y lo que hará será molestar.
-         No señor, tráigala que yo me encargo.
         Pues bien… fui a la escuela pero, las que estaban ya eran mayores y como  
         veían que mi maestra me trataba con mucho cariño, trataban de molestarme 
        diciéndome:
-           Esta noche te mueres, esta noche te mueres.
Y yo, pobre de mi, no hacía más que llorar.
Mi buena maestra me ponía un banquito a su lado y aquel era mi sitio.
Después, fui creciendo pero, cuando tenía diez años mi padre murió y nos quedamos solitas mi madre y yo. 
Al pasar el tiempo, mi madre decidió que yo estudiara y nos cambiamos a vivir a la capital. 
Estaba haciendo bachillerato pero, había un chico en mi pueblo que me gustaba y a él le sucedía igual.  Mi madre no estaba muy conforme pero al final pensaría que así estaríamos más acompañadas y finalmente consintió.  Me casé con diecisiete años y él tenía veinte.  Tuvimos dos hijos y fuimos felices viviendo unidos cuarenta y siete años.  Siempre hubo ratos buenos y otros malos pero un día Dios se equivocó y se lo llevó.
Todo este relato está lleno de primeras veces como creo le pasa a todos en el transcurso de una vida.
Con todo mi amor pido un abrazo para nuestra Directora, nuestra profesora y a todas las compañeras y pido salud para seguir gozando de los buenos ratos que pasamos aquí en este centro.  Un abrazo para todas.



UNA PRIMERA VEZ de Dolores Fernández Cano

UNA PRIMERA VEZ  



El año 1960 fue muy importante para toda mi familia.  El mayor de mis hermanos contraía matrimonio en el mes de abril.  Como indicaba el protocolo, mi hermana y yo, que entonces contábamos dieciséis años (somos gemelas), fuimos sus damas de honor y, por parte de la novia, sus otras dos hermanas.
Por fin llegó para nosotras la primera vez que calzaríamos zapatos de tacón.  Todos los días, por el pasillo de nuestra casa y bajo la atenta mirada de mi madre, que nos vigilaba, caminábamos de arriba abajo y de abajo a arriba.  Debíamos hacerlo erguidas y con gracia y así practicamos hasta que llegó la fecha señalada para la boda.
La ceremonia fue perfecta.  Todo resultó muy entrañable pero lo que no recuerdo es a dónde fueron a parar aquellos zapatos de tacón que me hicieron sentir tan importante.