martes, 20 de enero de 2015

SOLITARIO Carmen Garcés





            Ayer lo vi.  No era un hombre especialmente apuesto; sin embargo, algo en él llamó mi atención.  Lo observé con detenimiento, intentando pasar desapercibida.  Era un hombre alto, de fuerte contextura, cabello negro, piel blanco –si bien curtida por el sol– y unos ojos marrones tremendamente expresivos.  Fueron esos ojos los que, al cruzar una mirada por un breve instante con los míos, me desvelaron su secreto.
            Pasó junto a mí.  Su forma pausada y lánguida de empujar el carro de la compra hacía más patente su apatía.  Observé su contenido y éste me confirmó la inmensa soledad de ese taciturno ser.  Pude adivinar que nadie le esperaría en casa; no habrían risas infantiles para recibirlo, ni un apasionado beso de bienvenida después de un arduo día de trabajo –lo que, por su indumentaria, intuí duros y afanosos –.  Seguramente, sus pensamientos inmersos en esa aflicción, le otorgaban aquella expresión derrotista a su rostro, pensé.

            Al cabo de un instante, lo vi alejarse con el mismo abatimiento que mostró todo el tiempo que lo había estado observando y con la única compañía de unas bolsas repletas de soledad en las manos. 


LA ACAMPADA Carmen Margarita



El día en que te encontré fue el más impresionante que he vivido.  Todo empezó cuando una vez decidimos irnos de acampada.  Todos estábamos muy emocionados, arreglando las cosas que íbamos a llevar, porque sabíamos que era un sitio maravilloso y lo queríamos disfrutar al máximo.
Al llegar, nos encontramos con un paisaje que a mí se me antojo irreal.  Sus laderas eran muy verdes, con cuajadas flores de todos los colores y un sonar del río correr entre las rocas que parecía música celestial. 

Al anochecer, una luna rojiza nos alumbraba la cena y, de pronto, aparecieron detrás de ella, luces y rayos multicolores.  Todos estábamos asombrados y cada uno puso a volar su imaginación mientras mirábamos qué era.  Así estuvimos hasta que detrás de aquel hermoso espectáculo, salió el helicóptero de la Guardia Forestal, que nos estaban buscando porque nos daban por desaparecidos.



IDÍLICO Candelaria Bacallado





El día en que descubrí aquel objeto, fue el más triste y la vez sugerente que he vivido.  Todo empezó cuando, una tarde, estando en medio del desván de la casa familiar, me impresionó la visión de un castillo al fondo de un paisaje, rodeado de un lago, que un bello jardín realzaba con frondosa vegetación.  Para acceder al castillo, había un puente de madera por el que paseaba una pareja vestida con ropa de la época.  Al mirarlo, parecía  ser yo parte del paisaje que, rodeado de montañas y con el cielo cubierto de nubes, me hacía un guiño.  Aquellas imágenes estaban pintadas sobre una bandeja de porcelana que hoy tienen más de un siglo de vida y que un día perteneció a mi abuela.



lunes, 19 de enero de 2015

UN DÍA CUALQUIERA Edelmira Linares


         Un día cualquiera, de un mes cualquiera, a una hora imprecisa, allí estaba yo, sentada en la arena, viendo como la vida pasaba, embriagada de mar.
         Cuando volví de mi abstracción, la vi pasar.  Parecía triste, pero tenía el paso firme y seguro; tendría como unos treinta y pocos, aunque su cuerpo aparentaba más; como si tuviese que aguantar una dura carga: seguramente esos gemelos hiperactivos y el estrés del trabajo eran la causa.
         Tenía prisa, probablemente tendría que entrar a trabajar en breve y aquel era el único ratito que tenía para poder dedicarse.
         Me gustó mucho su pelo rizado de color negro, que brillaba muchísimo con los rayos del sol.  Era delgada, aunque un poco cargada de espaldas.  Se ve que en su trabajo, seguramente de oficina, pasa muchas horas sentada.

         La seguí con la mirada hasta que su silueta se fue haciendo cada vez más enana, como si se diluyese en la nada.  Y allí continúe yo sentada, viendo como la vida pasaba.


CONFESIÓN Dolores Fernández Cano




         El día en que por primera vez vestí el traje de luces fue el más feliz que he vivido.  Todo empezó cuando mi tío me llevó a una capea.  Sólo contaba diez añitos.  Disfruté tanto que tomé la decisión de ir a la escuela taurina al cumplir la mayoría de edad.  Cuando se tiene un sueño, hay que luchar por él pues, al final, obtienes los frutos.  Por eso los toros son todo para mí, a pesar de haber sufrido varias cornadas.  Han transcurrido los años, ahora poseo mi propia ganadería.  Me he caso y tengo tres hijos.  Por cierto, mi nombre es Raimundo, pero en el mundillo taurino me llaman “el osado”.


BUENAS INTENCIONES Amalia Jorge Frías





         Ayer cuando fui al banco, me encontré una fila de gente poco usual –a lo que no estoy acostumbrada–.  La última era una señora de pelo totalmente blanco que, probablemente, estaría entre los ochenta u ochenta y cinco años.  Al verla apoyada en una columna, me dio pena.  Ella debió notarlo pero  equivocó el motivo de mi expresión, al pensar que me estaba desconsolando de la columna, ya que en un tono muy amable me indicó que si quería sentarme, allí había dos sillas libres.  Yo, dándole las gracias, me quedé donde estaba, al mismo tiempo que pensaba qué raro era que me las ofreciera a mí, cuando ella seguía de pie.  Debe tener buenos sentimientos, pensé.  Pero, cuando la señora pasó al cajero y vi que se estaba más de veinte minutos, fue cuando comprendí su buena intención: ella sabía que iba a tardar y quería que yo esperara sentada.


UNA PRINCESA DE CUENTO Mary Rancel



         Érase que se era –no hace mucho tiempo de ello –una linda y dulce princesita, nacida en la luminosa estación de las flores.  Fue adorada por sus padres y admirada por familiares, amigos y habitantes del principado.  La preciosa niña creció feliz; siempre estaba alegre y transmitía su dicha a los demás.  Le gustaba dibujar, leer, escribir, jugar y hacer alguna que otra travesura, pero sobre todo, le encantaba estar con la abuela.  De ella aprendía mucho,  escuchaba atentamente todo lo que le relataba y…como era muy curiosa, siempre le preguntaba cosas; todo lo que le parecía atractivo lo iba atesorando en su mente y en su corazón.
         Cierto día, los padres de la bella niña le informaron que pronto habrían de alzar vuelo hacia un lejano país –sería sólo por un tiempo–. Allí tendrían más oportunidades que en su territorio.  Así que marcharon todos gozosos y, efectivamente, ocurrió lo que los progenitores vaticinaron.  En aquel lugar se hizo mayor, se formó como persona, estudió, conoció el amor, se casó, tuvo hijos y…¡fue muy feliz!.
         Años más tarde, la princesita tornó a sus lares.  Sigue siendo tan dulce, tierna y generosa como en la infancia; continúa siendo querida, respetada y admirada por todos los que la conocen.
       Y colorín encarnado, ¡este cuento no ha terminado!, ¿qué por qué?, pues… porque puede ser ampliado en cualquier momento.



A MÍ DOS POR FAVOR Lucía Hernández






            Qué pena es tener que pedir, porque son pocas las personas  a quienes les gusta dar.
            Yo pienso que pedir dos, por favor, no sé si resultará, puesto que si le pides a un pobre y tiene dos monedas, quizá te da una, pero como se lo pidas a un rico, olvídate, ése no te da ni 5 céntimos. Debes intentar a ver si te encuentras con un rico de corazón, y si le pides dos millones, quizá te dará algo, pero lo pongo en duda. Esta vida está compuesta de egoísmo, empezando por los que nos gobiernan, nunca nos dicen que hay que ser amables con los demás, eso no les conviene, porque sólo piensan en llenar el saco y vivir bien, y a los demás que se los lleve quien sea.
            Que Dios nos ayude y si no conseguimos dos lo iremos pasando como venga, aunque sea con la ilusión de que vendrán tiempos mejores, ya sabemos que esta vida no es muy fácil de llevar.
            Tenemos que unirnos para pasarlo lo mejor que se pueda, ya que un día tenemos un fin que a todos nos llega, con millones y sin nada, solo esperar la gracia de Dios.




BAILAR PEGADO Natividad Morín






            A ella le gustaba la música y sobretodo el baile de salón y no el de ahora, que parecen extraños cada uno por su lado, moviéndose como poseídos.  Cuando las parejas bailan pegadas eso sí es bailar.
            Y si un desconocido invitaba a bailar a una chica y él intentaba acercarla más de lo debido, ella le ponía la mano en el hombro y lo separaba. Pero cuando las parejas eran novios, sí, bailaban pegados, tanto que sentían los latidos del corazón  del otro, y sobre todo si bailaban tango.

            Ellos tenían más picardía porque, mientras bailaban, las llevaban a zonas solitarias para besarlas.



HAY BROMAS Y BROMAS Dolores Fernández Cano.






            Una señora, muy excitada, despierta de la siesta a su marido, agitándole por un brazo y gritando su nombre.
             –Tonino, tengo que confesarte algo. Por fin estoy embarazada. Después de tantos años e intentos, ha germinado tu semilla en mi aparato reproductor, me lo ha confirmado el ginecólogo. He superado todas las pruebas.
            El marido refunfuñando contesta:
            –Pero Brígida, lo que me cuentas es imposible, ya que somos nonagenarios.
            La esposa con una risita jocosa exclama.
            –No te lo tomes así, sé que para nosotros, todo está acabado, ¡je, je ,je!.
            El anciano algo sorprendido replica:
            –Querida, déjate de chocheras, vamos a continuar viviendo, ¡que es bastante!.




BAILAR PEGADOS Elda Díaz







Voy a contar una anécdota que viví hace ya bastantes años. Mi esposo y yo íbamos al baile de casados que todavía hacen en Arafo y lo pasábamos muy bien; había cena y luego baile. Ahí es cuando viene el quid de la cuestión.  A mí me gustaba bailar pegados y a él  bailar suelto.  Bailábamos juntos pero, cuando me daba cuenta me dejaba y empezaba a bailar solo. Entonces, yo no sabía dónde poner las manos y, sintiéndome perdida iba a sentarme en la mesa. Él se tomaba unos whiskies  y terminaba bailando con la columna. Estas son cosas de ayer pero que se recuerdan con cariño.


HAY BROMAS Y BROMAS Candelaria Díaz








            Es San Valentín.  Han llegado unos claveles para una recién casada; los envía  su maridito. Al rato, toca la puerta el cobrador de la floristería. Ella paga y luego mira la factura y… ¡sorpresa!:  dos ramos y lo peor es que  el otro era por unas ¡¡orquídeas!!.
            Al llegar, el marido vio su ramo de claveles en la basura. Quedó mosqueado.
             – ¿No te gustaron?- preguntó
            –Sí, amorcito, pero las orquídeas me hubieran gustado más.

            El marido todo meloso le respondió:


            – ¡Bobita, fue solo una bromita!.



BAILAR PEGADOS Milagros

Bailar pegados es bailar. Hoy recuerdo con nostalgia aquellas tardes de guateque en los adorados años 60, cuando todas deseábamos que fuera domingo; de domingo a domingo ¡¡se hacía interminable!!. Nos gustaba ponernos guapas, con vestidos de días de fiesta y salir con las amigas a bailar. Ya sabemos que el baile es todo un lenguaje y mucho más si bailábamos uno de esos boleros de los Panchos; cualquiera de ellos, con esas letras cargadas de poesía y romanticismo. Esto, junto al chico que nos gustaba, era el coctel perfecto para bailar pegados y no querer separarnos jamás...


A MÍ DOS, POR FAVOR. Luisa Delgado Bello





En la sociedad actual predomina la creencia de que cuanto más tienes más feliz eres. Muchas veces esta idea materialista nos aleja de lo esencial y de lo que realmente nos llena. Dar prioridad a lo importante y descartar lo que es innecesario nos aporta serenidad y una gran satisfacción personal.

Ayudar a un anciano a cruzar la calle, comprar un bocadillo a un mendigo o donar a una organización la ropa que no utilizamos son pequeñas acciones muy útiles que nos aportan un gran bienestar ¡y no ser tan egoístas, que de todo queremos dos!



BAILAR PEGADOS. Mary Rancel







            Cuando llegó la moda de bailar sueltos me enloquecí; en todos los saraos bailaba sin parar, giraba a mis anchas como una peonza, intentando no tropezar con nadie. ¡Claro! Entonces era joven, dinámica y… disparatada.

            Luego, con los años, llegó el sosiego, esa calma que requiere la edad madura; ya no tengo ese ímpetu para bailar como en mis años mozos; ahora, esos bailes vertiginosos de antaño se han trocado en bailes agarraditos a mi pareja. Pienso que bailar pegados es bailar y no corretear dando saltos y vueltas sin ton ni son como en la lozanía de mi vida.



A MÍ DOS, POR FAVOR Antidia Iraida.






Doña María tenía 90 años y consideraba que tenía que vivir una vida más. Después de pensárselo mucho, decidió hablar con Dios.  Señor, quiero tener la oportunidad de disfrutar de una vida más; en esta ya sabes lo que he hecho, pero necesito dos vidas por favor, ésta que ya he quemado y otra más.

Dios preguntó ¿dime, mujer, para qué?. Señor, para no equivocarme y poder estar en este cielo siempre, perdona mi osadía, pero es usted tan generoso… confío en que podamos llegar a un acuerdo… Bueno, mujer, regresa dentro de 50 años. ¡Gracias señor!. Si no cumplo, ¡llámeme antes!.