jueves, 17 de mayo de 2012

GRACIAS CHICAS



Gracias, chicas.
Son ustedes mujeres maravillosas,
 de las que aprendo mucho
cada tarde de los miércoles.
Todas y cada una de ustedes
se han ganado no sólo mi aprecio sino mi profunda y sincera admiración.

Ustedes sí que son

¡FLORES DEL TEIDE!

miércoles, 16 de mayo de 2012

MIEDO de Mary Rancel






Helen siempre decía que tenía ganas de estar sola y en silencio.  Por tal motivo, en cuanto tuvo ocasión, se fue a vivir una temporada a  una pequeña casa situada en medio de una finca solitaria.  Los vecinos más próximos distaban unos cuantos kilómetros del lugar pero, eso no era un problema sino precisamente lo que ella reclamaba.
Instalada en la finca y transcurrida la primera semana, todo marchaba con normalidad pero, por alguna razón, ya no pensaba lo mismo.  No tenía con quien hablar, no podía intercambiar opiniones ni comentar los acontecimientos del día a día.  Helen empezaba a sentirse aislada, sola, bloqueada…, así que decidió que aquella noche sería la última en esa situación; a la mañana siguiente volvería a la ciudad y reconocería que el retiro no era lo suyo.
Con esa idea, se acostó más temprano que de costumbre, pensando que así se le haría más corta la espera hasta la llegada del amanecer.  El silencio se podía cortar, no se oía ni un murmullo, ni una brizna de aire, ni el trinar de los pájaros… Helen comenzó a inquietarse y el silencio del miedo la invadió.  No hay nada peor que oír nada, sólo los latidos acelerados del corazón dando la sensación de que se va a salir del pecho.  El terror se apoderó de su cuerpo y de su espíritu, estaba estremecida.  En ese momento oyó el rumor de unas pisadas y un golpe seco en la puerta de la casa.  No podía controlar las palpitaciones de su ánimo y quedó indefensa en el lecho, sin poder pensar ni moverse.  Alguien abrió con sigilo la puerta y encontró a Helen desfallecida por el miedo.  Era su amiga, que había vaticinado que a Helen le iba a ocurrir algo desagradable.  Las chicas se fundieron en un eterno abrazo. 
-¡He pasado la peor experiencia de mi vida en este paraje remoto! ¡Odio la soledad!- exclamaba Helen, mientras reflexionaba sobre lo que le había ocurrido.

El silencio absoluto puede producir tristeza, desánimo y, lo peor de todo, ¡miedo!.  El miedo invade el ánimo de las personas, es un sentimiento difícil de eliminar y suele dejar huella. 

martes, 15 de mayo de 2012

ESPERANZAS de Amalía Jorge Frías




Nací en el año 1942, sólo tres años después de haber terminado la guerra civil española.  Como era muy pequeña entonces, guardo pocos recuerdos de esa época de posguerra que me tocó vivir durante los primeros años de mi infancia pero, algunos no se me han borrado nunca.
Mi madre, muy temprano, me levantaba de la cama y me llevaba con ella para hacer unas largas colas para comprar carbón.  También recuerdo verla disgustada por no encontrar la cartilla del racionamiento, sin la cual era muy difícil conseguir alimentos.
Desde Fasnia, mis abuelos nos mandaban sacos de naranjas, de papas y de todo lo que ellos cultivaban.  Mi madre repartía las naranjas entre las vecinas.  Algunas iban a mi casa a buscar algo de comida, “gracias a mis abuelos”, porque en la capital era muy difícil, aún teniendo dinero, encontrar nada.
Ahora soñamos con viajar, con comprarnos ropa (aunque tengamos los armarios llenos), con irnos unos días a un hotel, sin embargo, el mayor sueño de mi madre siempre fue poner una venta y, cuando mi hermano tenía dos años y yo cuatro, logró convencer a mi padre y pudo así ver su sueño realizado.  Aunque trabajaba mucho, era muy feliz porque no nos faltaba nada en casa.
Una de las peores consecuencias de la guerra fue el hambre, que duró varios años.  Algunas niñas de mi misma edad, vecinas nuestras, iban a pedirle a mi madre plátanos maduros de los que ya no servían para vender y ella tiraba.  No había nada envasado, todo era a granel y las cantidades que se despachaban eran muy pequeñas: un cuarto litro de aceite, medio kilo de azúcar, cien gramos de café.
Una vez, una clienta compró un huevo.  Dijo que lo quería para el marido y al día siguiente contó que el marido no se lo había comido y ella lo había compartido con sus dos hijos.  Lo dijo como si fuera lo más normal: ¡que un huevo diera para tres personas!.
He contado todo esto porque ahora, cuando continuamente nos estamos quejando de la crisis que nos ha tocado vivir en este siglo, es bueno recordar que las hemos tenido mayores y, aunque es cierto que hay muchas personas que lo están pasando mal, no llega a ser una crisis tan generalizada como la que se vivió en España los años posteriores a la guerra civil.  Y si de esa logramos remontar, de ésta, con la ayuda de Dios, el esfuerzo y la colaboración de todos, también lo conseguiremos.

SUCESO de Teresa Jiménez





Irene podía tener diecisiete años, que es la edad en que se está loca porque se te aparece un príncipe azul y...
Irene se prendó de un joven que conoció en una fiesta y dijo: “este es el mío”.  Se enamoraron tanto que no pudieron frenar el tiempo ni el suceso.  Se embarazaron.  Y a los nueve meses nació un niño precioso y le pusieron por nombre: Suceso.

HOMBRE DE NEGRO de Teresa Jiménez





En uno de los viajes que hice con el Inserso a Málaga, cogí el tren de Torremolinos a la ciudad.  Estando en él, vi sorprendida como entraba un hombre con gabardina y sombrero negros.  Me llevé un susto tremendo pues de pequeña siempre había escuchado que si me encontraba con un hombre de gabardina larga y negra, seguro que debajo iba desnudo. Esperé inquieta, pensando:
-¡A ver si éste me va a dar un susto con los años que tengo!
Pero, no fue así.  Resultó ser el revisor.  Le entregué el carnet de la tercera edad que da la Junta de Andalucía y aquel hombre de gabardina larga y negra se portó correctamente, incluso se ofreció para acompañarme a ver la capital.
Así fue como salí de la duda, ante aquel hombre de negro.

AMOR TORMENTOSO de Elda Díaz




Yo conocí a un matrimonio tormentoso.  Ella se enamoró desde muy jovencita y aunque la familia insistía en que aquel chico no le convenía pues le gustaba tomar, ella siempre contestaba que lo haría a su mano, que él cambiaría.  Finalmente, se casaron pero, la luna de miel duró poco.  Él llegaba a casa a la hora que quería, mientras que ella no podía ir ni a la tienda sin él.  No la dejaba salir.  Cuando llegaron los niños, las cosas fueron a peor.  Si no estaba él, no podía ir a comprar y si la encontraba afuera la llevaba a rastras de vuelta a la casa.  Niño tras niño, así transcurrieron treinta años hasta el día que él murió enfermo por el alcohol.  Antes la gente no se separaba sino que aguantaba hasta que Dios quisiera.

EL GRITO de Polonia Baute Benítez





En una tarde fría y gris de invierno, iba dando un paseo cuando empezó a llover.  Entré en un bar, me senté en una mesa y pedí un café.   Estando allí, entró un hombre con sombrero y gabardina negros.  Se sentó en un rincón del bar y poco después vi como el camarero le servía un café, también.  Me distraje observando la lluvia y, de pronto, el hombre se puso de pie y empezó a dar gritos.  Se agitaba de tal manera que daba miedo mirarle.  Yo estaba sobrecogida y la gente se preguntaba qué le pasaba.  Nadie sabía.  Entonces, cayó al suelo como fulminado por un rayo.  No supe si estaba desmayado o muerto.  Me levanté y salí a la calle.  Al poco rato me detuve.  Vi lo que vi, oí lo que oí, pensaba, aunque todo me parecía un sueño, era la realidad y seguía lloviendo…

EL HOMBRE EN LA LUNA de Teresa Jiménez




De la llegada del hombre a la luna, poco me acuerdo.  Sé, porque me he informado, que ocurrió en el año 1969. Por aquellos tiempos, yo todavía vivía feliz con mis cuatro hijos pequeños y ocupada en su crianza, sólo recuerdo de este suceso una anécdota:  que el astronauta que pisó la luna por primera vez, lo hizo con el pie izquierdo pues era zurdo

LA IMAGINACIÓN de Amalia Jorge Frías





Esa mañana, Sara salió de su casa muy ilusionada.  Por fin, después de muchos esfuerzos, había conseguido irse de viaje unos días para desconectar de toda la presión que sufría últimamente en el ámbito familiar y en el trabajo, también. 
A pesar de la maleta y el gran bolso que llevaba, caminaba deprisa para no perder el tren.  Por fin llegó y pudo instalarse cómodamente en un buen vagón.  Respiró, contemplando el paisaje a través de la ventana y, acto seguido, abrió el bolso, sacó un libro y se dispuso a leer.
La novela comenzaba así:  “Vio como entraba en el vagón un extraño hombre con gabardina y sombrero negros…”.  Terminando de leer estas primeras líneas, alguien entró y dio los buenos días.  Sara levantó la cabeza con intención de contestar el saludo pero, enmudeció y se quedó completamente inmóvil cuando vio que la persona que había entrado tenía las mismas características que el personaje del libro que ella había empezado a leer.  Aquel extraño personaje no hacía sino mirarla fijamente y el hecho de que no hubiese nadie más en el vagón, la sobrecogió y, aunque deseaba hacerlo, no fue capaz de levantarse y salir corriendo.
Intento seguir la lectura pero en el momento en que bajó la mirada, ya lo tenía sentado a su lado.  Sara cerró el libro y lo guardó enseguida para que no pudiese ver el título.
El hombre, ajeno a lo que ella estaba sufriendo, sacó del bolsillo una novela del oeste y se puso a leer.
La casualidad y la imaginación desbordada quiso que Sara empezara su viaje muy aburrida, sin poder leer y sin hablar con nadie.

EL SEMÁFORO de Elda Díaz






María iba con su coche y se detuvo al ver el semáforo en rojo.  Cuando cambió a verde, siguió su camino por la carretera hasta llegar al parque donde se dirigía.  Aparcó el coche y comenzó a pasear a través de los árboles pues el día estaba precioso.  Se sentó en un banco y cerró los ojos.  Empezó a soñar.  Parecía que hasta los árboles hablaban.  Pasó el tiempo relajada y feliz hasta que se dio cuenta de lo tarde que era y que debía volver a casa.  El paseo había valido la pena.  Había podido disfrutar de aquel día tan bonito.

EL EXTRAÑO HOMBRE DEL TREN de Luisa Delgado Bello




Mientras Adela disfrutaba del viaje en el tren transiberiano, regalo de su padre por terminar sus estudios con brillantes notas, leía un libro de suspense que hablaba de un misterioso hombre ataviado con gabardina y sombrero negros.
Al oír abrir la puerta del vagón y levantar la mirada, vio como entraba en ese momento un hombre de las mismas características que las del protagonista de la historia que estaba leyendo.  Al observarlo, tomó nota de lo atractivo y elegante que era y de la mirada penetrante y al mismo tiempo dulce que tenía.
Él también la observaba sin disimulo.  Cuando sus miradas se encontraron fue como un latigazo en el corazón de Adela.  Siguieron el viaje, cada uno en su asiento pero, a medida que el tiempo pasaba, más deprisa le latía el corazón a Adela.  Le estaba gustando mucho el desconocido y transcurrido un buen rato, ella ya no miraba el paisaje nevado de Siberia; sólo tenía ojos para el desconocido.
Cuando él se sentó a su lado y le preguntó de dónde era, ella le contestó con voz temblorosa:
-         Soy  española y  me llamo Adela. ¿Y usted?
-         Yo soy turco y me llamo Mohamed Al Asin
Fue tan ameno y agradable el viaje que los dos se olvidaron de lo que ocurría a su alrededor.  Les parecía que se conocían de toda la vida.
 Se enamoraron locamente uno del otro.  Él la llevó a Turquía para que conociera a su familia.  De vuelta a España, se casaron y fueron muy felices.  Adela y Mohamed vivieron su gran pasión turca.

EL SECRETO DE IRENE de Dolores Fernández Cano





Irene era una niña divertida, espontánea y feliz.  Contaba quince años cuando tuvo la primera aparición.  No le dijo nada a sus padres pues pensaba que no la creerían pues no se cansaban de comentar que tenía pájaros en la cabeza.
Pasó el tiempo.  Con treinta años y trabajando, ocurrió por segunda vez.  Como se encontraba muy atareada con los preparativos de su boda y, para no disgustar a su prometido, lo dio por olvidado.
Ahora, con una vida tranquila, sus hijos ya mayores e independientes, pensó que era hora de actuar pues a sus sesenta años no deseaba volver a sufrir la aparición por tercera vez.  Se lo comentó a su marido, relatándole todo lo sucedido.  Irene explicó que veía un inmenso prado.  En él pastaba un majestuoso caballo blanco que la miraba unos segundos muy intensamente y después se alejaba trotando.  Su esposo tampoco lo entendió y le aconsejó que acudiera a una médium.
-¿Crees que es necesario?
-Claro, Irene, antes de que te ocurra por tercera vez, debes acudir a un profesional.  Puede ser el espíritu de algún antepasado.
-¡Me asustas!- le contestó ella-   No puedo dejarlo así, tienes razón, haré lo que me indicas.

UN SUEÑO OTOÑAL de Candelaria Díaz





Empezaré por la semilla de mi sueño, que ha crecido a lo largo de los años.  Teniendo ocho, el colegio nos llevaba al asilo de ancianos.  Ya con dieciséis, a aquellas que estudiábamos, nos obligaban a hacer servicios sociales y yo, entre varias opciones, escojo el asilo, con los viejitos.  Luego, algo más tarde, convivo con mayores y es entonces, cuando empieza mi sueño.  Lo tengo todo pensado: un terreno con muchos árboles y vistas al mar, pequeños estudios equipados, sencillos pero con todas las comodidades y una terraza con flores.  Los menús los tengo escogidos; ricos y variados, que eso anima mucho.  Y que no falte una cafetería para que las familias puedan comer juntas.  Aparte y con trato preferente, estarán los seniles y enfermos de alzheimer.  Ellos serán los más mimados, con cariño al máximo.  Todo esto vigilado para que sea una realidad todo lo soñado.  Yo de esto sé un poquito. 
El nombre será algo así como “Residencial Otoño”.  Este es mi sueño.  Bueno, una parte de mi sueño, porque en mi sueño hay más, mucho más.

EL SILENCIO de Candelaria Bacallado





Es una casa centenaria, con techos de teja y suelos de madera.  Tiene un jardín central con un gran árbol que da sombra a todo el patio.  Las ventanas, con la parte interna redondeada, donde en tiempos antiguos solían sentarse a observar el exterior.
Al entrar en la casa, sus maderas crujen y todas las estancias hablan de vivencias pasadas a través de dos generaciones. 
En la habitación principal, el silencio nos conduce a percibir olores, sentimientos, sensaciones…  Sobre todo, la alegría de las risas de muchos niños que corretearon por este patio, hoy en silencio.