miércoles, 6 de mayo de 2015

LA VENDEDORA Mary Rancel




Conocí, cierto día, a una excelente vendedora a quien le adquirí varios productos de los que me ofreció, creyendo a pies  juntillas en las cualidades prodigiosas de los mismos.
–En cuanto comiences a usar estos cosméticos –me dijo –notarás casi al instante la diferencia en tu cara y en tu cuerpo,  estarás más guapa y resplandeciente, tu piel se volverá tersa como la de una niña de corta edad y tu morfología se tornará esbelta, con la agilidad de una joven deportista.
Me embadurné durante algunos meses con los artículos conseguidos gracias a mi candidez pero…, nunca llegué a comprobar los maravillosos resultados prometidos por la vendedora. 
Con la experiencia, conseguí adivinar que, a mi edad, hay cosas que no son realizables.  En definitiva, lo que compré fue una cantidad sustancial de vanas ilusiones.




LA MANÍA Natividad Morín




Cuando era pequeña, tuve una amiguita.  Éramos vecinas.  Ella tenía un problema: se chupaba dos dedos, ¡no uno!; el pulgar como la mayoría de los niños. ¡No!, ella se chupaba los dedos anular y corazón, mientras colocaba el índice sobre su nariz. Cuando estábamos jugando en la calle, procuraba no hacerlo.  Los tenía muy blancos y flacos y con un callo en la mitad de los dedos, donde le llegaban los dientes.
Ella quería dejar esa manía pero no podía hasta que, un día que estaba de visita en casa de una vecina, ésta le restregó pimienta en los dedos.  La niña no creyó que aquello le impidiera meterse los dedos en la boca pero, cuando lo hizo, empezó a llorar y a limpiarse la boca.  Su madre se asustó, ¿qué te pasa?, le preguntó.  Cuando se lo contó, le lavó la boca, le dio de tomar leche y no sé cuántas cosas más.
La vecina se disculpó, advirtiéndole que ya ella era grande para hacer aquello.  Pese a todo, mi amiga siguió chupándose los dedos, estuvieran limpios o sucios.  Por esa razón, un día amaneció con la boca llena de llagas.  No podía comer y mucho menos meterse los dedos.  Así estuvo varias semanas y…, gracias a esa infección, esa vez sí se le quitó la manía.




TRAZAS Dolores Fernández Cano





Camila, Raquel y Macarena son tres amigas que tienen por costumbre, una vez a la semana, reunirse en el club del barrio donde viven para jugar a la canasta y, al mismo tiempo, debatir sobre los temas de actualidad. 
Camila es una mujer de buen carácter, algo rechoncha.  También es experta en todos los aconteceres habidos y por haber.  Además, le encanta presumir de marido, se le suben las ínfulas cada vez que habla de él.
Raquel es espigada; cualquier trapito que se ponga le favorece, pero arrastra la pena del abandono por parte de su novio.  Tras un largo noviazgo, la dejó por una exuberante brasileña.  Por ese motivo, no ha querido saber nada más de los hombres.
Macarena, la tercera, se quedó soltera pero eso a ella no le afecta.  Ya jubilada, se distrae con todo lo que acontece; disfruta de los pequeños momentos.

Es evidente que las tres se compenetran; es la válvula de escape.  Al caer la noche, emprenden la marcha, cada una a su casa, para enfrentarse a la verdadera realidad.



EL COFRE Antidia Iraida




Doña Juana era una señora muy especial porque tenía en su poder un cofre mágico; nunca se podía saber lo que saldría de él.  Dependiendo de la parte que se tocara, uno se podía llevar todo tipo de sorpresas.
En sus tardes de soledad, doña Juana solía dar una vuelta a la llave de su interior, para de ese modo vivir de nuevo sus recuerdos porque en su vida había pasado de todo.
Ella había recorrido el mundo y de cada rincón visitado se había traído en sus bolsillos un recuerdo para colocarlo en su cofre.  En él, lo mismo te podías encontrar un elefante de la India que cuatro pelos de mono de la Sabana Venezolana, o un trozo de la chaqueta verde de Jorge Negrete, la que se había puesto en un concierto que celebró en Chile, o un trozo de velo de la última concubina del rey Bonafini.  Y cada uno de esos recuerdos estaba acompañado de un poema.
Así pasaba las tardes doña Juana, mientras su nieta la escuchaba embobada.
 –Abuela –le decía –cuando sea mayor, quiero ser como tú, al tiempo que las colmaba de besos.
A doña Juana se le caía la baba al escuchar aquellas palabras de la boca de esa nieta que se le parecía tanto que le traía recuerdos de su propia niñez.



EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL PARO Natividad Morín



A Javier lo habían despedido de su empleo, después de quince años trabajando.  Fue a las oficinas del paro para arreglar los papeles y cobrar la paga.  Se acercó a la ventanilla donde había una joven muy simpática y amable que le atendió de manera afable.  Ella lo miró con unos ojos verdes preciosos y él se quedó impresionado de aquella mirada tan dulce.  La joven le preparó los papeles y le indicó que volviera al día siguiente para firmarlos.
Él volvió, claro.  Al llegar a la oficina fue directamente a la ventanilla donde ella lo estaba esperando.  Se saludaron.  Terminó el papeleo y, como era la hora del desayuno de los empleados, Javier la invitó a tomar un café.  Estuvieron hablando y quedaron en volver a verse.

Gracias al paro, se conocieron y hoy en día son una pareja de enamorados.  Algo bueno puede salir de una cosa tan desagradable como perder el trabajo hasta ¡no se sabe cuándo!, ¿pero qué importa si se tiene amor?.



CLARÍSIMO Amalia Jorge Frías




La casa donde yo vivía con mis padres hacía esquina y daba a dos calles.  Una acera ancha la bordeaba por lo que algunos niños vecinos la aprovechaban para jugar.  Uno de ellos, de mi misma edad, diez o doce años, cuando llegaba del colegio, solía coger su camión de vergas hecho por él y dirigiéndolo con un pedazo de tubería que llevaba en las manos, se pasaba horas jugando de un extremo a otro de la acerca.  Yo, cuando oía el ruido, no salía; tenía miedo a las bromas que después me gastaban algunas vecinas.
Cuando teníamos dieciséis o diecisiete años, cambió de táctica y lo que hacía es que a la hora del mediodía, que era cuando yo estaba en la Venta, él siempre tenía algo que comprar.  Un día, venció su timidez y me invitó a ir al cine.  Yo acepté pero, fue muy aburrido porque no sabíamos de qué hablar.  Todo el tiempo lo pasamos comentando la película. Esa fue la única vez que salimos ya que, como se dice ahora, entre nosotros no existía feeling.
Pasaron los años y cogimos caminos diferentes, hasta que un dia –iba yo con mi marido y él con su mujer –nos encontramos de frente.  Nos sonreímos y nos dijimos adiós.  Mi marido me preguntó que quién era; un chico que vivía cerca de mi casa, le contesté.  ¡Qué extraño!, la señora es idéntica a ti, me comentó.  Yo, que ya tenía referencias de eso, puse cara de asombro y, encogiéndome de hombros, sin darle mayor importancia, le dije:

-Pura coincidencia



UN HIJO NO QUERIDO Candelaria Díaz



Esta es una historia con mal comienzo y final feliz.  Este personaje del que les hablo nació en una familia de campesinos de cinco hermanos –con él ya fueron seis –una madrastra que era requetebuena y un padre que no lo quería; lo maltrataba.  Gracias a su madrastra que lo defendía.  Todo ese odio por ser rubio; los demás eran morenos.  Por esa razón, él quedó marcado de por vida.
Estalló la guerra y marchó al frente.  Lo hirieron y volvió a Tenerife.  Casó con su madrina de guerra y salió el sol para él.  Mujer buena y guapa, con ella y sus hijos tuvo una vida llena del cariño que se merecía.
 Su padre –ya solo y anciano –no quiso quedarse con sus hijas y…se vino con él.  Lo cuidaron entre todos  hasta que murió en sus brazos.

Con el tiempo, él también partió; como siempre, al lado de su familia: justo premio a lo buena persona que había sido.  Dios te tenga con él, querido Yeyo.




PALABRA DE LA SEMANA: EMPATÍA Nos la presenta Antidia Iraida

EMPATÍA



He escogido esta palabra porque estoy convencida de que la empatía es algo que tenemos que poner en práctica en estos tiempos.  El término procede del griego: es la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que el otro individuo puede sentir.  También es descrita como un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a la otra.
Fue acuñada la palabra en 1909 por Edward Titchener, en un intento de traducir el término alemán como emphatic.

Dependiendo del enfoque que se le dé, la empatía puede interpretarse de formas distintas en su origen y sus causas.  La historia antigua dice que Aristóteles afirma que el ser humano es político social porque tiene la necesidad de juntarse con otras personas.  Según un sociólogo estadounidense, la empatía es un concepto único, usado en la actualidad cuando queremos decir la habilidad que podemos tener para ponernos en el lugar del otro, como si nos ocurriera a nosotros mismos.