miércoles, 14 de octubre de 2015

UN VESTIDO ESPECIAL Elvira Martín Reyes





Por la tarde, sentada en los escalones de mi casa, pensaba en un vestido especial, uno que pudiera ponerme casi a diario.  Luego, me miraba en el espejo, como si lo estuviera estrenando, y me veía con mi lazo azul marino y mis zapatitos negros relucientes y con sólo imaginarlo, ¡ya estaba contenta!.
Así fue hasta que llegó el primer día del curso y mi madre me vistió con el mismo uniforme y los mismos zapatos, mientras me decía: ¡pareces una princesa!.  Yo, con mi imaginación, me veía con mi vestido especial, no importaba que fuera el viejo porque yo lo sentía nuevo porque mi sueño ¡era tan real! como el optimismo de mi madre al compararme con una princesa. 
Dando rienda suelta a la fantasía, me dirigí al colegio como la niña más feliz del mundo.




MI VESTIDO ESPECIAL Luisa Delgado Bello



Aquel traje me trae tantos recuerdos que todavía, después de más de los cincuenta años que han pasado, lo tengo en el fondo de una gaveta del armario.  No olvido lo feliz que fui con él cuando lo estrené, teniendo a mi lado a mi novio.
Ese precioso vestido me lo trajo mi marido de Venezuela.  Me lo compró en las famosas Torres del Silencio que, en aquella época creo era donde estaban las mejores tiendas de Caracas.
Era y es violeta de guipur con la parte interior de seda y un cinturón de raso con una flor de la misma tela en la cintura.
El día que lo lucí por primera vez fue con motivo de las fiestas de mi pueblo y me eligieron reina de ellas.  No es por fanfarronearme pero en esa época yo estaba muy guapa.  Si quieren verme tal como era años atrás, la foto está colgada en la pared de la Asociación Flores del Teide.




AQUEL VESTIDO ROJO Dolores Fernández Cano

Aquel vestido que voy a recordar con ayuda de las fotos familiares, fue comprado por mi madre en un viaje de placer que hicimos a Barcelona.  Era una prenda única, un modelo exclusivo en color rojo.  La delantera y los bolsillos estaban bordados en trazos geométricos, con hilo blanco.  Del talle salía un cinturón de la misma tela, que se ataba detrás en forma de lazada.
Ese vestido estaba reservado para las ocasiones excepcionales, como la Fiesta del Cristo de La Laguna, la Romería de San Benito,… En Corpus lo lucía cuando paseábamos admirando las alfombras y algunos domingos lo vestía por las mañanas para asistir a misa y en las tardes para ir al cine.
Con nueve años, como tenía entonces, con ese vestido me sentía una personita muy importante. 

¡Es asombroso como un vestido puede aflorar en nuestro ser tantas emociones!


¡AQUEL VESTIDO! Natividad Morín



Aquel vestido fue el más bonito que tuve en mi infancia.  Me lo hizo una prima costurera.  Era blanco, no recuerdo la clase de tela, pero hacía ruido cuando movía la falda.  Era rizado en la cintura, con mucho vuelo, mangas bombachas y cuello bebé.  Tenía unas alforzas  estrechitas en el pecho, mangas y falda, así como unos volantitos por arriba y por debajo de las alforzas.  El vestido estaba rematado con un gran lazo trasero y todo él en conjunto a mí me parecía precioso.  Por aquel entonces yo tenía doce años y estaba encantada con él.
Me lo confeccionaron para que lo estrenara en la boda del mayor de mis hermanos y luego me lo ponía los domingos para salir con mis amigas.

Recuerdo que mi madre tenía un espejo grande y yo me miraba en él cuando me enfundaba en mi vestido.  Empezaba a dar vueltas y la falda se subía enseñando mis piernas y…¡hasta las bragas!.  ¡Qué orgullosa estaba yo de mi vestido!

¡UN VESTIDO DE PELÍCULA! Elda Díaz





Cuando tenía dieciocho años, estrenaron una película muy bonita que llevaba por título “Cuando ruge la marabunta”.  La protagonista de la peli lucía un vestuario precioso.  Uno de los trajes con los que salía, me impactó de tal manera que me enamoré de él nada más verlo y no paré hasta conseguir hacerme uno casi igual.  Cuando lo logré me quedé tranquila y toda la vida me acordaré de él con alegría por lo feliz que me hizo estrenar un vestido igual al de Eleanor Parker.


LOS VESTIDOS DE MI VIDA Lucía Hernández



Yo me he puesto a pensar y creo que a todas las mujeres, en el transcurso de nuestras vidas, nos ha ilusionado lucir un trajito nuevo.  En mi juventud, yo gozaba diciéndole a mis amigas: ¡voy a estrenar un vestido!, qué tontería, ni que eso fuera gran cosa.
Tengo recuerdos muy bonitos de mi vestido de comunión, tal vez porque evoco la gran ilusión de ver reunidos a mi familia y a los amigos para pasar un día alegre como aquel.  También mi traje de novia, el que lucí el día de mi boda, el más bonito de mi vida, cuando empecé la unión con la persona con la que compartí cuarenta y siete años de mi existencia.
Hay mucho que contar sobre los trajes. Recuerdo cómo me gustaba lucirlos en los bailes del Casino de Santa Cruz de La Palma, sobre todo en Fin de Año, con mi vestido largo…

Recuerdos de nuestra vida alegres, que nos dan satisfacción pensando en las fiestas y en los ratos felices que pasamos… y que hacen que olvide el último vestido, el de la despedida definitiva…



UN VESTIDO ESPECIAL Fanny




Un vestido que ha sido especial en mi vida, fue aquel que estrené cuando cumplí dieciocho años, tal vez porque con él comenzó una nueva etapa en mi vida. 
Aquel traje era de color rosa y estaba adornado con bonitos encajes y lentejuelas preciosas.  Me lo confeccionó mi prima, una costurera excelente.  Ella me lo entregó diciendo que aquel sería su regalo para mí, por ser su prima especial.

Ese precioso vestido está y estará por siempre en mi memoria porque con él conocí al que fue mi esposo.



RECUERDOS COLOR AZUL Amalia Jorge Frías


Mi madre se empeñó en comprarme tela para un vestido en Almacenes Bamhna; donde más caras las vendían.  Era una preciosa batista bordada de color azul.  Ella cosía muy bien y me lo confeccionó con un cuello redondo y mucho vuelo.
Yo estaba muy feliz con mi vestido nuevo.  Lo estrené el día del Carmen, como se acostumbraba en aquellos tiempos (sólo se estrenaba dos veces al año; ese día y en la festividad de la Cruz el Tres de Mayo).  Luego, me los ponía en grandes ocasiones, entre ellas las fiestas patronales de Arafo y de Fasnia.
Al año siguiente, mi madre le quitó el cuello y en su lugar, le hizo un escote y de ese modo, ¡lo volví a estrenar el día de La Cruz!.
¿Pueden imaginarse mi sorpresa cuando al tercer año vi como lo desarmaba otra vez para hacerlo de nuevo?  ¡Ah, no!.  Le dije muy en serio:
 –Me niego a volver a estrenarlo. Me lo pondré, pero a cambio quiero otros dos vestidos para las fiestas señaladas.  Yo no vuelvo a la fiesta tres años seguidos con el mismo traje, aunque le hayas cambiado el modelo.
Mi madre, la pobre, no tuvo más remedio que acceder, aunque aquel me lo seguí poniendo hasta que no me sirvió.
Aun un poco cansada de ir siempre vestida de azul, tengo que reconocer que cuando miro hacia atrás, en mis mejores recuerdos aparece ese vestido que estaba tan unido a mí, como si de una segunda piel se tratara.





AQUEL VESTIDO Eutimia Espino



Era la fiesta de Santa Margarita y, como todos los años, aprovechando esa celebración, todas las amigas estrenábamos traje y zapatos nuevos.  En aquella ocasión, yo me hice un bonito vestido de crespón con falda de tablas que estaban de moda.
Ocurrió que las chicas del pueblo vecino de Guatiza, que venían caminando desde Mala, vinieron a mi casa a dejar los zapatos viejos, para ponerse los nuevos para ir al baile.  No quiero acordarme de lo que sucedió después, porque fue horrible.
¡Yo estaba tan contenta con mi traje!.  De regreso del baile, yo llegué a mi casa primero que el resto de chicas.  Me quité el vestido y lo coloqué encima de una silla, antes de irme a dormir.
Cuando me levanté, fui a verlo.  Me llevé la desagradable sorpresa de descubrir que me lo habían mordido. ¡Qué gran desilusión! Con tristeza, tuve que desbaratarlo para cortar el rasgón que me habían hecho y le di forma a la falda otra vez.  Nadie sabe lo que sufrí yo con motivo de aquel desagradable incidente.

     Está claro que, después de aquello, no las dejé más ir a mi casa.


PLIEGUES Candelaria Bacallado



Tendría yo siete u ocho años.  A mí me gustaba mucho estudiar y, por aquella época, era tiempo de exámenes.
Una tarde, acompañé a mi madre de tiendas.  Vi una falda plisada que me encantó pero, como siempre, pensé antes en las circunstancias que en mí, y no dije nada.  Sin embargo, al llegar a casa, ella me preguntó si me había gustado la falda, a lo que contesté afirmativamente.  Entonces, mi madre me prometió que si los exámenes me salían bien, ella me la compraría.  Imaginen mi alegría, ¡por fin iba a tener mi deseada falda!: yo estaba segura de que sacaría buenos resultados.
Llegó el día de las notas y, con ellas en las manos, llegué muy contenta a casa.  Al día siguiente, mi madre fue a comprar mi falda.  Cuando la vi, me pareció increíble poder tener entre mis manos aquel regalo inmenso para mí.
Mi felicidad duró poco.  El regalo tenía truco.  Al primer lavado, se le fue el plisado a la falda y con él mi gran ilusión.  Los pliegues eran de imitación.