miércoles, 20 de mayo de 2015

AQUELLO. Dolores Fernández Cano.




            Por ser día festivo, Andrés decide dar la vuelta a la isla en su flamante coche que estrenó la semana pasada. Le acompaña su esposa, que está viviendo un buen momento, ya que se encuentra en estado de gestación. Así mismo, en el asiento de atrás, van los padres de ella, que como ustedes habrán deducido, son los suegros de Andrés. Los cuatro van disfrutando del paseo, admirando los paisajes e intercambiando gratas conversaciones. Cuando empieza a anochecer ven unas luces extrañas, desconocidas. Es tal la impresión, que Andrés se ve obligado a detener el vehículo de un frenazo. Rosita, la esposa, algo perpleja, comenta que puede ser un ovni. El bueno de Andrés quiere creer que lo sea, pero duda, pues él es muy cauteloso sobre los objetos extraterrestres. La suegra, de nombre Carmen, con dulzura exclama,
-         Seguro que es San Pedro, que le ha tocado sacar basura.
-         - ¡Qué va! –contesta el esposo de Carmen, para volver a decir, -aquello es un meteorito, el periódico de ayer, anunciaba que  iba a caer a la Tierra, aunque se ignoraba el lugar exacto.
Lo desconocido forma un zigzag, alejándose, al mismo tiempo, que se difumina en el aire. Andrés, con expresión de orgullo mira a su esposa, mientras afirma que el fenómeno acontecido, es el espíritu del dragón de las Hespérides. Seguidamente conecta la radio. En las ondas se escucha la grata noticia, que un helicóptero perteneciente a la Cruz Roja, después de dar varias vueltas y peligrosas maniobras, ha conseguido rescatar con vida, al montañero que permanecía extraviado.
      La familia decepcionada, por no cumplirse sus especulaciones, emprenden el camino de vuelta al hogar.


AQUELLO Natividad Morín.


           
Una familia pasea en su coche por la isla. Empieza a anochecer cuando ven unas luces extrañas, desconocidas. La mujer cree que puede ser un ovni, el hombre quiere creer que lo sea, pero duda; ¡Yo creo que no es un ovni! –dijo él- ¡Sí lo es! ¿No lo ves cómo da vueltas, y las luces que se encienden y se apagan? –le dijo ella-. ¡Esos aparatos no existen, los inventaron los americanos! ¿Cómo puedes imaginar unos hombrecitos verdes que vienen del espacio?; ¡No me cabe en la cabeza que lleguen unas naves del espacio a invadirnos! –explicó el marido-. Eso lo crearon los escritores en los años 60 o 70, lo perfeccionaron tan bien, que mucha gente se lo ha creído – le expuso el incrédulo marido.
            Se pasaron todo el trayecto discutiendo sobre lo mismo, ninguno se bajaba del burro. ¡Que sí papá, que sí existen, la profesora nos lo contó también! –se apresuró a decir la hija, una niña de 12 años-. ¡Tú siempre estás a favor de tu madre! –le recriminó el padre- nunca me das la razón a mí. ¡No te enfades vamos a acercarnos, a ver que son esas luces y así saldremos de dudas!
            Se dirigieron al lugar donde observaron las luces extrañas que tanta polémica estaban provocando. ¡Papá, tengo miedo! ¿y si son extraterrestres y nos raptan, nos meten en su nave y nos llevan a su planeta y no volvemos más? –dijo la niña muerta de miedo-. ¡No te asustes, seguro que no es nada, eso deben de ser chicos que están de acampada y se alumbran con linternas, y tu madre pensando en platillos volantes, ella se cree todo los chismes que cuentan!. –comentó el padre-. ¡No solamente existen, sino que para estos seres, la familia y concretamente la madre desempeña una tarea insustituible y vital en el desarrollo del hijo! –le aclaró la mujer-. ¿Viven tanto como nosotros? –preguntó la niña-. ¡Según he leído viven más tiempo, y sin defectos físicos, sin enfermedades! –comentó la madre que estaba muy al tanto de todo lo referente a esos seres-. Cuando llegaron a la zona donde  vieron los centelleos, bajaron del coche con mucho sigilo, se acercaron al lugar, estaban muy nerviosos, justo delante estaban las “luces”.
            La sorpresa fue tremenda, no se esperaban algo así: era una bandada de luciérnagas hembras que despedían su luz fosforescente.
            ¡No te preocupes mamá, ya tendremos ocasión de averiguar si existen los extraterrestres!.







AQUELLO Mary Rancel




            Como los días en primavera son más prolongados, a última hora de una despejada tarde decidimos salir a dar una vuelta en coche por la isla. Conducía mi esposo, yo iba a su lado admirando los paisajes y comentando lo bonita que está la zona norte, tan verde y exuberante; al frente se veía el portentoso Teide y por la derecha el mar. Estaba el día como para ser inmortalizado y lo dejé grabado en mi pupila.
            Pasado un espacio impreciso, percibimos que había anochecido y por lo tanto, debíamos regresar a casa; tuvimos que seguir adelante para encontrar un lugar donde se pudiera dar vuelta; es eso estábamos, cuando divisamos a lo lejos unas extrañas luces,  desconocidas por nosotros, asombrada dije a mi marido:
-No te inquietes pero, seguramente son de un ovni; habrá tomado tierra en una rotonda. ¡Mira por donde vamos a conocer a seres de otro planeta!; suelen ser cordiales, lo sé, porque lo han dicho en algún programa de la tele, vienen en son de paz a conocer nuestras costumbres; puede que nos inviten a subir a su nave. ¡Será tan emocionante…!
-Si tú dices que son un ovni, con tanto libro que has leído sobre la materia y lo que has visto en la tele, pues lo será. Yo no creo en esas cosas; tampoco pretendo que seamos la única especie que exista en el universo. –Lo expresó poco convencido, mientras aparcaba el coche en el arcén de la carretera-.
            Me di cuenta de inmediato que me daba la razón “veladamente”, para que no siguiera dándole la lata con lo mismo.
            Estoy segura de que pensaba: -“La ilusa de mi mujer cree que me voy a tragar eso de los extraterrestres”. Pues está arreglada.
-Te convencerás cuando lleguemos. Le dije sugestionada. –No pares continúa, cuanto antes vayamos antes lo sabremos. Puso el coche en marcha, despacio, eternizando el trayecto. En ese intervalo yo iba imaginando: -“Se va a caer con todo el equipo cuando compruebe que realmente son sujetos de otro mundo, a ver que me va a decir luego”.
            Los deslumbramientos estaban cada vez más cerca; yo estaba estremecida por la duda; mi marido paró el vehículo y apagó las luces, sólo se veían las irradiaciones del cercano reflector, todo lo demás estaba a oscuras. De pronto una luz cegó nuestras caras, di un respingo y un grito mientras oía una voz que comentaba:
-¿Qué hacen aquí con todo apagado?
-¡Hablan nuestro idioma! Exclamé aliviada, añadiendo:
-¿De qué planeta vienen?
-¿Cómo que de qué planeta? Se van a enterar cuando vean la sanción que les va a caer. Documentación del coche, por favor.
            Mi marido que se había dado cuenta de que era un guardia civil de tráfico, dio al encendido y sacó la documentación, al propio tiempo que explicaba lo que nos ocurría.
-Ha sido un accidente, -comentó el oficial- las lámparas de la autovía se han apagado; las luces que han visto son los focos que hemos traído para poder ver durante su reparación y las de nuestros coches.
            Todos terminamos riéndonos del hecho y de mi ocurrencia al pensar que se trataba de seres planetarios.



POLIZÓN Candelaria Díaz






            Soy Jonai –aborigen de la isla de la Gomera–.  Corre el año 1492. Hernán Peraza y Luis de Boadilla son los amos de nuestro terruño: son tiranos que avasallan a los gomeros.  Yo estoy en los montes altos con el pastoreo  y, como siempre, soñando con algo mejor.  De pronto, avisto en la mar dos naves con muchas velas que se dirigen a la capital. Ni me lo pienso; cojo mi palo y atravieso los abruptos barrancos, llego a la bahía y los escucho: se van a buscar tierras nuevas. Son tres barcos. El tercero está en la isla de Canaria mientras arreglan el mástil. Yo pienso partir con ellos.
            Me cuelo en la Santa María donde va el almirante. Ya en alta mar, me descubren. Les doy pena y me dejan –trabajando en lo que sea–.
            Pasan los días y sólo vemos mar. La comida escasea.  Hasta que, de pronto, Rodrigo de Triana grita ¡¡Tierra!!.  Estamos salvados, por fin conoceré otras tierras y otra vida.
            12 de octubre de 1492.




DESOLACIÓN Elvira Martín

                                          


            Había preparado ese viaje con mucha ilusión, era la primera vez que iba a estar fuera de mi casa tanto tiempo.
            Esperaba encontrar cosas y costumbres nuevas, grandes edificios y calles muy largas. Al llegar, fue todo impresionante. Me hallé  una ciudad variopinta, con muchísima gente en las calles y parques,  todos vestían a su manera puesto que es una ciudad visitada por muchas culturas y cada una tiene su propio estilo. Pero la impresión más fuerte estaba por llegar.
            Al cruzar una gran vía, me encontré con una niña como de doce años, que deambulaba por la calle, desorientada gritando por su madre. Yo intenté calmarla como pude, pero no me escuchaba. La arropé entre mis brazos para llevarla a un puesto de socorro, pero al mirar hacia atrás sentí como una multitud de gente nos empujaba; todos corrían despavoridos sin saber dónde ir.  Ensordecida por el ruido de las ambulancias y cogiendo a la niña por un brazo, corrí  hasta llegar al sótano de un edificio.
            Allí estuvimos hasta que todo empezó a calmarse. Al salir, me encontré con un policía que nos acompañó al hospital.
            Hoy, en la tranquilidad de mi casa, recuerdo a aquella niña que no sólo  había perdido a su madre, sino también la audición de uno de sus oídos.
            Aquella carita  de horror y desolación no se me olvidará jamás, entre otras cosas porque seguimos en contacto y aunque haya pasado trece años y en septiembre cumpla los veinticinco, recordaremos aquella inútil e innecesaria masacre.



RECORRIDO. Luisa Delgado Bello





            Vimos por primera vez nuestro libro en la Asociación Flores del Teide. En ese momento nos fue a felicitar por nuestro trabajo D. Miguel de Cervantes.
            Por primera vez lo presentamos  en el Cabildo de Tenerife. Tuvimos como anfitriones al Alcalde de Santa Cruz y a la Consejera de Asuntos Sociales del Cabildo de Tenerife. Nos felicitaron por nuestro trabajo. Nunca pensaron que un grupo de 16 mujeres contáramos en un libro nuestros recuerdos y vivencias. Es el primer libro que un puñado de mujeres de ANSINA ha escrito.
            Por segunda vez lo presentamos en el colegio La Salle San Idelfonso. Para mí fue uno de los instantes más emotivos, ya que mis tres hijos estudiaron en dicho colegio.
            Hoy en día lo hacen mis nietos. Por tales motivos, le tengo un especial cariño a todo  lo que acontece en dicho lugar.
            Es un orgullo que tanto mis hijos como mis nietos formen parte del colegio.  Espero que, si Dios me da vida, pueda ver a mis bisnietos disfrutando entre sus paredes.



ESTO SUCEDIÓ. Lucía Hernández





            Cierto día, una familia que vivía en el campo,  decidió que sería bueno ir a dar un paseo en su coche, tal cual lo pensaron lo hicieron. Comenzaron su recorrido, fue muy agradable, pero como el tiempo pasa a mucha velocidad, empezó a anochecer.
            De momento, les pareció ver unas luces desconocidas, la mujer cree que puede ser un ovni, el hombre se puso a pensar y pensar pero no quería aceptar lo que su mujer decía, lo puso en duda.
            El hombre, cansado de pensar y dudar, le dijo a su mujer ¡despierta! Yo creo que tú te dormiste y estás soñando, vamos para casa y mañana volvemos y así comprobamos si  hay luces o son disparates de nuestras cabezas.

            Cual fue la sorpresa del hombre, cuando dio la vuelta para marcharse, vio que venía un hombre con una linterna, entonces le dijo  a su mujer: ¡mira el ovni! Ya hemos aclarado nuestras dudas, si mañana volvemos a dar un paseo y vemos una luz, ya sabemos lo que es y no estamos rompiendo nuestras cabezas pensando en las luces.



ENCUENTRO CERCANO. Antidia Iraida.



            Guadalupe y Enrique iban a ver la lluvia de estrellas que había aquella noche en el Valle Ucanca. Cuando iban subiendo por la Esperanza poco después de pasar el pueblo, empezaron a ver una luz que subía y bajaba entre los árboles. ¿Enrique estás viendo lo mismo que yo? Sí hija sí ¿qué será? ¡tiempo de caza no es! ¡calla! ¡a ver si son cazadores furtivos! ¿Y tienen fatal puntería y nos dan?. Ay Enrique ¿y si fueran gente de otro planeta? ¡Ay, Guadalupe, ahora si es verdad que se te fue la pinza!.
            Siguieron avanzando y cuando llegaron a las Lagunetas, la luz desapareció detrás de unos pinos, pero detrás de ellos, salieron dos cosas brillantes  de unos cincuenta centímetros más o menos;  no se podía distinguir lo  que era.
            Guadalupe y Enrique se miraban entre sí cada vez más incrédulos, mientras tanto aquellas dos cosas brillantes seguían avanzando. A todas estas, decidieron parar el coche. Guadalupe, ni corta ni perezosa, se bajó, caminó hacia ellos, cuando estaba más cerca vio que eran dos cuerpos, no dando crédito a lo que veía, mientras que Enrique al fondo, en el coche, le pedía que regresara, que estaba loca. Ella tan emocionada que ni lo oía.
             Mientras, aquellos cuerpos tan pequeños la miraban con sus ojitos saltones tan tiernos, que su instinto maternal le hizo extender sus manos para acariciarlos. Al tanto aquellos cuerpecitos aumentaron su tamaño veinte centímetros.
            Ya en confianza, le contaron:
            -Venimos de un lugar secreto, a ver la lluvia de estrellas.
 Pero le explicaron que se quedaban por allí para que no los vieran porque no querían quitarle protagonismo a las estrellas.
            Guadalupe le hacía señas a Enrique para que se acercara, pero él no se movía del coche, cada momento que pasaba estaba más pálido.
            Uno de aquellos seres la cogió de la mano para mostrarle la “nave” donde habían venido, al par que otro caminaba delante dando saltos. Ella estaba encantada, cuando al cabo de media hora regresó, a Enrique estaba a punto de darle un colapso. Tan mal lo veía que decidieron darse la vuelta porque ya habían visto bastante por el momento.




martes, 19 de mayo de 2015

PERDIDO Amalia Jorge Frías.




            La navidad estaba cerca y con ella todas las obligaciones que conlleva.
            Aprovechando los últimos días que los niños tenían colegio, salí de compras. Un poco apresurada iba por la calle de Imeldo Seris, conocida en aquella época por calle del Barranquillo, con muchos paquetes dispuesta a coger un taxi, cuando sin ser consciente, se me cayó del brazo un reloj de oro que hacía pocos meses me había regalado mi marido.
            Al llegar a mi casa, lo eché en falta y el disgusto que me llevé, como es normal, fue mayúsculo.
            Pasados unos días, me decidí, y fui al periódico. Ofrecí una recompensa a la persona que me lo devolviera; el anuncio de lunes a domingo me costó 700 pesetas que, en aquella época, no era cualquier cosa. El señor que me atendió me dijo que si no tenía suficiente con lo que había perdido que aún quería perder más. Yo lo miré asombrada ante tanto optimismo y no me digné a contestarle.
            Me marché pensando que pronto me llamarían y sí que me llamaron, tres o cuatro veces al día:  algunas para reírse, otras para engañarme y hacerme ir a una dirección que no existía…
            Pero, el domingo cuando ya el anuncio llegaba a su fin, sonó el teléfono y una voz de mujer me pidió que le hiciera una descripción. Al hacerla, me dijo escuetamente, venga a buscarlo y fui, aun corriendo el riesgo de que fuera otro engaño. Al llegar y ver que era de verdad, sin poderlo evitar rompí a llorar.
            El reloj estaba muy cerca de mi casa en la Barriada de la Victoria, Plaza de Galiano y la señora, que se llama Mercedes, no aceptó la recompensa. Me contó dónde se lo había encontrado y que, aunque no acostumbraba a comprar la prensa,  el marido le decía  que lo hiciera los domingos, por si alguien lo reclamaba.
            Así fue como recuperé el único objeto importante que he perdido en mi vida. Al mismo tiempo, aumentó mi credibilidad y confianza en los seres humanos;  por ambas cosas estaré eternamente agradecida.









EL COCHE Elda Díaz








            Nosotras íbamos para Güimar con el coche. Respondía bien pero eran las dos de la mañana y le di al botón de la luz  y me lo cargué.  ¡¡Nos quedamos a oscuras!!.  Menos mal que había un camión delante que nos servía de guía: no nos despegábamos del camión ni por la justicia y rogándole a Dios que no se fuera pues llevábamos el coche lleno; con mis hijas y unas amigas que fuimos a buscar. No sabíamos cómo íbamos a llegar al Puertito pero sin saber cómo, llegamos.  No había llegado el fin de aquella historia.

            Al intentar parar el motor,  el coche seguía encendido y no había manera de apagarlo.  ¡Qué noche la de aquel día! Esta es una anécdota del pasado.