viernes, 27 de enero de 2012

MADRID, LA PRIMERA VEZ de Edelmira Linares García

MADRID, LA PRIMERA VEZ.

De todas las cosas que hagas, veas, oigas … por primera vez, uno guarda mejores o peores recuerdos.  No podía ser de toda manera en mi caso.
Yo había oído decir que de Madrid al Cielo y,  con toda la exageración que puedan encerrar esas palabras, pasado el tiempo, casi tuve que dar la razón a ese dicho.  Cuando lo conocí, me impactó muchísimo.  Tal vez fuera porque no había viajado mucho, aunque por aquel entonces ya conocía alguna de nuestras islas y también Portugal a donde fui en un viaje de trabajo; a todo confort, eso sí.  Todo bien pero sin más.
Pero, en Madrid era invierno.  Ví a todas las personas con grandes abrigos largos aunque me imagino que no todos serían de visón.  Todos corrían de aquí para allá, incluidos los coches,  y yo cada vez más asombradita.
Una tarde noche entré, junto con la persona con quien viajaba, a una cafetería que estaba situada en el tercer piso de un edificio en el mismo centro de Madrid.  Tenía grandes ventanales hacia la calle desde donde podía ver gran cantidad de gente yendo y viniendo, mogollón de gente que yo comparaba con caminos de hormigas.  Yo exclamaba de admiración y le pregunté a mi amiga si me podía decir hacia donde iba tanta gente.  Ella, con una sonrisa irónica me contestó que a trabajar. ¿A trabajar de noche? ¡Estamos locos!.  Más tarde me enteré de que era la salida del metro. Otro asombro más: circular debajo de la tierra.  Y ya no pregunté más.
Ahora, con el tiempo transcurrido y pese mis posteriores experiencias en viajes, aún sigo con la misma convicción:  Madrid sigue siendo mi primera elección.

AQUELLA PRIMERA VEZ de Elda Díaz

AQUELLA PRIMERA VEZ  

Una de mis primeras veces tuvo lugar cuando apenas tenía unos catorce años.  Por aquel entonces, yo deseaba aprender un oficio.  Fui a hablar con la dueña de una tienda donde se cogían puntos de medias, se forraban botones y hebillas.  Ella me comentó que la chica que necesitaba debía tener quince años por lo que yo, decidí mantenerme callada, con tal de conseguir el trabajo.  Así fue, porque la dueña me indicó que me quedara.
El caso es que yo no podía mentir pues me sentía culpable y casi enseguida le confesé que yo no tenía quince y que por el contrario iba a cumplir pronto los catorce.  Debí haberle conmovido de alguna manera porque a pesar de todo, ella permitió que siguiera en el trabajo.
Me encantó estar allí y aprender todo lo que aprendí.  Tanto me gustó que allí estuve hasta cumplir los veinte años cuando salí para casarme.

miércoles, 25 de enero de 2012

EL MANZANO EXTRATERRESTRE de Candelaria Díaz

EL MANZANO EXTRATERRESTRE  


Mi hermana, mi prima y yo solemos ir al campo, a casa de mi abuela.  En la huerta hay un manzano que mi prima adora y a este respecto es una pesada: ¿ya lo regaste?..., que si no da fruta, ¡que sí, que sí, que yo lo hago!, ven a verlo para que te des cuenta…
Subió por la vereda muy tiesa y al llegar al árbol se quedó sin habla al verlo cargado de manzanas.  Apenas tenía meses de plantado por lo que quedó totalmente impresionada, tanto que solo alcanzó a decir:  Can… y ¡pum! cayó al suelo.  Nos dio un susto tremendo y mi hermana y yo estábamos muy preocupadas, sobre todo yo que…, antes de que subiera mi prima al manzano, había colocado en el árbol un buen surtido de manzanas plásticas ¡demasiado reales por lo visto!.  De esta broma quedó el susto, las risas posteriores y una foto para el recuerdo.

LA PRIMERA VEZ de Amalia Jorge Frías

LA PRIMERA VEZ


Ahondando en mis recuerdos, he querido buscar una primera vez que haya sido importante en mi vida y que, de alguna forma, la haya marcado para siempre.  En esta búsqueda, creo que la más decisiva fue haber conocido, cuando apenas tenía quince años, a un sacerdote natural de la isla de La Palma.  Se llamaba D. Miguel Pérez Álvarez y era director de la Casa Diocesana de Ejercicios y parte de su trabajo consistía en crear grupos de jóvenes de Acción Católica.
Don Miguel me descubrió a Cristo como a un padre, alguien que no te castiga sino que te ayuda a soportar las vicisitudes de la vida.  A él le oí decir por primera vez que la felicidad no se busca en el exterior sino en el interior de uno mismo y que no es más feliz quien más recibe, por el contrario, lo es el que más da.
Su bondad y su palabra encauzó mi vida y la hizo plena.  Sé que parte de la felicidad que he tenido se la debo a él y que, aunque ahora esté en otra dimensión, siempre le podré pedir ayuda.
Por muchos años que pasen, le estaré siempre agradecida y nunca olvidaré la primera vez que hablé con él.