jueves, 26 de septiembre de 2013

EL TROTAMUNDOS de Mary Rancel




Soy un trotamundos que vago solitario por las islas, siempre con mi casa a cuestas como el caracol.  En este justo momento, salgo de la espesura del monte y me encuentro en un llano, idóneo para acampar y pasar la noche.  Echo un vistazo al lugar, distingo una casa devastada por el paso del tiempo.  Tiene el techo hundido, unos pedruscos y algunos arbustos a su alrededor.  Está anocheciendo y las sombras dan un aspecto lúgubre al lugar.  Monto mi pequeña tienda de campaña, tipo iglú, hago una hoguera para comer algo caliente y, a la vez, disuadir a las alimañas que puedan rondar por el entorno.  La oscuridad se hace cada vez más tenebrosa.  El único resplandor es el que surge de la vacilante llama de la fogata que, de vez en cuando, arroja un poco de claridad al lugar, proyectando extrañas formas sobre la casa en ruinas.  Hace solo unas horas que he acampado y, ya estoy deseando que llegue el alba.
En una de esas veces en las que se ilumina la zona, creo ver entre los escombros de la vivienda, una figura humana.  Quedo expectante, agudizo los sentidos y escucho un rumor de pasos cautelosos y la respiración agitada de una persona.  En este instante, la flama de la hoguera vuelve a iluminar la casa derruida y compruebo la presencia de una mujer acercándose; lleva el palo en la mano derecha y una piedra en la izquierda.  Me quedo inerte, como una estatua.
-¡No tengas miedo, no te alarmes! –exclama la mujer –Yo no te haré daño- recalca.  Sólo quiero el dinero que llevas encima y que me dejes la tienda de campaña, pero… si no lo haces, no sé qué será de ti, ni de tus pertenencias.
Enarbola el palo que porta en su mano, con la intención de arrojarlo contra mi cuerpo y, estremecido, voceo:
-¡Señora, puede quedarse con todo!

Trago saliva y, con el miedo dentro de mi, añado:
-¡Dinero no llevo, puede comprobarlo!
Estoy temblando de pánico.  Como si fuera un resorte, me levanto de la piedra donde estoy sentado y, sin pensarlo, salgo a todo correr, sin mirar hacia atrás en ningún momento y diciendo para mis adentros que… ¡una retirada a tiempo vale más que una victoria!.






miércoles, 25 de septiembre de 2013

ROSAS ROJAS PARA ANA de Elvira Martín Reyes



Ana era una joven sencilla que pretendía pasar por la vida inadvertida, de puntillas, casi sin hacer ruido.  Todos los días paseaba por la playa esperando a que llegara la inspiración para escribir su libro.
Aquella tarde, al sentarse en el lugar de siempre, se quedó atónita al encontrarse una hermosa rosa roja.  Miró a su alrededor pero no encontró a nadie, solamente el silencio.  Intrigada, recogió la rosa y su libro y se encaminó hacia la casa de su hermana para contárselo, puesto que ella era su único familiar.
Al día siguiente, al abrir la puerta de su casa, descubrió otra rosa roja y así ocurrió año tras año, sin saber quién era el enamorado secreto y fiel que le alegraba la soledad, hasta que enfermó y murió como ella quería, en silencio, muy despacio, casi sin notarse.
Su hermana colocó sobre su tumba, el libro que ella había escrito, con la esperanza de que el portador de la rosa lo recogiera, pero la sorpresa se la llevó cuando fue a visitar la tumba, días después.  El libro no estaba pero en su lugar descansaba un ramo de rosas rojas.  Escondida detrás de un árbol, observó al hombre que se alejaba, apretando el libro entre sus brazos.
-¡Yo lo conozco! –exclamó –cómo no hacerlo si es mi marido.
Así terminó el secreto de Ana y empezó el calvario de su hermana.





LA CARTA de Teresa Darias



Querida hija:
Te escribo estas líneas para que sepas que estoy viva y lo hago despacio porque sé que no puedes leer deprisa.  Nos hemos mudado y no puedo enviarte la dirección; es que la última familia que vivió aquí se llevó el número de la casa cuando se fue para no tener que cambiar de dirección.
Esta casa es muy linda.  Tiene una lavadora en el baño, es pequeña y blanca pero parece que no funciona muy bien.  Le di a la palanca y desde entonces no he vuelto a ver la ropa.
Por fin enterramos a tu abuela.  Encontramos el cadáver ahora, en la mudanza.  Estaba en el armario desde aquel día que nos ganó jugando al escondite.
El otro día explotó la cocina a gas y tu padre y yo salimos disparados por los aires y caímos fuera de casa.  ¡Qué emoción!, era la primera vez que salíamos juntos en muchos años.
Tu primo Paco se casó y resulta que le reza todas las noches a su esposa porque era virgen. Y ¿recuerdas a tu primo Manolo?  Ya no está en este mundo.  Su padre murió hace dos meses y pidió ser enterrado en el lago.  Manolo murió mientras cavaba la fosa.
Mira hija, si ves a doña Remedios, le das saludos de mi parte y si no la ves, no le digas nada.
Me despido  con mi bendición y un poema que escribí especialmente para ti
Te quiero más que a mi vida
más que a mi vida te quiero
y si me sacan los ojos
te quiero con los agujeros.


                                                                             Tu madre



LAS RISAS DE FLORES DEL TEIDE de Dolores Fernández Cano






Amanece un nuevo día para Crispín, que siente en su negro cuerpo el frío de una frío de una soleada mañana de primavera,  al mismo tiempo que percibe el olor de las retamas.  Después, clava sus orejas para escuchar las risas de las flores del Teide.  Eso le ayuda a llevar a cuestas su soledad, consiguiendo olvidar la lejanía de la casa que habitó, hasta ahora.
Tras los sonoros ja, ja, ja, de las flores del Teide, Crispín lo agradece con un armonioso ladrido, para luego continuar la búsqueda del alimento diario.  Su amo lo abandonó en el Valle de Ucanca y su historia se convierte en un vagar permanente.  Mas, como no hay mal que cien años dure, una tarde compartida con las flores del Teide, un hombre acompañado de un niño se apea de un coche.  Al ver a Crispín, tan juguetón, el niño suplica a su padre que le deje llevárselo.  Por fin, va a disfrutar de un nuevo hogar.  Sin embargo, en su cerebro perruno, siempre escuchará las pícaras risas de las flores del Teide.  Seguidamente, el travieso Crispín, con toda la rapidez que le dejaban sus cansadas patas, se introdujo en el automóvil  para comenzar una nueva vida.

martes, 24 de septiembre de 2013

¡DE PELÍCULA! de Natividad Morín




Una de las películas que más me impactaron en mi niñez y que se me quedó grabada en la memoria, fue “Los crímenes del Museo de Cera”.  Después de verla, estuve mucho tiempo soñando con ella, como mataba a las mujeres para luego cubrir sus cuerpos con cera y reconstruir con ellos figuras de personajes famosos.  Otra película inolvidable, esta vez por lo romántica que era,  fue Sissi.  Y si hablamos de actores, uno por el que sentí un amor platónico fue Rock Hudson.  Era un hombre tan guapo, tan alto y la mirada tan pícara.  No me perdía casi ninguna de sus películas y guardaba sus fotos.  Cuando pasaron los años y un día vi en las noticias que había muerto de sida y se habló tanto de su vida no pude evitar pensar que me seguía gustando a pesar de su condición de gay.

Cuando era niña, sólo ponían películas los domingos.  Para ir al matiné iba con mis amigas y reunía el dinero durante la semana, haciendo mandados para poder comprar, en el carrito que ponían afuera del cine, muchas golosinas: regaliz, caramelos, paragüitas; que era un chupete en forma de paraguas, que estaba buenísimo.  Me pasaba toda la película comiendo chucherías.  Fueron años inolvidables: ¡fui tan feliz con tan poco!