miércoles, 24 de octubre de 2012

LAS ESTRELLAS de Elda Díaz




Allá por los años cincuenta, Sara tenía diez años y se iba de vacaciones a una casa de la costa  que tenían los tíos.  Ellos viajaban de vez en cuando a este lugar y, a veces, la llevaban.
Mientras estaban allí, comían con lo que el tío pescaba.  La tía y ella guisaban las papas, preparaban mojo y con eso y fruta ya estaba listo el almuerzo.  Uno de aquellos días fue diferente.  En la playa, había un nido de ametralladora en el que la gente entraba para disfrutar un rato de la sombra.  Ese día encontraron allí un hombre muerto.  El tío de Sara tuvo que ir a buscar a la guardia civil y, entre una cosa y otra, llegó la noche.  A esa hora se fueron a pescar para comer algo pero, como no hubo pesca, se llevaron todas las estrellas del cielo para la casa.  Aquella noche cenarían estrellas.



MIS ESTRELLAS de Edelmira Linares




Rodeado de todas ellas, en medio de un ambiente casero y agradable, como el que sólo tu propia morada te da, ahí estaba yo, observándoles y regocijándome con cada de ellos.  Sentado en mi viejo sofá, cerré los ojos y empecé a recordar tiempos pasados que hicieron lo que hoy es mi presente.
Era un muchacho de unos veinte años, jovial y risueño, que no creía en el amor y mucho menos en el matrimonio.  Mi padre entró una noche en mi habitación y me comentó que por la mañana temprano iríamos a pescar.  Un compañero de trabajo suyo tenía un barco y le había invitado.  La noticia no me alegró mucho pero, por no decepcionarlo, asentí fingiendo agrado.
Cuando llegamos al muelle, nos dirigimos hacia un velero precioso de grandes dimensiones, donde nos esperaba Juan.  No había imaginado nada como aquello y aún sin salir de mi asombro, nos mostró todo el barco.  En uno de los camarotes donde había una litera y una mesa que hacía de despacho, estaba una chica escribiendo algo sobre un papel.  Cuando se giró para saludarnos, quedé sorprendido, nunca había soñado nada así; era la cosa más bonita que mis ojos habían visto jamás.
Hoy, Vega es mi mujer y ese día sin dudarlo, hice la pesca más importante de mi vida.  Ella es la estrella que ilumina mi casa y la razón por la cual mi presente está lleno de un universo de estrellas.



ESTRELLAS de Amalia Jorge Frías




Hacía tiempo que conocía a Mª Luisa, que en paz descanse, de vernos en la parroquia.  Al salir de misa, siempre nos saludábamos.  Un domingo, se acercó a mí y me dijo
-Tengo una asociación de mayores.  Yo soy la presidenta y estoy buscando un local, ¿me puedes acompañar a ver uno?.  He quedado con el dueño hoy a las once.
Me explicó de qué local se trataba y yo le dije que sí y, como sabía que mi tía lo conocía, le avisé para viniera con nosotras y así, todo sería más fácil.
Visitamos el local y, en el acto, Mª Luisa llegó a un acuerdo con el dueño, al mismo tiempo que nos invitó a hacernos socios, “aunque sólo fuese por colaborar”, según sus propias palabras.
Fue de esa manera tan sencilla como la Asociación Flores del Teide comenzó a formar parte de mi vida.
Sólo hacía tres años que había fallecido mi marido y ese hecho había dejado en mí un espacio vacío que yo necesitaba llenar con algo nuevo que aportara a mi vida un poco de ilusión.  Al conocer a otras personas, ir de excursión, descubrir el juego de Rummikiu… A todas las cosas, se sumó el hecho de que en esa época Dios me hizo el regalo de dos nuevas nietas que, unidas a los tres nietos que ya tenía, llenaron de alegría mi vida.
Puedo decir, sin tener ninguna duda que aquella vez fui a pescar y volví cargada de estrellas.


EL PESCADOR de Carmita Díaz


En el año 600 A.C, había un pescador de cincuenta años que vivía con su mujer, en una casita de madera al lado de la cual, pasaba un río.  Un día, se fue a pescar truchas para el almuerzo porque no tenían otro sustento y, nada más llegar, lanzó la caña al agua.  Pasados unos cinco minutos, sintió que habían mordido el anzuelo pero, debido al peso no podía subir la caña.  Cuando lo logró, el pescador se sorprendió al tener ante sí a una enorme trucha que, al verse cogida, le imploro que la soltara, que si la dejaba vivir, ella le daría todo lo que le pidiera.  Como tenía un buen corazón, el pescador la soltó.
De la alegría que le dio, se fue corriendo a su casa para contárselo inmediatamente a su mujer.  Ella, que era muy avariciosa, lo mandó al río para que le pidiera a la trucha una casa donde vivir mejor, aclarando que la quería con jardín.  Al llegar, el pastor la llamó
-¡Truchita, truchita! – y enseguida le dijo lo que su mujer quería.
-Pues, vete pescador, que la tendrás –le contestó la trucha, y así fue.
Pero la mujer era terriblemente codiciosa, un día le dijo al marido que ahora quería un palacio, que  le pidiera a la trucha uno lleno de sirvientes.  El pescador hizo la solicitud a la trucha y ella también se lo concedió.
Pasados sólo unos días, la mujer quiso más.  Decidió que quería ser como Dios, para hacer el día y la noche.
Se fue el pescador al río, llamó a la trucha y se lo dijo
-Mi mujer quiere ser como Dios
Esta vez, la trucha –muy enfadada –le contestó
-¡Vete pescador, vete!
Él marchó y cuando llegó a su casa, solo encuentra escombros.
Apenado, el pescador volvió al río y le suplicó a la trucha que le diera algo, que se habían quedado sin nada, que ahora tendrían que vivir como pobres mendigos en la intemperie.
La trucha le contestó:
-Como tú eres un hombre que tiene muy buen corazón, todas las estrellas del cielo que veas por las noches, serán para ti.

RECUERDOS DE UN ADOLESCENTE de Teresa D.






Cuando yo era un adolescente, pasaba mis vacaciones de verano con mis abuelos, en un pueblo de pescadores.  Recuerdo la experiencia tan extraordinaria que suponía para mí, salir en la madrugada con los pescadores a la pesca de los atunes.  Ellos eran mis amigos y aún hoy lo siguen siendo.
Mis abuelos siempre estaban pendientes de mi regreso y yo, al llegar, les contaba lo que había visto en esas jornadas de pesca con mis amigos y lo que quería hacer cuando fuera mayor.
Aquella fue una época muy bonita y siempre la recuerdo cuando mis padres y yo hablamos de esos veranos y de las ilusiones y proyectos que entonces tenía para mi futuro.


SÁBADO DE RADIO de Luisa Delgado Bello




El sábado oí a nuestra compañera Carmen en su programa de radio, entrevistando a una señora de Fasnia que le contaba sus vivencias en el pueblo, cuando era pequeña.  Creo que le escuché decir que quitaba el mal de ojos con sus rezos tal como lo aprendió de su abuela.  Relató muchas cosas de su pueblo, que estaba muy bonito y limpio y que sus vecinos colaboraban para mantenerlo así.  Eso me pareció la mar de positivo para todos los habitantes del lugar.
Luego, un señor que no recuerdo como se llama, hizo una semblanza de nuestra profesora Isabel.  Narró desde su nacimiento en El Hierro hasta su última poesía inédita que, por cierto, fue recitada por nuestra compañera Carmen con mucho sentimiento y estilo.  A mí me gustó mucho.
Escuchar el programa del sábado que les relato, fue como haber entrado en la mar de Fasnia y luego haber salido con un cesto lleno de estrellas.

EL PASEO de Carmen Margarita



                                                                                               

Elena se sentía agobiada, agotada.  Había sido un día de mucho trabajo.
-Me voy a pasear a la playa –le dijo a Juan.  Él ni se inmutó y ella, cerró la puerta y se fue.
Hacía una tarde preciosa y paseando por la playa, las olas al romper en sus pies con su espuma plateada, iban borrando sus huellas en la arena que, a ella se le antojaban como un hermoso encaje.  De esa manera y casi sin darse cuenta, llegó el ocaso con sus hermosos colores relajantes.  Elena se sentó a contemplarlo y entonces llegaron a su mente pensamientos de antaño.  Como todo recuerdo lejano que añoramos, aquellos que llegaron a ella le dieron sentimientos encontrados; unos buenos y otros malos. Si hubiese podido separar los malos de los buenos, los hubiera tirado a lo más profundo del mar y con los buenos, hubiera hecho un ramo que lucir como estrellas.
Con estos pensamientos llegó la noche cuajada de estrellas que le hizo olvidar el cansancio que había sentido.


martes, 23 de octubre de 2012

MARCADO POR LOS AÑOS de Dolores Fernández Cano




Soy un hombre que la semana pasada cumplió cuarenta años que, por cierto, me están sentando fatal.  Aunque siempre he sido muy dinámico, empiezo a resentirme y reflejo un aspecto cansado.  Esta mañana, afeitándome, adiviné en mi rostro algunas arrugas.  Padezco el síndrome de los cuarentones; la autoestima la tengo por los suelos.
Los amigos que ya pasaron por esta edad, comentan la necesidad que tengo de vigilar mi salud; pasar los chequeos médicos correspondientes y sacrificar algunos caprichitos.  Sufro un estado deprimente que ha sido captado por mi jefe.  Me ha llamado a su despacho para aconsejarme la práctica de algún deporte. Así lo hizo él, que ya tuvo que pasar por este calvario.
Siguiendo su razonamiento, visité una tienda de artículos deportivos.  Como la tarde del jueves la tenía libre, aproveché la ocasión y fue allí donde ocurrió el acontecimiento.  Mi pasmo fue mayúsculo cuando ella apareció, apoyada en un expositor destinado a utensilios y productos para la pesca.  Me sonrió; su rostro revelaba ternura, su cuerpo poseía un aurea virginal y, portaba en su mano derecha una varita.  ¡Es un hada! Esta varita lo confirma, recuerdo que pensé nada más verla.
-Sí, soy el hada que sana las heridas del alma.  Me he enterado de tu estado de ánimo y he acudido a ti dispuesta a ayudarte.  Tienes que luchar, no dejarte vencer por el tedio de los años; debes disfrutar de ellos más bien.
Después de decir esto, me entregó una caña de pescar, diciéndome al mismo tiempo, que la usara bien, día tras día, sin desistir, para que un día de estos le contara que había ido a pescar y había vuelto cargado de estrellas.  A continuación, desapareció de mi vista.
Salí de la tienda, muy confortado, con mi mágica caña, dispuesto a repescar las ilusiones perdidas.



CARGADO DE ESTRELLAS de Natividad Morín





Me llamo Carlos.  Tengo trabajo pero, en mis horas libres voy de pesca.  Ese es mi pasatiempo favorito.  Desde pequeño, mi padre me llevaba a pescar y, gracias a él, me aficioné a ese deporte tan relajante.
Una tarde noche en la que estaba pescando, conocí a una chica que hacía lo mismo que yo.  Me extrañó porque no es habitual ver a una chica entretenerse con la pesca.  La saludé.
-¡Hola! ¿Qué tal? Me llamo Carlos. ¿Has pescado algo?
-¡No! Nada.  Y tú ¿Cómo vas? –me contestó.
-He sacado sólo una cabrilla. Hoy los peces no quieren comer –le respondí enseguida.
-Mira, tengo una lancha, ¿quieres venir?.  Mar adentro se pesca más.
Nos subimos y dirigió la embarcación a unos metros de la orilla.  La joven tenía muchos utensilios para la labor de pesca; incluida una red.  Ella me indicó que la echáramos al agua y así cogeríamos más peces.
Tiré la malla al agua y vi como se hundía hasta llegar al fondo.  Pasado un rato, empecé a recoger.  Pesaba mucho, tanto que ella me tuvo que ayudar.  Estábamos seguros de que estaría llena de peces.  Cuando terminamos de subirla al bote, nos quedamos sorprendidos porque, a parte de algunos peces y toda clase de crustáceos y caracolas, había una gran cantidad enorme de estrellas de mar de todos los tamaños y colores.  Me quedé asombrado porque nunca había visto tantas juntas.  Solamente aquellas del firmamento que guardan tanto misterio.  Miré entonces al cielo y, aprovechando cómo parpadeaban y corrían de un lado para otro, cogí el móvil y estuve sacando fotos a todos esos maravillosos astros. 
Volví a casa cargado de estrellas de mar y del universo.


ENTRE NARANJOS Y ALMENDROS de Mary Rancel




Parte de mi infancia y juventud transcurrió, entre naranjos y almendros, en un bello pueblo del sur de Tenerife.  Allí vivíamos en una casa antigua muy grande, de dos plantas con un patio central enorme lleno de vegetación.  En él había trepadoras y enredaderas como la hiedra y la aromática madreselva, amén de un sinfín de plantas con flores multicolores, arbustos y hasta un ciprés que miraba al cielo, noche y día, incansablemente.
En la parte trasera del caserón, se hallaba una extensa finca plantada de naranjos que, un barranquillo separaba de la zona de los almendros.  Imaginen ese lugar en la época del azahar de los naranjos y las flores de los almendros.  Se creaba una gran alfombra llena de color y fragancias que envolvían la atmósfera agradablemente.
En la finca militaban cantidad de animales, unos en cautividad, otros libres.  Éstos últimos campaban a sus anchas por las huertas, tales como palomas, pájaros, patos, pavos, gallinas, gatos, perros…  Las vacas, cabras y cerdos no gozaban de esa autonomía pero, tenían mucho espacio para moverse. 
En verano nos solían visitar las temidas moscas.  Por eso teníamos, en puertas y ventanas, una tela metálica muy fina que servía de mosquitero, además del imprescindible aparato del flis.  Era un artefacto que llevaba un depósito que se rellenaba con líquido insecticida y luego se propagaba dándole hacia adelante y hacia atrás a un mecanismo manual.  Era práctico y muy efectivo.  En la actualidad, seguramente, será una pieza de museo.
En verano, mis amigas y yo, nos bañábamos en un estanque de poca profundidad ubicado en la huerta contigua a la casa.  Lo vaciábamos para limpiarlo, previamente.  El esfuerzo valía la pena para una semana de baño, por lo mucho que nos divertíamos.
Bonitos y evocadores recuerdos entre naranjos y almendros, armonizados con las nostálgicas vivencias de mi infancia y juventud.

LAS ESTRELLAS DE ÁNGELA de Candelaria Bacallado



                                                
Ángela era una niña de ocho años con mucha imaginación que, aquella mañana, acompañó a su madre a la ciudad.  Iban a visitar a un familiar que vivía en un convento de clausura.  Cuando llegaron y, mientras su madre hablaba con las monjas, Ángela observaba todo el reciento con curiosidad.  Miraba todo con mucho interés, especialmente las siluetas que se movían detrás de las rejas del claustro.
Al regresar a casa, la niña le preguntó a su madre
-¿Por qué no salen a la calle? ¿Por qué no se las puede ver?
-Ellas son personas que dedican su vida a orar por los demás.  Han hecho voto de pobreza.
Ángela pareció quedar conforme con la respuesta.
Una tarde, la niña jugaba sola en su habitación.  Había cerrado la puerta y en los cristales de la ventana, pintó unas rejas.  Estaba muy entretenida, cuando escuchó que tocaban en la puerta.
Era su madre que, al ver los cristales, le dijo:
-¡Ángela! Te he estado buscando por el jardín. ¿Qué juego es este?
-Mamá, jugaba a rezar por los demás.  Me imagino pescar cosas buenas que luego veremos en el cielo, como estrellas luminosas.


RECUERDOS DE MI NIÑEZ de Elvira Martín Reyes




De pequeña, me sentaba a escuchar las bonitas y verídicas historias que mi tía me narraba.  Había una que era muy especial para mi y por eso siempre le repetía
-Tía, cuéntame aquella vez que fuiste a pescar y volviste cargada de estrellas.
Entonces, mi tía comenzaba a contarme.
Era un cálida tarde de agosto y la familia García Pérez decidió ir a pescar a la playa de Los Cristianos.  Ya oscurecía cuando a lo lejos divisaron la silueta de una mujer ataviada con una larga túnica y un velo negro.  Cuanto más se acercaba, más perpleja se quedaba la familia.  De pronto, la mujer se detuvo y, quitándose el velo, descubrió su pálida cara.  Al verla, el hijo mayor de la familia gritó
-¡Mamá, es María! ¡Voy a abrazarla!
María era una antigua niñera que había criado al niño.  Antes de que se acercara, la mujer exclamó
-¡No puedes acercarte porque estoy enferma del pulmón!
La familia se quedó petrificada pero, Mª Isabel, que así se llamaba la mamá del niño, reaccionó rápidamente, preguntándole a María
-¿Dónde y de qué vives?
-Vivo sola y no tengo ni para comer –contestó
Mª Isabel reunió toda la comida y el dinero que llevaban y se los entregó a María con una sonrisa mientras le decía que no se preocupara, que a partir de entonces, nada le faltaría.
De regreso, Nicolás, que era el nombre del esposo, le recordó que aquella era la noche de San Lorenzo.
-Las estrellas brillan  como nunca  pero todas te las has llevado tú, por tu buena obra  -le  comentó, orgulloso.

Esta historia se sitúa en mil novecientos  veinte.  Todavía no se conocía la cura para la tuberculosis, una enfermedad muy contagiosa, por lo que todos aquellos que la sufrían, desgraciadamente debían vivir aislados.

UN DÍA DE PESCA de Candelaria Díaz





Te cuento la vez en que fuimos a pescar y no pescamos ni una fula, así que las papas nos las comimos con unas sardinas en lata que compramos en una ventita de chochos y moscas que estaba por allí cerca.  Al terminar el día de playa, nos fuimos a pernoctar a una casa en el monte, muy cerca de Izaña, donde las estrellas están más a mano.  Nos tendimos en unas tumbonas, mirando al cielo.  La noche estaba limpia, sin nubes y fue impresionante ver millones de luces en la bóveda celeste.  Contemplar aquella belleza, me sobrecogió.  Pensé que en alguna de ellas estaban mis seres queridos.  Me pareció verlos a todos y les mandé un besito diciendo: ¡hasta luego!
Ese fue un buen día.  Un día de pesca en el que no pesqué pero, del que regresé cargada de ¡todas mis estrellas!


HORIZONTE de Paula Lugo




Naty ha estado en casas de acogida casi toda su vida.  Su madre la tuvo a los dieciséis años y enseguida entregó su custodia a los servicios sociales hasta que alguna familia procediera a su adopción.  Lo hizo pensando que eso sería lo mejor para la niña pero, con el paso del tiempo, Naty no encontró ninguna familia que la quisiera y la adoptara.
Cuando tuvo diecisiete años quiso emanciparse para buscar algo de estabilidad en su vida y, enseguida, supo que no podía hacerlo porque necesitaba la firma de sus padres biológicos.  Le dijeron donde podía encontrar a su padre, que llevaba una vida de niño libre que no gustaba a nadie y entre todos, la convencieron, que no le convenía encontrarse con él.
Naty solía ir siempre a un parque con jardines, desde el cual le gustaba contemplar el horizonte, mientras las aves correteaban en grupo a su alrededor.  Ella se sentía tan sola que envidiaba a las aves, tan libres en compañía, mientras ella estaba siempre triste, sin nadie que la comprendiera.  Pensaba que nadie la quería, ni siquiera su mejor amiga.
Tras mucho buscar, encontró a su madre que resultó ser una señora rica que no quiso enfrentarse a la verdad.  Entonces, Naty se sintió más triste y abandonada que nunca.
Tuvo claro que ella construiría una nueva vida en la que nunca más se sentiría sola.  Buscaría novio, uno serio que no se pareciera en nada a su padre, se pondría a trabajar y pronto formaría su propia familia para no vivir nunca más en soledad.  Naty se llenó de optimismo y vio por primera vez muy claro el horizonte.