martes, 11 de marzo de 2014

CARNAVALES DEL 50 de Amalia Jorge Frías




No cabe duda; los carnavales de Santa Cruz han formado parte de nuestra vida.  Son muchos los recuerdos que  afloran en estos días y nos transportan a tiempos pasados, haciéndonos revivir épocas felices de nuestra infancia y juventud. 
Recuerdo cuando tenía ocho años, estar jugando con mi hermano de seis, en la acera de mi casa –cuando  los carnavales eran disfrazados con el nombre de Fiestas de Invierno –y una máscara alta y gruesa, vestida de mora, toda de blanco, la cabeza tapada con un pañuelo rojo y la cara con un velo de seda, se acercó a nosotros y empezó a decirnos cosas.  Pronto, algunos vecinos fueron saliendo de sus casas para colocarse a su alrededor; trataban de averiguar quién era, pero no lo consiguieron.  La mascarita, que hacía gala de conocerlos a todos, se divirtió gastándoles bromas y, cuando se cansó, se fue por donde había venido.

Mi hermano y yo seguimos jugando y, cuando entramos en nuestra casa para almorzar, le contamos a nuestra madre lo bien que lo habíamos pasado con la máscara y lo que nos habíamos divertido.  Ella, riéndose, nos decía que no le contásemos cuentos, que eso no podía ser verdad, al mismo tiempo que dirigía la mirada al sillón más grande de la sala donde, puestas de cualquier manera, se encontraban dos sábanas blancas, un pañuelo rojo y un velo de seda.


EL CUENTO DE LA VIDA de Edelmira Linares





Todos los cuentos tienen un final feliz; siempre envueltos en un halo de ternura e ingenuidad.  Por eso, yo soñaba con que mi príncipe azul me rescatase de la bruja malvada y me llevara a su castillo encantado, donde viviríamos felices por siempre.  Crudo despertar a la realidad mundana, cuando descubres que no hay príncipe azul que te rescate y, pensándolo bien, tampoco lo necesito.  Ahora sé que, como mujer, soy capaz de salir adelante por mí misma; que brujas malvadas hay muchas y que, a lo largo de la vida, te las vas tropezando, eso sí, sin poder librarte del daño que te harán.  También descubres que, como los siete enanitos, hay gente buena y, al final, son con los que te quedas.  Después, cada noche, vuelves a tu particular castillo encantado, donde no hay mayordomos ni sirvientes.
En definitiva, en la vida real no hay sitio para cuentos felices.  Se trata de que escribas tu propio cuento, en donde habrá de todo, bueno y malo, pero en el que tú siempre serás la protagonista.




CENICIENTA de Elda Díaz


Querida Cenicienta:
Espero que al recibo de estas letras te encuentres bien en compañía de tu familia.  Con lo que te costó casarte con el Príncipe Azul, ahora sé que eres feliz con tus seis hijos y, pese a que tu marido tuvo que renunciar al trono, ahora están aún más contentos pues él dispone de todo el tiempo para estar pendiente de ti y de los niños.  Me contaron que, cuando estaba en palacio, malamente lo veías.  Es que algunos tienen la suerte de vivir como en cuento, pero no creas, yo me alegro cantidad de que sean tan felices

LOS DOS LOBOS de Luisa Delgado Bello




Les traigo aquí una versión de la vieja parábola de los indios sioux que cuenta que, el hombre más anciano de una tribu, estaba reunido con sus nietos, a los que solía enseñarles cosas prácticas como el arte de cazar o qué frutos del bosque eran comestibles y cuáles venenosos.  Pero en aquella ocasión les había reunido para contarles un secreto que deseaba compartir con todos ellos.
-Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí –les confesó.
-Es una lucha entre dos lobos –siguió –Uno de ellos es todo maldad, ira, violencia, dolor, envidia y rencor.
Los pequeños abrieron los ojos como platos ante el retrato de ese ser maléfico, el cual, no habían imaginado jamás que habitase dentro de su abuelo y, sin poder esperar ni un segundo, le preguntaron:
-¿Cómo es el otro lobo, abuelo? –a lo que el anciano respondió:
-El otro lobo es luz, bondad, paz, amor, verdad y, aunque no os deis cuenta, esa pelea ocurre también dentro de vosotros y de todos los seres de la humanidad.

Tras pensar unos instantes en ello, uno de los nietos se acercó para preguntarle cuál de los dos lobos creía que ganaría la batalla, a lo que el abuelo contestó:


-Ganará aquel que tú alimentes



LA SIRENITA de Carmen Margarita





Felipe se fue de viaje porque se sentía muy estresado, con tantos problemas como tenía.  Al llegar a Estocolmo, le pareció una ciudad interesante y después de descansar un rato, salió a pasear. Entró en un bar y, al momento, se percató de una chica rubia con cuerpo de sirena y pensó que parecía sacada de un cuento.  Se levantó y se acercó a ella.  Se miraron y eso fue suficiente para sentir algo especial.  Pasaron toda la noche juntos, como si se conocieran de siempre.  Por minutos, nacía el amor, la ternura; florecían todos los sentimientos.   Así llegó el amanecer y Leti, que es como dijo llamarse, le dijo que iba al baño.  Pasó una hora sin que ella volviera.  Felipe, entonces, decidió salir a dar un paseo a la orilla del mar.  De pronto, se estremeció, quería moverse y no podía.  Frente a él, en una roca, vio una sirena de bronce. ¡Qué sorpresa tan triste!; era Leti.  Lloró desconsoladamente, después de lo cual, prometió volver todos los veranos, por si volvía a abrirse el cuento para volver a repetir el sueño que había vivido.  Ya saben, escenario y protagonistas de esta historia son lo único irreal de este relato. 



¡CAPERUCITA, CAPERUCITA! De Teresa Jiménez





¡Ay, Caperucita, Caperucita! ¡qué yo tenga que escribir sobre tu cuento! Esto se las trae, con la edad que tengo, casi más que tu abuelita.  Tu relato acabó con mi inocencia y con la tuya, porque había que ser muy inocente para creernos esa historia que pretendía llenarnos de miedo.
Si tu cuento nos lo echaran hoy, en los tiempos que corren, sería otro.  Si hoy te mandaran  a casa de tu abuelita, Caperucita, lo primero es que no irías, y si acaso, si te mandaran en la época de carnavales en la que estamos ahora, te pararías en todas las plazas donde hay música, dispuesta a comerte al lobo y a todas las piedras que se te atravesaran por el camino.  La vida está muy verde para ti hoy en día, Caperucita, pero…dime,  ¿a quién le cuento yo ese cuento?




EXPERIENCIA de Natividad Morín





Me llamo Carlos, tengo trece años y voy al colegio público.  Estoy en segundo de la ESO.  Mis padres están orgullosos de mí; siempre presumen de tener un hijo responsable y estudioso, dicen que soy un niño modelo.
Soy un poco reservado, por eso me cuesta hacer amigos, pero casi siempre hay compañeros que te hacen cambiar.
En este curso, llegó un nuevo estudiante que rápidamente hizo amistad con todos y, sobre todo, conmigo.  Es muy simpático y espabilado.  Cuando terminan las clases, me espera para salir juntos.  Con él, me siento a gusto y me lo paso bien, tanto que mis padres se han dado cuenta de mi cambio.

Hace unas semanas, en la hora del recreo, cuando fui al baño, encontré al chico nuevo fumando.  Me quedé que no sabía qué hacer.  Quise salir, pero él me dijo  que me quedara, que no pasaba nada, pero no se lo contara a nadie.  Me ofreció un cigarrillo y, horrorizado, le contesté que ¡no!.

Me estuvo insistiendo en que fumara muchas veces, en el baño, en el patio, diciéndome que no lo notarían.  Siempre le había dicho que no, hasta que una mañana acepté.  La experiencia resultó malísima y me bastó para saber que nunca más lo volveré a probar.


LA FLACA De Mary Rancel.


 
Cuadro de Botero

Desde siempre me han llamado “la flaca”; lo tengo tan asumido que, si no lo hacen, me parece raro. Según me han contado, nací con menos de dos kilos de peso, por lo que fui una niña enclenque y melindrosa. Refiriéndose a mí, solían preguntar: ¿cómo está la flaca?. De ahí nació el mote.
Desarrollé, como pude. De adulta, llegué al metro y medio de estatura y treinta y cinco quilos de peso. Por mucho que intenté engordar algo, no lo conseguí. Muchas personas pensaban que padecía anorexia.
A los veinte años, oposité para obtener una plaza en la administración y tuve la suerte de lograrlo. Me enviaron a otra isla, de lo cual me alegré, pues tenía deseos de independizarme. Allí, conocí a un compañero de trabajo muy simpático, guapo, alto, moreno, en fin, todo un buen mozo. Simpatizamos enseguida, pronto nos hicimos novios y nos pusimos a vivir juntos. Nos adorábamos, vivíamos el uno para el otro, pero..., siempre me estaba diciendo: “no tienes más que huesos, en lugar de flaca, quiero llamarte gordi”. Empecé a comer, a pesar de no tener apetito y, poquito a poco, fui subiendo de peso, hasta alcanzar los cincuenta kilos. Mi chico estaba encantado, yo también, por él. Pasado un tiempo, mi apetito despertó y no paraba de zampar todo lo que se me ponía por delante. La báscula me indicaba que parara; iba ya por sesenta y cinco kilitos, mi pequeña estatura comenzó a deformarse con chichas por todas partes. A raíz de esto, mi pareja comenzó a añorar su tierra y pidió traslado para la península –de donde es natural-. Un día se marchó a ocupar su plaza y, desde entonces, no he vuelto a saber nada de él. Mi ansiedad por comer no ha parado, los kilos se han adueñado de mi cuerpo, peso noventa. Parezco salida de un cuadro de Botero. Les aseguro que el ejemplo es el más apropiado, sin dramatizar, ni nada por el estilo.
Pensar que el trastorno que ha sufrido mi organismo ha sido por amor, por complacer el capricho de un novio, ¡me indigno conmigo misma y mi falta de personalidad!. Por ese individuo, que ni tan siquiera tuvo la decencia de decirme adiós.
Me encuentro en lista de espera, para que me hagan una operación de reducción de estómago. Espero haber aprendido la lección y que sirva de ejemplo a otras enamoradas.



IMPRUDENCIA de Amalia Jorge Frías





Tres  o cuatro niños, han entrado en un ascensor, ¡qué temeridad!,  he pensado yo, ¿cómo les dejan subir solos?.  No he terminado del todo mi pensamiento, cuando empiezo a oír los gritos de los niños; se han quedado atrapados. ¡Dios mío! ¡Y no está el conserje! ¿Qué hago?. Voy a subir al piso donde está parado para hablarles y tratar de calmarlos.  He enviado a mi hija a tocarle al presidente para que llame a los ascensoristas y, en el último caso, al 112. Los niños siguen llorando y gritando al mismo tiempo. Les he ofrecido un regalito si se callan y se han apaciguado un poco.

Por fin ha llegado el presidente de la comunidad y ha abierto la puerta, los niños han salido corriendo. La única suerte ha sido que sus padres no se han llegado a enterar y se han evitado un disgusto.



EL SILENCIO De Dolores Fernández Cano.






Con una amarga sonrisa, comienzo este relato para reconocer que en el mundo en que vivimos no se respeta al silencio.
Hace falta silencio para atender la opinión de los demás. Silencio, para deleitarnos con una buena partitura musical. Silencio, para admirar una obra de arte. Con un prudente silencio, se oye el rugir de las olas del mar, cuando rompen en la orilla. Silencio, para escuchar el sonido de los aviones, cruzando el cielo de las ciudades. Silencio, para que en nuestros oídos se introduzca la majestuosidad de la señora tormenta. También es una delicia el silencio de las madrugadas, invitando al descanso.

El silencio es todo un caballero. Apoyada en él, me retiro silenciosamente, no sin antes suplicar, ¡silencio, por favor!.



SECRETOS DE ADOLESCENTE De Mary Rancel





Sin hacer ruido, entró en mi estancia mi nieta favorita –no tengo otra-. Observó a su alrededor y, al percibir que no había nadie más en la habitación, se acercó a mí y, con voz temblorosa, me susurra:
-Yaya, tengo que confesarte algo, pero con la condición de que no se lo comentes a nadie. Es un secreto muy íntimo pero, si no te lo cuento ¡reviento! –su  rostro se ruborizó y la mirada la proyectó hacia el suelo, mientras me lo decía.
-¡Mi niña, me estás asustando! Si  es algo grave prefiero no oírlo. No tengo el cuerpo como para recibir disgustos –le  dije confusa.
-¡Qué no abuela!. No es nada malo, creo yo. Sé que tú me comprenderás y opinarás con razón, como haces siempre. ¡Confío tanto en ti! –indicó  con voz cálida y tierna.
-¡Menos mal!. Me has quitado un peso de encima –suspiré aliviada- ¡Anda! Confiésame lo que tengas que decirme, soy toda oídos –le musité con cariño.
-¡Estoy enamorada! ¡Locamente enamorada! Él es una persona majísima, inteligente, buena…¡es mi hombre ideal!, con el que siempre he soñado –al hablar su cara se iluminó, sus ojos brillaban y su boca sonría con dulzura.
-¡Pero, pequeña, eso es una buena noticia, ya tienes dieciséis años, a tu edad suele pasar. El primer amor siempre se idealiza, aunque no quiere decir que sea el único ni el más importante. Dime ¿quién es él?, ¿le conozco? Estoy segura de que habrás sabido elegir bien –le comenté con agrado.
-¡Claro que sí! Es la mejor persona del mundo, la más maravillosa. Él aún no sabe que le quiero, por eso me ignora . No sé cómo llegar a su alma y necesito recomendaciones. Puede que haya un obstáculo. Me lleva treinta años y, bueno…está casado y tiene una hija de mi edad y además….¡es mi profesor de historia! –se tapó la cara con las manos suspirando.
-Esto pasará cariño, con el tiempo encontrarás a la persona indicada para ti, la que te va a querer mucho y te hará feliz. Estoy segura –dije  esto con firmeza, rodeándola con mis brazos y besando su frente, con amor.
Son cosas de la adolescencia, pensé para mis adentros.




NO DEJES PARA MAÑANA LO QUE PUEDAS HACER HOY De Lucía Hernández





Este es un refrán que he oído toda mi vida. En cierto momento, yo estaba en mi casa pensando que debía  regar unas matas  que tenía plantadas, pero al final decidí dejarlo para el día siguiente.

Por la mañana, nada más levantarme, cogí la regadera y qué extrañada quedé cuando vi que era una cabeza de pollo que me miraba. A mí me dio pena el animalito, ya que de sus ojos salían lágrimas, me fijé mejor y observé que tenía un cuello largo…largo no, ¡muy largo!. Allí había más de diez metros de cuello de pollo. Me lavé la cara y volví a mirar; me había equivocado.  Había cogido la manguera en vez de la regadera.  Y todo eso ocurrió por no haber hecho caso a nuestro refranero que es tan sabio.




LOCURAS De Dolores Fernández Cano



Querido Conrado:
Han transcurrido semanas desde la última misiva. Aprovechando las horas serenas de la tarde y desde la mesa de la cocina, donde me encuentro, te dedico estas líneas, para comunicarte que necesito darle a mi vida un giro de ciento ochenta grados.
Me es indispensable sucumbir a una espectacular locura. No puedo seguir soportando esta monotonía, ansío disfrutar de una sana locura que haga vibrar mis hormonas al mismo tiempo que germine en mí los deseos de vivir. No cabe duda, las divinas locuras exaltan los ánimos.
Conrado, espero no protestes y comprendas el paso que voy a dar. Para empezar, he comprado un coche de alta gama… ¡maravilloso!.
Tengo que dejarte, espero tus noticias, hasta siempre.
 Abrazos de ésta que no te olvida.



Susana insatisfecha.