miércoles, 10 de octubre de 2012

HISTORIAS DE LA TÍA TRINA



      Presentaciones familiares I


El novio de mi prima, una vez consolidada la relación, quiso formalizarla y, para ello la pareja convino en que sus respectivas familias debían conocerse.  Se pusieron de acuerdo para que, en primer lugar, fueran los padres y hermanas del novio los que visitaran a la familia de la novia.  Por aquella época, los coches no llegaban hasta la casa de mis tíos; se dejaban aparcados y, se recorría a pie un trecho, por un camino de tierra, hasta alcanzar la vivienda.  Coincidió que, el día convenido para las presentaciones familiares, cayó un palo de agua y la vía quedó encharcada.  En esas circunstancias, llegaron los invitados, por supuesto, todos muy arreglados para la ocasión.  Las hermanas del novio, calzaban zapatos de tacón alto, que pusieron de pena con el fango del sendero.  Para colmo, a una de las chicas se le ladeó un pie y se hizo daño en el tobillo.  Llegó a la casa cojeando y con un fuerte dolor.  Después de saludarse las familias, lo primero que hicieron fue socorrer a la joven.  Le hicieron lo que pudieron pero, no se le calmaba el malestar.  Para remate, el padre de la novia había salido a practicar unas diligencias y aún no había regresado, por lo que decidieron esperarle para comer todos juntos.  Al fin, llegó pero estaba un poco achispado.  Después de las presentaciones de rigor, le explicaron el contratiempo que la hermana del novio había sufrido en el pie.  Él –como si de un profesional se tratara –con absoluta seguridad, opinó.
-Esto no es problema, yo lo puedo arreglar en un periquete –comentó mientras observaba el pie con detenimiento. –La joven lo que tiene es un jeito y eso enseguidita lo coloco en su sitio.
Y, ¡manos a la obra!.  Cogió por la corva, la pierna de la chica con una mano y, con la otra, por el tobillo y se puso a moverlle la extremidad de un lado a otro, mientras la muchacha, adolorida, exclamaba:
-¡Ay, ay, ay! ¡Déjelo, que me duele mucho!-  Él seguía moviendo la pierna insistentemente al tiempo que comentaba
-Eso no es nada, yo lo pongo en un santiamén.
Ella se quejaba más y más pero, al ver que la cosa iba de mal en peor, optó por decir:
-Por favor, ¡déjelo ya!  Se me ha pasado el dolor.
La pobre, no vio otra posibilidad para que  dejara de manipular su pie.  El resto de la tarde, se quedó sentada en una silla sin decir esta boca es mía.  Hasta el apetito perdió la muchacha.
Más tarde, pusieron música en un tocadiscos y toda la familia, muy animada, se puso a bailar sin parar, incluido el novio, que ya conocía las costumbres de la casa.  La única que se quedó dando conversación a los invitados, fue mi tía, algo preocupada porque éstos no participaban de la actividad familiar.  Apenas se movían de sus sillas y eran poco comunicativos.
Una vez llegada la hora de la partida, se despidieron; unos más radiantes que otros.  La  muchacha del percance en el pie, salió disimulando su dolor y cojera, sin mucho éxito.
Cuando los invitados llegaron al lugar donde dejaron aparcados los coches, el novio preguntó, ilusionado, a los suyos.
-¿Qué les pareció la familia de mi novia?
Uno de ellos, en calidad de portavoz del grupo, contestó
-Son todos unos locos, ¡vaya familia!.  La única que se salva es la señora, a los demás no hay por donde cogerlos.
Todo esto lo contó el novio, después de casado.
La segunda parte de esta historia, tuvo lugar cuando la familia de la novia fue a visitar a la del novio.  No se lo pierdan.  Continuará…


TESTIGO DEL FUTURO de Dolores Fernández Cano




Mi nombre es Lucas.  Seré testigo de un hecho insólito que sucederá en la guagua, la que nos trasladará al trabajo, a mi primo Mateo y a mí. 
Bien acomodados en nuestros asientos, Mateo se quedará ensimismado, con la preocupación de si su jefe habrá regresado de su viaje.  El chófer abrirá la puerta delantera y la veré entrar.  Resultará ser una mujer maravillosa.  Ella vestirá  elegantemente.  Será poseedora de cabellos luminosos, su mirada irradiará alegría y sus andares denotarán garbo y buen porte.  Con sus grandes ojos, buscará asiento; lo encontrará delante de los nuestros.
Mateo, embobado, me indicará su gran deseo; intimar con ella.
-Si pudiera darme a conocer, le enseñaría mis dotes de caballero andante. Si fuere necesario, me inventaré toda clase de artimañas para impresionarla.
Mateo se parará unos segundos para tomar aliento, tras los cuales seguirá relatándome sus intenciones.
-Después de una grata conversación, la invitaré a cenar en un conocido restaurante.  Más tarde, la llevaré a bailar dulces melodías, al mismo tiempo, susurraré palabras cariñosas a sus oídos.  La velada, pudiera acabar en mi casa.  Tal vez la noche nos reservará alguna sorpresa.
Un frenazo inesperado, sacará a Mateo de su  letargo.  Con su mano señalará el asiento delantero.
-¿Y la dama? –me preguntará. 
Y la dama ya no estará. 
-Se  habrá bajado en la anterior parada –contestaré yo.
Mateo se quedará sin ilusión.  Con la conversación, no nos habremos dado cuenta.  Él se encogerá de hombros; no le importará, no perderá la esperanza pues sabrá que, el día menos pensado, el futuro llegará de nuevo y, por fin, se convertirá en presente.



martes, 9 de octubre de 2012

OLORES DE OTOÑO de Candelaria Bacallado







El comienzo de esta estación, trae a mi memoria  añoranza de otros tiempos, cuando vivía en el campo.  Las primeras lluvias dejaban el olor a tierra mojada, unido al perfume del heliotropo.  Este último siempre ha sido un recuerdo olfativo muy peculiar.  Recuerdo salir con mi abuelo en la mañana; en esas primeras horas los olores eran aún más intensos.  Parecía que el rocío humedecía las flores, preparándolas para la salida del sol.  Estos son los recuerdos que me trae el otoño y su olor.



¿FUTURO? de Mary Rancel




Sucederá una tarde suave y luminosa.  Me encontraré por casualidad con una mujer en la guagua que hará el trayecto desde San Andrés al Intercambiador, línea 910.  Se subirá detrás de mí y se colocará en el asiento de enfrente, por lo que no podremos evitar lanzarnos una mirada aunque solo fuese por un instante.  Al lado de la mujer, se sentará otra persona usuaria de la guagua y, una con la otra, se enfrascarán en una conversación.
Yo escucharé su charla debido a la proximidad del asiento y por el tono de voz más bien alto que utilizarán.  Pasarán todo el recorrido muy animadas, contándose sus cosas.
Transcurrirán unos segundos antes de que yo pueda advertir que su diálogo tendrá relación con lo que podría ocurrir en los próximos carnavales.
La mujer le dirá a su compañera de asiento que ella será una de las candidatas a reina de las fiestas y su interlocutora la felicitará deseándole lo mejor… pero, seguidamente agregará:
-Ya veremos lo que el destino te proporcionará en el futuro
En ese hipotético momento, yo me preguntaré
-¿Qué futuro?
¡Pero si el futuro está aún por hacer!


ÚLTIMA GUAGUA de Candelaria Bacallado






Un domingo por la tarde, tres amigas decidieron ir al cine para ver la película “Doctor Zhivago”.  Después de pedir permiso a sus padres, les recomiendan regresar a casa en la última guagua que llegaba al pueblo ¡a las nueve de la noche!
Al llegar al cine, les informan que la sesión de cine es larga.  Esto les ocasiona un problema, por la hora de regreso.  No tienen forma de avisar en casa que llegarán más tarde.  No había móviles, ni siquiera un teléfono  por aquel entonces, de modo que tenían dos opciones: ¡arriesgarse o volverse a casa sin ver la película!
Decidieron entrar al cine y después, ya verían cómo solucionar el asunto. Cuando salieron, efectivamente la última guagua ya se había ido.  Acordaron coger un taxi.  Esperaron durante una hora sin que apareciera ninguno.
Por supuesto, llegaron tarde a casa y recibieron la esperada reprimenda.  Este suceso sería sólo una anécdota si no fuera por el hecho de que sucedió hace unos cuarenta años y que las protagonistas tendrían entre diecinueve y veinte años.

EL PRESENTE EN GUAGUA de Edelmira Linares





Cada día la misma rutina, desde que amanece hasta que oscurece.  Me levanto temprano, me ducho, me visto, tomo lago ligero y salgo corriendo para no perder la guagua y así, aprovechar la mañana.
Hoy, a pesar de ser miércoles, aún me siento llena de vitalidad y muy optimista, lo cual es raro después de una semana tan ajetreada como la que he tenido.
Ya en la parada, me resguardo dentro de la marquesina porque está empezando a llover y no me quiero mojar el pelo porque deseo que me dure bien para el fin de semana.  Acaba de llegar la guagua y subo a ella sin demora para poder sentarme antes de que reanude la marcha.  Una vez acomodada en mi sitio, miro a mi alrededor y me percato de la presencia de una persona que me resulta conocida. ¡Ay!, creo que es mi profesora pero, dudo, porque ella no acostumbra viajar en guagua.  Sigo intrigada, el parecido es enorme.  Claro, estaba de espaldas pero, ahora que se ha girado…¡es ella!, tan vital y risueña como siempre.  Y yo, sin más, le grito: ¡Isabel, Isabel! pero, no me oye.  La sigo con la mirada y veo como baja y cruza la calle.
¡Qué pena me deja no haber podido hablar con ella sobre unas dudas que tengo!  Quería comentarle algo respecto al taller…, es que en la clase no encuentro el momento oportuno para ello.  Pues, no importa, esta tarde la veo de nuevo, como todos los miércoles y tal vez surja la ocasión…



LA GUAGUA de Natividad Morín




Es un día como tantos otros.  Salgo de mi trabajo a la una y media y me dirijo a la parada para coger la guagua.  Hay más gente de la habitual esperando.  Han pasado unos minutos.  La veo llegar, para y empezamos a subir.  Encuentro asiento cerca de la puerta de entrada.   Veo entrar a una mujer junto a su marido y dos hijos, un niño y una niña de unos diez a doce años.  El marido saca un billete de veinte euros para pagar los tickets, con la sorpresa de que él chofer le indica que con no se puede pagar con un billete de veinte.  El señor le responde que no tiene otro más pequeño.  El conductor está mosqueado y, muy enfadado, le dice:
-¡Baje, cambie el billete y espere la siguiente guagua! –pero, el hombre, muy molesto le responde que no se bajaba.
La gente está nerviosa y protesta; todos están deseando llegar a sus hogares.
El conductor, cabreado, llama a la policía.  Al cabo de un rato, los veo llegar.  Le preguntan al chofer qué está pasando y él les cuenta lo que ha sucedido.  La gente le increpa, el matrimonio está muy alterado, los niños lloran.
Uno de los policías le indica al conductor que llame a la estación y cuente lo sucedido.  Éste obedece.
Acaba de llegar otra guagua y los agentes, muy amablemente, nos invita a pasar al otro vehículo.
Todos llegaremos a nuestro destino bastante más tarde de lo previsto. ¡Nunca había visto nada igual!



CONTRAPUNTO de Amalia Jorge Frías




Toda mi vida he viajado en guagua y he sido testigo, muchas veces, de hechos insólitos; uno de ellos es el que voy a contar:
Un día me subí en la guagua y me senté enfrente de una señora muy fina y elegante.  Iba hojeando una revista, muy atenta a lo que estaba leyendo.  En la siguiente parada, se subieron cinco o seis personas más que,  por estar todos los asientos ocupados, tenían que ir de pie.  Entre ellas, se encontraba una señora de más o menos unos sesenta años, muy gruesa y con signos de un gran cansancio.  La dama, motivo de mi atención minutos antes, guardó la revista y, como movida por un resorte, se levantó, se acercó a la que estaba de pie y, amablemente, le indico que ocupara su sitio. ¡Qué detalle!, pensé yo.  A mí no se me había ocurrido… ¡gracias a Dios!, porque la reacción de la otra (por llamarla de alguna manera), no fue la que yo esperaba.  Se encaró con ella y, en vez de darle las gracias, lo que hizo fue insultarla, diciéndole que por qué le ofrecía el asiento cuando ella era mucho más vieja y lo necesitaba más y… muchas cosas más que no quiero mencionar.
La pobre señora, agachó la cabeza y, sin contestar ni una palabra, se volvió a sentar y se puso a mirar por la ventanilla, mientras la otra siguió el viaje de pie y sin callarse durante todo el trayecto.  Con el paso del tiempo, los rostros de las dos se me han ido desdibujando pero, sin embargo, la delicadeza y generosidad de una y la soberbia y poca educación de la otra, no se me olvidarán mientras viva.




lunes, 8 de octubre de 2012

TESTIGO de Elvira Martín Reyes




La imaginación empieza a trabajar cuando subes a la guagua. ¿Veré hoy a la misma gente? ¿Entrará la chica que contó aquella historia de malos tratos?.  La pobre estaba amargada porque había presenciado como un hombre le pegaba hasta la saciedad a una amiga suya y al denunciarlo, la habían citado como testigo.  Ella se preguntaba por qué seguía ocurriendo casos como esos; hechos tan viejos y tan nuevos a la vez.  ¿Falta de cultura o pérdida de valores aún estando mejor preparados que en el pasado?  Recuerdo que la chica opinaba que antes, al no trabajar, la mujer aguantaba más y ahora trabajan y ¡encima las matan! 
¿Dónde estará el término medio? – se preguntaba.  Yo le respondía con un deseo
-¡Llegará el día en que tanto hombre como mujer puedan decidir su futuro juntos, sin necesidad de la ley!, pues mientras ésta no cambie, mal va la cosa…
-Pero esto no ocurrirá antes de que yo tenga que declarar, ¿verdad?
-Francamente, creo que no.  Seguirás preguntándote sin obtener respuestas –le conteste.
-¡Toca, toca el timbre que se te pasa la parada!  y ya veremos en qué acaba esto.



GUAGUAS DEL PASADO de Elda Díaz



En el pasado, las guaguas eran completamente distintas.  Yo me acuerdo de subir a la guagua y ver los sillones de madera y…, el timbre ¡era de risa!, pues había una cuerda que la recorría de punta a punta.  La campanilla estaba cerca del chofer y cuando tirabas de la cuerda, él la escuchaba y entonces, paraba.  Las guaguas del pasado eran pequeñas y con poca gente que subiera, se quedaba hasta la bandera de llena.  Eran otros tiempos y otras las costumbres, así que la gente mayor se salvaba, pues siempre había alguien que les cediera el sitio.


EN LA GUAGUA de Moneiba



La vi entrar en la guagua y me dije: “La conozco de algo, tal vez del colegio…¡claro!, es Ana Mari”. 
¡Había pasado tanto tiempo!  Me miró y nos fundimos en un abrazo. ¡Qué alegría!.  Los pensamientos se nos vinieron todos de golpe, como un huracán.  Queríamos decir tantas cosas en tan poco tiempo que nos pisábamos la voz, la una a la otra.
Llegó el momento de la despedida.  Se bajó de la guagua y oigo la voz de un chico joven que decía: “se ha bajado una de las cotorras”.  Me viré y le dije:
-Cariño, perdona las molestias pero… hacía mucho tiempo que no era tan feliz.



UN VIAJE CON SORPRESA de Teresa D.




Yendo al trabajo en la guagua, en una de las paradas, veo como sube una señora en avanzado estado de gestación.  Me llama la atención lo ágil que se mueve, pese a todo.  Continuamos el trayecto y al rato, noto un alboroto. Miro y es la señora embarazada; ha roto aguas.  Varias personas intentan ayudar.  El chofer es el que más colabora.  Ni se molesta en hacer las paradas habituales, por el contrario, continua el recorrido tocando el claxon.  La gente mira sorprendida porque no sabe lo que pasa.  En la guagua va un chico que estudia medicina y, como puede, ayuda a la mujer hasta que llegamos al Hospital.  Enseguida la atienden.  ¡Es un niño!, un niño sano y hermoso.  Dicen que la señora está tan contenta y feliz que, en agradecimiento al chofer por su buen hacer en un momento tan difícil, llamará al niño con su nombre; Pablo, que es así como se llama el conductor de la guagua.