martes, 5 de noviembre de 2013

¡¡¿QUÉ ME DICES?!! de Candelaria Díaz




Amaneció un día precioso.  Salgo para comprar el pan y me encuentro con mi vecina.
-Buenos días –le digo.
-Los tendrás tú porque yo no he pegado ojo por la Zulina que tose y tose y todo por su fumadera… -me contesta irritada.
-Hay que jorobarse –contesto yo con interés.
-…Y luego, el jaleo de los macas: la hija se lio con un moro, Mohamed se llama, y con los celos le echó ácido y le quemó las piernas y me dijo que lo metió en el trullo –siguió contando la vecina.
-¡Mi madre, qué horror! – dije yo impactada.
-¿Y qué me dices del jaleo de la Pacho, con la Primi que dejó al marido y se lio con el pescadero.  La Pacho, cabreada con los chiquillos, le gritó: ¡Si las gambas hablaran!
-¡Ja, ja, ja!- me reí - ¡Mira que eres cotilla, vecina!

-¿Sí? ¿No me digas? Y tú encantada de oírme…



IMPOSIBLE de Natividad Morín




Era de noche cuando llegué.  Había tal silencio en aquel paraje que invitaba al reposo.  Me recosté en el suave césped y me invadió un sopor.  De repente, me despertó el sonido de la lechuza.   En ese momento, miré al cielo; era una maravilla:  la luna que lo alumbraba todo y las estrellas tan brillantes.  Intenté contarlas; fue imposible.

RÍO SEGURA de Carmen Margarita




Quisiera estar contigo
Y no puedo.
Quisiera recordarte
Y no puedo.
Quisiera percibir tu olor
Y no puedo.
Quisiera mirarme
En tus aguas claras
Y no puedo.
¡Qué pena ser tan cobarde!

Esa soy yo…



TENGO QUE CONFESARTE ALGO de Dolores Fernández Cano




Una mañana, tras una noche agobiante y un sueño intranquilo, reflexiono que no resisto más este remordimiento.  Me está consumiendo, no puedo seguir viviendo de esta manera.  Mi padre es una buena persona.  Él siempre me ha regalado su confianza, su bondad.  Me ha brindado toda libertad para hacer y deshacer a mi antojo.
Cuando acaba su desayuno y antes de dirigirse hacia su trabajo, con gran nerviosismo por mi parte, lo abordo en el pasillo y le insto sin vacilar
-Tengo que confesarte algo
Mi padre hace un gesto con sus manos para luego preguntar
-¿A qué viene esto?
A continuación vuelvo a exclamar enérgicamente:

-¡Tengo que confesarte algo!  Debo confesar que he empeñado tu colección de monedas de oro para liquidar una deuda de juego.  Te suplico perdones mis malos hábitos.