martes, 1 de octubre de 2013

LA IMPRESIÓN de Natividad Morín



Esta historia sucedió por los años cuarenta.  La protagonista tenía setenta cuando perdió la vista, seguramente debido a cataratas, dado que en aquella época no gozaban del control médico del que disponemos actualmente.  Al quedar ciega, sus manos y sus oídos eran su única orientación.  Cuando sus nietos la visitaban, sabía quienes eran tocándoles la cara o el pelo.  Los niños fingían no ser quien la abuela decía y la abrazaban riendo.
Pasado un tiempo, la hija mayor enfermó y al cabo de unos meses murió.  Los familiares temían el momento de contárselo y querían evitarle esa pena.  Pero una persona ciega y encima madre, dispone de un sexto sentido.  Lo supo enseguida y quiso estar con ella, tocarla, ya que no podía verla.  Las otras hijas no pudieron retrasar el encuentro y la llevaron donde estaba la difunta.  Acercó sus manos temblorosas, le tocó la cara y se estremeció al notar el frío de su piel.  Cayó al suelo, inconsciente.

A los pocos días de enterrar a su hija, la enterraron a ella.  La gente de entonces decía que fue de la impresión y del dolor, ahora dirían que fue de un infarto.



SINFONÍA de Dolores Fernández Cano





Clotilde ha logrado introducirse en el metro.  Por el olor a humanidad que impregna sus orificios nasales, percibe que el vagón se encuentra a tope.  Trata de proteger su violín de unos cuantos muchachos que, alocadamente y empujando, han entrado al vagón.  Con un ligero movimiento de cabeza, oye sus conversaciones frívolas, deduciendo por el tono de sus voces, que deben ser muy jóvenes.  Agudiza sus oídos para escuchar por el altavoz su próxima parada.  Se prepara para salir, entonces siente que alguien se adelanta; por el olor a perfume que desprende, supone debe ser una dama de la alta burguesía.
Por fin, llega a la calle.  En su rostro nota el gélido frío de Madrid, propio del mes de enero.  Salvando algunos obstáculos, se encuentra ya en el Teatro Real donde, junto a sus compañeros va a debutar en su primer concierto.

Clotilde siente una gran emoción al rasgar las cuerdas del violín, sonando una dulce sinfonía, gracias a su fino conducto auditivo.


lunes, 30 de septiembre de 2013

RUIDOS de Amalia Jorge Frías





Me encontraba paseando por la carretera junto a mi abuelo, cuando oímos un ruido diferente a los habituales del lugar.
 –Viene una carreta y además viene vacía  -me aseguró él.
 –¿Cómo lo sabes? – le pregunté asombrada
Mi abuelo, que está casi ciego, me contestó:
 –Porque hace mucho ruido.

Yo pensé: igual que las personas, que cuanto más vacías están y menos cultura tienen, como defensa, están alborotando y hablando constantemente, porque son las únicas armas que poseen para hacerse notar.



LA CIEGA DE LAS HIERBAS de Elda Díaz




Era ciega de nacimiento y se defendía muy bien.  Iba a pasear cerca de la casa, donde había una finca ecológica que tenía muchas hierbas aromáticas.  Las conocía todas, aunque no las viera.
Un día, fue a un conocido oftalmólogo que cuando la observó le indicó que deseaba operarla porque estaba seguro de poder devolverle la vista.  Le costó decidirse pero, al final, aceptó.

La operación fue un éxito.  Le parecía mentira disfrutar del prodigio de la vista.  Todo era nuevo para la antigua ciega de las hierbas, ¡tenía mucho que conocer y aprender!



CONFESIÓN de Carmen Margarita



No sé cómo explicar lo que siento.  El mundo está vacío porque para mí los olores son como respirar y… ¿cómo se puede vivir sin respirar?.  Imposible. Les voy a confesar uno de mis secretos, y tal vez entiendan entonces el porqué de mi negatividad.
A través de los años, me fui dando cuenta de que Dios me había dotado de un olfato especial.  Para mí, las flores  y las frutas tenían un aroma delicioso, otras cosas no tanto y otras, eran directamente horrendas.  Claro que eso le pasa a todos los seres humanos.  Lo que me hacía especial era el hecho de que a mí el olor de las personas me hablaba, pero no se confundan, no el perfume que usaran, sino ese olor natural que la gente desprende y que yo llamo de carácter.  Algunos eran ácidos, otros amargos y algunas personas me resultaban definitivamente dulces.  Los compatibles conmigo tenían un aroma distinto, olían a almendra con un toque afrutado.  A través de sus aromas sabía quien me iba a caer bien o mal.

Después de leer mi confesión, entenderán muy bien cómo me siento ahora que he perdido ya el don de tan maravilloso olfato.



DON OLFATO de Candelaria Díaz




Yo me llamo Olfato Perdido, pero sigo en el cuerpo que habito.  Repaso mi camino por los recuerdos, cuando  valía al cien por cien, disfrutaba mucho de las flores, los perfumes y ¡que rico el aroma de los guisos, el conejo en adobo, las garbanzas, el cherne salado y los bizcochos!  Estos y otros muchos me encantaban y de verdad siento mucho haberlos perdido.  No puedo decir lo mismo de otros, ¡que asco las caquitas de los perros, los gases de la refinería y los de los humanos, las basuras…y otros más!

Me quedo con los primeros, desde luego.



INSTINTO de Antidia Iraida Fernández



Caminando por la calle, voy olfateando el aire.  Me llega un olor a narcisos, oigo a los pajarillos cantar; están anunciando que llega el otoño.  Mas, de pronto, oigo música.  Tanteo el terreno, me paro donde me lleva el instinto.  Junto a la música, escuchó un taconeo, ¡esto es un tablao Flamenco!, me lo dicen mis sentidos.  Esa bailaora que baila hace saltar la madera y mi corazón.
Entonces, llega el recuerdo de cuando, de la mano de mi abuelo, entraba en la carpintería, tocaba la madera para aprender, a través del tacto de mis manos, o de los  ruidos que él hacía con sus manos y pies.  Recuerdos tan reales que  siento como si estuviera viviendo ahora aquel momento junto a mi abuelo. 

Él me enseñó a ver donde no había luz, a sonreír en un mundo de tinieblas.


TENGO QUE CONFESARTE ALGO de Candelaria Bacallado



Dos jóvenes amigas paseaban por la ciudad cuando  al llegar a una plazoleta, decidieron hacer un descanso.  Beatriz le comenta a su amiga Ana que le gusta escribir.
-Tengo varias notas escritas sobre las primeras impresiones que tengo de las personas con quienes tengo relación o de quien conozco por primera vez.
Ana se interesa y le dice:
-Me gustaría que me dijeras cuál fue el primer concepto que tuviste de mí.
-Algún día te daré esos escritos –le contesta Beatriz mientras la observa.
Con el tiempo, cada una hizo su vida en países distintos aunque seguían manteniendo contacto por Navidad y alguna vez, por teléfono.
Un día, Ana recibe una llamada de su amiga.  Su voz le parece muy cansada y al preguntarle cómo estaba, Beatriz le responde:
-Estoy algo enferma y como estoy lejos, quiero leerte lo escrito como te prometí.  En realidad, más que una impresión sobre ti, es confesarte algo que debí haberte dicho tiempo atrás.  Hace muchos años supe que tienes un hermano.
El asombro, dejó atónita a Ana y casi no le salen las palabras.
-Más que esa noticia que me das, me interesa saber cómo estás y que te aflige…




SENTIR de Milagros






Cómo me gusta sentarme en el patio de mi casa al atardecer, dejar pasar las horas escuchando todos los sonidos que la naturaleza nos brinda, oler el suave aroma de las rosas mientras siento en mi cara la leve brisa natural en Canarias, a esas horas cuando la tarde empieza a ser noche.  Estando así, el tiempo no existe para mí…



TENGO QUE CONFESARTE ALGO de Teresa Jiménez





Allá por los años sesenta, una pareja se conoció y rápidamente se casaron.  Fue una sorpresa para todos, pero no, no fue por embarazo.  Con el tiempo sí tuvieron sus hijos y los criaron bien, rodeados de cariño.  Ella fue la madre de todos, incluido su marido y cuando los chicos se fueron de casa y se independizaron, las cosas parecían ir bien hasta que un día un marido le dijo que tenían que hablar.  Ven, le dijo, y sentados frente a frente, él le confesó lo que tenía dentro.
-He sido buen esposo y un buen padre pero ahora abro mi armario de par en par y busco mi camino.
Ella le contestó:

-Eres bueno y respetuoso y te agradezco que no sea por otra mujer. ¡Qué seas muy feliz!  Adiós.



LA USURPADORA de Mary Rancel


Nos lo contaba a las niñas en la plaza del pueblo.  Era una señora muy mayor, bisabuela de una de mis amigas del cole,  a quien llamábamos tía María.  La escuché contar lo mismo varias veces y, a pesar del tiempo transcurrido, ha permanecido grabado en mi mente.
Comentaba que, cuando ella vivía en Cuba, conoció a un matrimonio joven que había tenido un bebé precioso, que vivía en una casa con los techos hechos de hojas de palmeras y cocoteros, como casi todas las familias campesinas del lugar y la época.  Nos contaba la tía María que la madre del bebé llegaba a casa después de su trabajo, tan rendida que se ponía a dar el pecho al niño y se quedaba profundamente dormida.  El crío, sin embargo, estaba cada vez más delgado y débil y tenía su tripita muy abultada.  De tal manera lo vieron que lo llevaron a la curandera.  Ésta les dijo que el niño padecía de raquitismo por falta de alimentación.
La madre del niño manifestaba que no podía ser, porque ella amamantaba a su bebé y éste la dejaba sin leche de lo bien que comía.
Pasaron unos días hasta que el niño enfermó de gravedad; parecía un trapito.  Fue entonces cuando el padre de la criatura empezó a sospechar de su esposa.  Pensaba que tal vez no le daba de comer al niño como decía y, por eso, optó por espiarla.
Su pasmo fue enorme cuando comprobó lo que ocurría en cuanto su señora se dormía.  Una vecina que moraba en el techo de la casa entre las ramas, bajaba muy sutilmente, ponía su cola en la boca del niño, mientras ella mamaba del pecho de la mujer.  Así quedó aclarado el raquitismo del pequeño que pronto se repuso.

Por supuesto, en esa época de la infancia yo me lo creía todo y me daba mucha pena el bebé.  Ya de mayor supe que no podía ser real, habida cuenta de que las serpientes son ovíparas y por lo tanto no pueden mamar.  Seguramente, el cuento de la tía María sería una leyenda popular cubana.


ROSAS ROJAS PARA ANA de Edelmira Linares





Caminaba por la gran avenida que daba al parque de siempre, pero este día se le hacía angosto y cuesta arriba.
Compró la prensa, que colocó bajo su brazo, para dar un paseo por el parque, ese que tan bellos recuerdos le traía.  Con cada paso que iba dando, las emociones se iban despertando.  Cada aroma, cada rincón, cada mirada, le recordaba sólo a ella.
Al pasar por la fuente, se sentó frente al reloj de flores que a tanto  agradaba a Ana.  Las risas de los niños correteando, las parejas paseando y la algarabía de la gente hizo que una lágrima se escapara y corriera por su cara, marcada por el sufrimiento.
Hacía ya una década que ella no estaba y aún no había podido llenar el hueco que dejó en su alma, tras su partida.  Con ella se fueron, no sólo los buenos tiempos y el amor de su vida, sino todo lo que no pudieron tener, como esos hijos que tanto anhelaron y ya no podrían tener.

Como cada 10 de abril, al pasar por el puesto de flores, compra un ramo de rosas rojas para Ana, esas que a ella tanto le gustaban.


LO QUE LA LLUVIA ARRASTRÓ de Carmen Margarita




Una tarde de verano, estaba tras la ventana y, de repente, empezó una tormenta increíble.  La copiosa lluvia arrastraba todo lo que encontraba a su paso.  Me percaté, entonces, de un bulto misterioso y llamé a Rosa.
-Rosa, ¿Qué será eso que arrastra la lluvia? –le pregunté.
-No lo sé, tú que eres tan aguda de seguro lo sabrás –me contestó ella.
Me devané la cabeza sin poder averiguarlo.
Rosa me volvió a insistir sí ya lo sabía.  Empezaba a negarlo cuando, Juan entró despavorido gritando:

-¡Nos quedamos sin vacaciones! ¡Nuestro equipaje va calle abajo!