miércoles, 25 de noviembre de 2015

LA CHIQUILLA Candelaria Díaz



Aquella niña quedó huérfana por el temporal de mayo.  Corrieron todos los barrancos de las islas y su madre se ahogó en uno de la Gomera.  Una buena mujer la recogió y crio junto a sus hijos.
Al pasar los años, la señora tuvo miedo de la ya jovencita y sus dos chicos y decidió mandarla a Tenerife con un hermano.  Partió la joven pero, su cuñada no la quiso y se vio en la calle.  Deambuló perdida hasta dar con las monjas, madres de chicas con problemas.  La acogieron, le buscaron un empleo con una alemana.
Con el tiempo, se compró un pisito.  Mucho después, se jubiló y, como era muy inquieta y no podía parar, creó el jardín de su Iglesia, admirado por todos.
Le faltó algo más y tocó aquí y allá, hasta que fundó un Centro para Mayores y lo llamó Flores del Teide.  Con él creo una familia de desconocidos.
Cuando llegó su hora, partió dejando un gran vacío y, como le cantaron en su despedida porque ella así lo quiso:

Cuando un amigo se va, algo se muere en el alma

Y es la pura verdad, recordada María Luisa Mendoza




IMPACIENTE Natividad Morín



Ella miró el reloj, se retrasaba, le había dicho que fuera puntual y ni caso.  No podía esperar más, cuando llegara se iba a enterar, le echaría una bronca que no olvidaría.  Seguro que la próxima vez se lo pensaría antes de atrasarse.  Ella era consciente de que había que darle un poco de libertad para que conociera cómo es la vida y se acostumbrara a los problemas de la calle, pero era tan fácil que cayera ante cosas tan llamativas…Los ojos y los pasos seguirían detrás de esas tentaciones…
Le dijo que no tardara y él era muy inteligente, seguro que lo había entendido, pero como era tan extrovertido, habría hecho nuevas amistades.  Era la primera vez que incumplía el horario de llegada…¿y si se había perdido y no recordaba el camino de vuelta?.  Se tranquilizó; de todas formas llevaba el collar con su nombre y el domicilio.  Alguien lo encontraría y se lo traería. ¡Era la única compañía que tenía!  Su perro era casi humano y lo adoraba.



MI PRIMERA REGLA Dolores Fernández Cano



         Cuando sucedió, fue una experiencia frustrante.  Yo contaba doce años y estaba en el Colegio.  Después de transcurrir las primeras horas de la mañana, aprovechando el permiso para ir al servicio, descubrí aquella sangre que fluía de mi cuerpo.  Pensé que iba a morir.  Sin atreverme a contárselo ni a las monjas ni a las compañeras, ante aquel problema, opté por ocultarlo hasta llegar a casa, si todavía estaba viva, claro.
         Por fin, llegó la hora de ir a comer y, ante mi sorpresa, mi madre ya me estaba esperando con el pañito y procedió a explicarme que aquello era normal pues aparecía cuando nos hacíamos señoritas.  A partir de ahora, me dijo, te visitará todos los meses.
         Así resultó, mes a mes recibí la incómoda visita hasta llegar a la menopausia pero, ésta no me pilló sin preparación, porque me estuve documentando sobre el tema.

         ¡Hay que ver por lo que tiene que pasar nuestro sexo femenino!


MIS DOS REGLAZOS Fanny





         Cuando tenía once años, estaba en el Colegio, Quinto de Primaria.  Un viernes, la profesora dejó como tarea para el lunes siguiente, estudiar las tablas.
         Éramos veinticinco alumnas y ese día, poco después de sonar el timbre, nada más entrar a clase, nos comenzó a preguntar una por una.  Cuando llegó mi turno, me quedé en silencio.  Le dije, lo siento, pero no me sé nada, no pude estudiar porque mi primo me invitó a su cumpleaños.  Ella se enfadó mucho y dirigió su mirada al escritorio.  Sobre él tenía una regla de unos cinco centímetros de ancho.  Me ordenó que pusiera las manos con las palmas hacia arriba.  Con un reglazo en cada mano, me las dejó marcadas, tanto que lloré y lloré…

         -Esto es para que cuando seas adulta recuerdes que si quieres triunfar en la vida tendrás que tener responsabilidad.