martes, 26 de noviembre de 2013

NOSTALGIA De Carmen Margarita



Sentado en mi balcón, contemplo el mar con nostalgia, al tiempo que me vienen recuerdos de mi juventud cuando surcaba los mares con mi velero ¡La niña rosa!.
Viajando desde las Islas Canarias al mar Negro,  he visitado tantos paraísos, razas tan diferentes, distintas etnias, con  tradiciones puras que, con tanto orgullo y cariño, conservan y transmiten…

Llegó el atardecer y las nubes se  han contagiado de mi nostalgia. Por un momento, me parece que lloran y con sus lágrimas, al tocar el mar, se forman islas rojas como rubíes que, a medida que avanza la tarde, se van desvaneciendo para convertirse en un hermoso sueño.

lunes, 25 de noviembre de 2013

UN ALMA HERIDA De Dolores Fernández Cano.


Ha anochecido. Andrea, frente al espejo de su tocador, se viste con sencillez, a continuación retoca su hermosa melena rubia. Ya dispuesta, sale a dar un paseo por la anchurosa plaza del viejo pueblo donde ha fijado su residencia. 
Va meditabunda, como un fantasma, dejando a su paso bancos de piedra, evónimos y acacias, que dibujan sus negras sombras en la arena blanca. En el cénit, la luna brilla, alumbrando el camino de sus penas. A lo lejos, en la torre de la iglesia, la esfera del reloj iluminada, recordándole que el tiempo se acaba, para tomar la decisión de dar por finalizada la relación que la está consumiendo y humillando.
En lo recóndito de este viejo pueblo, con añoranza, contempla sus altas casas, luciendo los balcones abiertos, ocupados por sus inquilinos, que asoman los sudorosos cuerpos para refrescarse del calor veraniego.
Andrea, siente el deseo de comenzar una nueva vida, alejada del monstruo que la hundió en el oscuro pozo de su alma.
Tras echar una mirada a su alrededor, Andrea intuye, que cada final, puede ser un punto de partida.



ENCUENTRO De Amalia Jorge Frías







Es una hermosa noche de verano. Me apetece salir a pasear por el viejo pueblo donde habito, contemplar las altas casas y ver los balcones abiertos, donde muchos de mis vecinos, están asomados, disfrutando del aire fresco que viene del mar.
Cruzo la ancha plaza que a esta hora permanece desierta, me detengo a mirar los bancos de piedra, y la imaginación me hace retroceder en el tiempo; ¡cuantas horas de mi vida he pasado sentada en esos bancos!. Primero, con mis padres, cuando era niña y ellos aprovechaban para descansar, luego con mis amigas, mientras charlábamos, al mismo tiempo que escudriñábamos a los que pasaban; sobre todo para que no se nos escapasen los chicos que a nosotras nos gustaban, por último, con mi novio; ¡cuantas ilusiones y cuantos secretos podrían contar esos bancos, si hablaran!.
Sigo paseando; sola, sin miedo, iluminada por la esfera del reloj de la torre de la iglesia y acariciada por el reflejo de la luna llena.

¡Sí!. Creo que ha sido un gran acierto salir esta noche de mi casa; necesitaba encontrarme con mi soledad.


LIBERTAD De Elvira Martín Reyes




Desde los árboles que rodean la plaza Duggi, se contemplaba una maravillosa vista, pero sobre todo,  el tercero de la izquierda porque caía enfrente de la calle Progreso. Desde allí, subida en su copa tan frondosa, divisaba mi casa y casi la de todos los vecinos.
Con nueve años, trepada en ese árbol y en el silencio de la tarde, me gustaba imaginar cómo serían sus historias y cambiando y mezclando distintos miembros de  familias, iba envolviendo historias muy peculiares.
A las solteras maduras, las casaba con los maridos que yo creía que estaban aburridos y me preguntaba si sus hijos hubieran sido igual de sosos o se parecerían a las solteras que eran muy alegres. Al llegar la noche, escuchaba el silbido de mi padre que me sacaba de mi mundo de fantasías.
–¿Estabas en tu observatorio? – me preguntaba.
 –Claro –contestaba yo-, mañana te comento lo que se me ocurrió.

Mi padre era el paciente oyente, corregía mis historias verbalmente y ambos terminábamos riéndonos a carcajadas.


UNA NOCHE DE SUEÑOS O DE OLVIDOS. De Mary Rancel.




Por  la descripción del poeta deduzco que “La noche de verano”, es una noche triste, en un pueblo vetusto y amado. Esos balcones abiertos en las casas que dan a la plaza, le traen evocaciones y nostalgias, pueden ser del presente o del pasado. La plaza bien pudo se,r en algún momento, fuente de inspiración de un romance, de un amor o un desamor ¡quien sabe!.
La luna, desde las alturas, apenas alumbra, hace que las sombras de árboles y flores sean oscuras, en cambio, el testigo que ve pasar el tiempo se encuentra en la torre donde está el reloj iluminado, mensajero del deslizar de las horas y el espacio, de recuerdos dulces o amargos.
El paseo nocturno vislumbra soledad y tristeza. Cuando existe alegría, se busca a los amigos, para que puedan participar en ella. En este caso, el poeta vaga por el pueblo como un fantasma. Camina solo, sintiendo cada rincón, imprimiéndolo en la retina, para tal vez, pronto olvidarlo.

Supongo que el pueblo fue testigo de parte de su vida, de sus ilusiones y desencantos; su observación es la excusa perfecta para lograr mitigar su dolor, recordar o, llegar al olvido y empezar de nuevo.


EL VERANO. De Elda Díaz





Cuando yo era niña, en el verano mis padres me llevaban a casa de mis tíos y allí lo pasaba muy bien.  Como era la más pequeña, me mimaban bastante. Debe ser por eso que aquellas tardes de verano me gustaban mucho. Cuando mis primos empezaban a tocar toda clase de cuerdas, parecía que las horas no pasaban y cuando uno se daba cuenta, era ya medianoche.

Otras veces, íbamos a la playa todo el día. Llevaba papas y las comíamos con lo que mi tío  pescaba. Y cuando  el verano terminaba, volvía a casa,  esperando feliz que llegara el próximo.

NOCHE DE VERANO De Candelaria Bacallado






Es un pueblo de casas altas con balcones abiertos a una amplia plaza de forma rectangular, con bancos de piedra, ahora solitarios, los arbustos forman setos y dibujan sombras en la arena blanca. La hermosa noche veraniega se ilumina con una luna en su esplendor; en la torre la esfera del reloj detiene el tiempo.

Yo, paseando en soledad, me asemejo a un fantasma, embelesado por la luna veraniega.

VIEJO PUEBLO. De Edelmira Linares.



Paseaba sola, con la compañía de la luna y el bochorno que da una noche de verano. En mi mente, aún podía verme correteando en la vieja plaza del pueblo, donde su centenario reloj nos va recordando las horas que pasan y no volverán.
Sentía nostalgia, a la par que felicidad, de estar de nuevo en casa después de tanto tiempo; sus viviendas seguían iguales y la vieja torre de la iglesia presidía, majestuosa, todo el paisaje.
Se notaba que era verano pues, aun siendo tan tarde, los balcones seguían abiertos, para que el poco fresco de la noche aliviara y refrescara las viejas casas, en las que casi todas tenían plantadas acacias que bordeaban la plaza, dándole, aún si cabe, un ambiente más acogedor.

Me senté en un viejo banco de piedra y pensé en la suerte que había tenido por poder volver a admirar, con mis propios ojos, tanta belleza.


FANTASMAS De Lucía Hernández





Esta es la soledad de una persona que utiliza la ciudad para reflejar sus sentimientos. Las casas tienen sus balcones abiertos y desde allí se refleja alguna plaza con árboles, bancos de piedra...
A las personas mayores nos gusta pasar algunos ratos en estas plazas, ya que resulta muy agradable la conversación, allí contamos algo de nuestras vidas, de nuestra vejez,  ya que siempre aparece algún recuerdo o algún achaque sobre el que hablar.

Mientras contamos estas historias, podemos ver el reloj marcando las horas, nosotros las escuchamos con atención  y así no nos ponemos a pensar que estamos  dando vueltas a la vida  como si fuésemos un fantasma.