miércoles, 20 de mayo de 2015

ENCUENTRO CERCANO. Antidia Iraida.



            Guadalupe y Enrique iban a ver la lluvia de estrellas que había aquella noche en el Valle Ucanca. Cuando iban subiendo por la Esperanza poco después de pasar el pueblo, empezaron a ver una luz que subía y bajaba entre los árboles. ¿Enrique estás viendo lo mismo que yo? Sí hija sí ¿qué será? ¡tiempo de caza no es! ¡calla! ¡a ver si son cazadores furtivos! ¿Y tienen fatal puntería y nos dan?. Ay Enrique ¿y si fueran gente de otro planeta? ¡Ay, Guadalupe, ahora si es verdad que se te fue la pinza!.
            Siguieron avanzando y cuando llegaron a las Lagunetas, la luz desapareció detrás de unos pinos, pero detrás de ellos, salieron dos cosas brillantes  de unos cincuenta centímetros más o menos;  no se podía distinguir lo  que era.
            Guadalupe y Enrique se miraban entre sí cada vez más incrédulos, mientras tanto aquellas dos cosas brillantes seguían avanzando. A todas estas, decidieron parar el coche. Guadalupe, ni corta ni perezosa, se bajó, caminó hacia ellos, cuando estaba más cerca vio que eran dos cuerpos, no dando crédito a lo que veía, mientras que Enrique al fondo, en el coche, le pedía que regresara, que estaba loca. Ella tan emocionada que ni lo oía.
             Mientras, aquellos cuerpos tan pequeños la miraban con sus ojitos saltones tan tiernos, que su instinto maternal le hizo extender sus manos para acariciarlos. Al tanto aquellos cuerpecitos aumentaron su tamaño veinte centímetros.
            Ya en confianza, le contaron:
            -Venimos de un lugar secreto, a ver la lluvia de estrellas.
 Pero le explicaron que se quedaban por allí para que no los vieran porque no querían quitarle protagonismo a las estrellas.
            Guadalupe le hacía señas a Enrique para que se acercara, pero él no se movía del coche, cada momento que pasaba estaba más pálido.
            Uno de aquellos seres la cogió de la mano para mostrarle la “nave” donde habían venido, al par que otro caminaba delante dando saltos. Ella estaba encantada, cuando al cabo de media hora regresó, a Enrique estaba a punto de darle un colapso. Tan mal lo veía que decidieron darse la vuelta porque ya habían visto bastante por el momento.




2 comentarios:

  1. ¡Qué valientes y aventureras somos las mujeres! Guadalupe no le tiene miedo a nada, ¡bravo por ella!

    ResponderEliminar
  2. Muy bonita tu narrativa, pero no explicaste quién es Enrique. MªDolores.

    ResponderEliminar