viernes, 7 de septiembre de 2012

BARQUITOS DE PAPEL (Historia de mi querida abuelita) de Lucía Hernández




Hoy quiero hacer memoria de una historia que llevo en mi corazón.
Mi abuelita se llamaba Martina.  Nació en el pueblo de Puntallana, isla de La Palma.  Allí vivió junto a sus seres queridos; sus padres, hermanos y demás familiares hasta que, ya en su juventud, sin esperarlo y por sorpresa, apareció en su vida un joven llamado Andrés.  Con el tiempo, decidieron unirse en matrimonio y en ese trayecto de su vida, tuvieron dos hijos; uno de ellos fue mi padre.  De esto hace ya mucho más de un siglo.
El trabajo del campo era muy duro y muchas personas de aquel pueblo emigraban a Cuba, en busca de mejor porvenir.  Mis abuelos tuvieron ese pensamiento y decidieron un día realizar el  viaje.  Mi abuela, mujer de campo, veía el mar y su lejanía y, cuando pasaban los barcos, le decía a mi abuelo que parecían barquitos de papel en medio de aquella inmensidad.  Aunque con mucho miedo, mi abuelo finalmente, pudo convencerla.
Hicieron el viaje con sus dos niños.  Se instalaron en La Habana y contaban que lo pasaron muy bien.  Pasados los años, uno de los niños enfermó.  Mi abuela nos decía que lo vieron varios médicos pero el niño seguía malo.  Un día, mi abuelo le comentó, vámonos para Canarias para que nuestro hijo muera allí.  Ella, la pobre, aunque tuviera que pasar el miedo de subir nuevamente a aquel barquito de papel, se decidió, y juntos, regresaron a su tierra.
Todos los vecinos los recibieron con mucho cariño y, al mis abuelos comentarles el motivo de su regreso, todos les informaron que había por allí una señora de esas que llamamos curanderas que tal vez pudiera ayudarles.  Así allí se fue mi abuela y la curandera le aseguró que ella podía curar a su niño.  Aunque le costó mucho confiar en ella, después de haber pasado por las manos de tantos médicos sin ningún resultado, aceptó que tal vez existieran los milagros y… así fue.  Dios creó este milagro; el niño se curó y murió, después de una larga vida, cuando tenía noventa años.
Es una historia triste pero real.  Mi abuela en su día se quedó viuda y no se fue nunca más de su pueblo. 
En Cuba se había acostumbrado a fumar cachimba, como ella misma decía.  Recuerdo que, siendo yo una niña, me repetía siempre, ¡tú no hagas esto, mi niña!.
En su pueblo natal terminó sus días. Había sido muy buena para todos los suyos.  Sólo tuvo dos nietos a los que quiso mucho, igual que nosotros a ella.  Cuando Dios la llamó, ya tenía muchísimos años.
Su recuerdo aún perdura.  Es muy grande y muy bonito.  Hasta el cielo envío una oración y todo nuestro cariño.



2 comentarios:

  1. Bonita y entrañable historia que habla de la vida de nuestros antepasados y de la estela indeleble que ha dejado en nosotros su amor y su recuerdo.

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  2. ES UNA HISTORIA CONMOVEDORA CON UN FINAL FELIZ; ME ENCANTÓ ESCUCHARLA CUANDO LA LEÍSTE EN EL TALLER Y, AHORA AL LEERLA CON MAS DETENIMIENTO ME HA GUSTADO DOBLEMENTE.

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