miércoles, 20 de junio de 2012

LA CARTA de Dolores Fernández Cano





Existen muchas clases de cartas: carta astral perteneciente a los astros, carta blanca; facilidad amplia que se da a uno para que lleve a cabo una misión, carta credencial; la que acredita a un embajador, carta pastoral; escrito por el cual un prelado comunica con sus diocesanos, Carta Magna; que es la constitución de un país, cartas de la baraja…  Pero ninguna de estas cartas tenía nada que ver con la que esperaba Lucrecia.  Día tras día, año tras año, miraba en su buzón deseando encontrar la carta de su gran y único amor.
Cuando eran jóvenes, Roberto se marchó a América buscando nuevos horizontes.  Prometió que nunca la olvidaría y que le escribiría contándole todas sus vivencias en aquel continente.  Por esa razón, Lucrecia no perdía la esperanza y estaba convencida de que esa carta llegaría algún día, pues aún le amaba apasionadamente.
Una mañana, al leer el periódico, el corazón le dio un vuelco.  La noticia decía que un famoso cirujano venía a la ciudad para impartir una conferencia sobre la salud. ¡Oh!, la fotografía era de él.  Se notaba más maduro pero, no había perdido su atractivo.  El nombre y los apellidos también eran los suyos.  Lucrecia decidió que asistiría a la conferencia e intentaría saludarle y le exigiría una explicación.  Tal vez lo estaba juzgando mal pues pudo haber escrito la dirección incorrecta y Correos pudo haberle devuelto la carta… ¡Qué desilusión!.  Cuando fue a saludarle, no se acordaba de ella.  Tuvo que relatarle lo que vivieron juntos antes de su partida.  Roberto, estrechándole la mano con cierta frialdad, le comentó:
-Soy muy feliz en América.  Tengo mi carrera y cuento con un buen trabajo en un hospital.  Me casé, mi esposa espera nuestro quinto hijo por lo que no ha podido acompañarme en este viaje.  Espero que tú también hayas encontrado a tu pareja y seas muy dichosa.
Lucrecia volvió a su casa destrozada.  Se había aferrado demasiado al pasado, perdiendo su juventud, por una simple carta.  Lloró, lloró y lloró…
Cuando se le acabaron las lágrimas, se dijo
-¡Se acabó! Voy a disfrutar y a vivir la vida.  Para empezar, mañana mismo buscaré el mejor restaurante de la capital y comeré, a la carta, un gran almuerzo.  El pasado, una vez vivido hay que dejarlo atrás, ya estoy convencida de eso.  A partir de ahora solo esperaré las cartas comerciales.

2 comentarios:

  1. Como lectora sentí, junto a Lucrecia, su desazón y su tristeza y viví con alegría su determinación de olvidar el pasado para empezar de nuevo. Esto habla de la efectividad del relato.

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  2. Eres verdaderamente excepcional escribiendo, tienes madera de escritora y no te falta imaginación. Cada uno de tus relatos da gusto leerlos más de una vez. Yo aprendo de ti y de las demás compañeras del taller. Debes estar orgullosa de tu trabajo, es magnifico.

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