miércoles, 20 de junio de 2012

RETRATO AGRIDULCE de Elvira Martín Reyes





Corrían los años cincuenta cuando mis padres se mudaron a vivir al Puerto de La Cruz, en Tenerife.  Yo tenía entonces ocho años y ante mí se abrió un abanico de cosas nuevas; unas buenas y otras no tanto.
Entre las buenas, recuerdo el olor a mar.  Mi madre me mandaba a comprar el pescado que traían los barcos de pescadores y era maravilloso contemplar el ir y venir de la gente cantando y silbando; costumbre que hoy se ha perdido.
Uno de los recuerdos que se me ha quedado grabado con más fuerza es lo que pasó en la casa donde nos mudamos.  En ella vivíamos, mis padres, mi hermano y yo, y en la parte alta, una de las hijas del dueño, que padecía de parálisis.  Recién mudados, pronto empezamos a escuchar, por las noches, unos ruidos muy extraños, alrededor de la casa.  Esta especie de crujidos asustaban a todos y los vecinos, incluido mi padre, hacían guardia para descubrir qué estaba pasando y cual era el origen de aquello.  Yo, con mi corta edad, estaba aterrada y era incapaz de atravesar el patio para ir a la cocina pues me parecía que me iban a saltar encima.  Tan preocupada me tenía aquella situación que hablé con mi padre sobre el miedo tan grande que sufría.  Después de escucharme, me respondió que aquel miedo lo tenía que solucionar yo sola, hazlo y después me cuentas, me dijo.  Entonces, yo cogí una chaqueta, me la puse entre los brazos y empecé a caminar a través del patio.  Primero, despacio, apretando la chaqueta como si de un amuleto se tratara.  Después, corriendo.  En eso estaba, cuando mi madre se asomó y al verme así, me preguntó
-¿Qué haces, nena?
-Mamá, estoy paseando al miedo- le respondí yo.
Mi madre, al escuchar mi respuesta, se echó a reír y llamó a mi padre para contárselo y él, mirándome me dijo:
-¿Ves? Ya lo solucionaste.  Tanto lo paseaste que lo asustaste y se fue. ¡Ya no tendrás más miedo!.
Algo después, supimos que aquel ruido lo hacía el hermano de la chica inválida que vivía en lo alto.  Todo con el propósito de asustarla para que dejara la casa; por un tema de herencia. 
Recuerdo que cuando nos enteramos estábamos en Carnaval y mis padres fueron a celebrarlo a la Plaza del Charco.  Bailaron la raspa.  Me parece que los estoy viendo bailar al son de una canción de Antonio Machín; Dos Gardenias.
Fueron buenos tiempos aunque no todo era fiesta.  También había hambre y la gente vivía en unos salones que habían hecho frente al muelle y se alimentaban de plátanos guisados.  Cuando descubrí este hecho, fue uno de los días más tristes de mi niñez.
Hoy sé que en otros países todavía existen este tipo de salones, donde el hambre tapa la razón y la injusticia tapa la cordura.  ¿Dónde pasear este miedo?.

3 comentarios:

  1. Una historia realmente bonita, profunda, con trasfondo

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  2. una historia muy emotiva ,muy bonito Elvira

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  3. Ya sabes que admiro tu trabajo. Tienes un don especial para plasmar lo que quieras en tus relatos. Cada escrito tuyo lo releo y, cada vez me parece mejor. Muchas felicidades.

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