lunes, 14 de septiembre de 2015

EL ABANICO Dolores Fernández Cano




Aquel abanico llegó a mi vida el verano en que mis tres hermanos nos regalaron, a mi hermana gemela y a mí, un abanico a cada una.  Eran muy bonitos, en color marrón, formados por finas varillas que, agitadas con gracia, producían un refrescante aire.  Cuando finalizaba la estación veraniega, nosotras los guardábamos, con mucho mimo, en una cajita de cartón.  Así, los abanicos descansaban del ajetreo que les imponíamos cada vez que los movíamos en nuestras manos para sentir el placentero fresquito.
A lo largo de los años, he compartido lo importante y útil que resulta un abanico para las mujeres, pues además de lucirlo en la estación veraniega, también sirve para combatir los sofocos que nos produce la menopausia.

Un inesperado día, llegó a mis oídos una noticia algo chocante.  Ésta era que en los siglos pasados, las damas de aquella época, para atraer la atención de los hombres, ejecutaban una serie de atrevidos movimientos con sus respectivos abanicos.  Hoy en día, debido a la expansión del aire acondicionado, ha quedado algo relegado, mas yo, estoy convencida de que gracias a mi primer abanico, nació en mí la afición por coleccionarlos.


1 comentario:

  1. Vaya, me ha gustado la historia de tu primer abanico, que dada su procedencia, estuvo destinado desde el principio a convertirse en uno de esos recuerdos esenciales que forman parte de lo que somos. Muy bien. Otro día nos cuentas algo asociado a tu descubrimiento de movimientos atrevidos con abanicos entre las damas de épocas pasadas. El tema se merece un cuento exclusivo para él.

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