miércoles, 9 de octubre de 2013

TENGO QUE CONFESARTE ALGO de Candelaria Díaz



Yo confieso que este caso que voy a relatar es cierto. 
A mi abuelo lo trajeron de Güimar siendo muy pequeño, a trabajar en la finca de Don Sixto Machado en el camino viejo de Candelaria, hoy llamado Camino del Hierro.  Los terrenos de aquel hacendado iban de mar a cumbre, en medio de los cuales había una gran casona.  Tenían muchos peones a su servicio para las labores de cultivo, que faenaban de sol a sol.  Allí trabajó mi abuelo durante muchos años y con el tiempo, también un hijo suyo; mi tío.
Mi tío no llevaba bien aquello de trabajar para el amo.  El sonar de una gran campana que llamaba al trabajo lo crispaba.  Odiaba aquel sonido que lo despertaba al amanecer, para volver a repetirse al caer la noche, hora del descanso para volver a lo mismo, jornada tras jornada.
Un buen día, desapareció la campana y no hubo manera de encontrarla.  Algo después, mi tío le confesó a mi abuelo que había sido él y que se la había vendido al cura del barrio del Perú.  Se llevó una buena tunda, pero la campana, hasta donde yo sé, está hoy en día en la iglesia de La Cruz del Señor.





2 comentarios:

  1. Una confesión deliciosa, por la historia que encierra –rico material narrativo –. He disfrutado mucho leyéndola. Muy bien, Candelaria.

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  2. Siempre en tu linea, el toque irónico, no falta nunca en tus escritos, tanto que sean dramáticos o cómicos.El relato es muy bueno. Felicidades.

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