miércoles, 18 de noviembre de 2015

LA HISTORIA DE MI PELO Dolores Fernández Cano






         Cuando era bebé, mi cabeza estaba pelona; contaba un solo pelo.  Mi madre colocaba un lazo a este tieso pelo mediante un broche a presión.  Transcurrido el tiempo, nacieron más cabellos; eso sí, totalmente lacio, abundante pero lacio. 
         Mi mamá era una enamorada de los rizos y las ondas, por ese motivo me llevaba a la peluquería para que me hicieran la permanente.  Aquello resultaba un martirio, pues enrollaban el cabello mechón a mechón, en una especie de rulos muy calientes; así quedaba el pelo rizado.  Pesaban una tonelada pero, yo permanecía calladita, sin rechistar porque entendía que era mi deber sacrificarme para poder lucir una cabeza con sus graciosos rizos, aunque mi testa sufriera lo indecible. Después de algún tiempo, inventaron otro procedimiento más cómodo, más ligero de hacer el moldeado.  Por mi parte, cuando cumplí los dieciocho años, decidí que no quería más rizos artificiales. 

         En la actualidad, sigo con el pelo lacio y además canoso.  Me gusta, me veo bien, por eso no deseo teñirlo.  Esta es la historia de mi pelo que, por fin, vive como desea, libre de todo convencionalismo.


1 comentario:

  1. Me gustó conocer la historia de tu pelo, Dolores. El párrafo final me invitó a reflexionar sobre la idea de que, tal vez, la historia de nuestro pelo sea el vivo reflejo de la historia de nuestro pensamiento, de cómo se va construyendo nuestra forma de posicionarnos ante la vida. Si así fuera, te veo viviendo como deseas, libre de todo convencionalismo, como tu pelo.

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