martes, 1 de mayo de 2012

AQUEL DÍA EL MUNDO AMANECIÓ AL REVÉS de Edelmira Linares




El teléfono sonó y una gran alegría invadió mi cuerpo.  Era una hora intempestiva y poco usual para una llamada.  Cuando descolgué mis sospechas se confirmaron: el día había llegado; mi hija ya había roto aguas.  En mi cabeza no cabían más pensamientos, todos se entrelazaban y no lograba ponerlos en orden.  Cuando logré tranquilizarme, me arreglé apenas un poco para acompañarles, pero sonó el timbre de la puerta y al abrir supe que era mi nieto que venía a quedarse con nosotros.  Tenían tanta prisa porque creían que el parto era inminente que, en lo que bajé a abrir la puerta, ya estaban en marcha,  prometiéndome entre gritos  que me llamarían en cuanto supieran algo concreto.  Así fue.  Poco después me comunicaron que aún no estaba de parto, que sería sobre las tres de la tarde.  Encendí una vela rogando que todo saliera bien y, por mi cuenta y riesgo, decidí que yo tenía que estar allí y me marché rauda y veloz.  Nada solucioné, salvo mi propia tranquilidad.  Así era, la cosa iba lenta.
Llegué a casa más relajada y, al ser domingo, decidí ir a misa.  Al salir miré el reloj y el tiempo no pasaba y la ansiedad me comía y no sabía cómo calmarla.  Limpié la escalera, sin tener necesidad de limpieza, baldeé la acera, cosa que no hacía desde que Franco era corneta.  Imagino lo cómico de la situación, cuando una vecina me preguntó que hacía con tanta marcha un domingo y además, recién operada como estaba.  Aquí, quemando adrenalina, para que el tiempo pase rápido, le conté.
Llegó la hora prevista y me faltó tiempo para estar en la clínica.  Una vez allí, fui testigo de una experiencia inimaginable para mí.  Había una familia en la misma situación que yo, con la gran diferencia que ellos eran muchos y estaban disfrutando del acontecimiento en vivo, a través de las nuevas tecnologías.  Eso me asombró y a la vez me entristeció, ya que yo ignoraba lo que estaba ocurriendo con mi hija y como lo estaba pasando, así que decidí informarme.  Me llevé una bonita sorpresa cuando me dijeron que podía pasar a paritorio.  Una vez dentro, descubrí que ya todo había pasado.  Mi hija radiaba felicidad y yo pude tomar a mi nuevo nieto en brazos, apenas unos minutos después de haber nacido.  Estaba tan agradecida y contenta que no dejaba de dar las gracias a todos aquellos que me permitieron disfrutar de aquel mágico momento.  Lo vivido fuera no era real.  El mundo no está al revés, lo viramos nosotros con nuestras fantasías, pero lo que yo experimenté sí era real y jamás olvidaré el domingo 11 de marzo de 2012.

2 comentarios:

  1. Me emociona descubrir con cada escrito tuyo, la seguridad que vas adquiriendo en lo que haces. Magníficos progresos aunque estoy segura de que tus dotes estaban allí; el taller sólo te ha ayudado a sacarlas poco a poco a la luz.

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  2. ¡Que maravilla! eso lo viví yo hace más de siete años y se lo que se siente. Estoy contigo en todo. Felicidades

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