martes, 19 de noviembre de 2013

SÓTANO de Lucía Hernández



Cierto día tuve la ocasión de encontrarme con una señora que se llamaba Rosa María.  Empezamos a contarnos algo de nuestras vidas o, mejor dicho, de nuestras penas; ellas las suyas y yo las mías.
Me parece que, aunque ella no me lo dijo, Rosa María podía tener unos cuarenta años.  Me comentó que tenía un sótano donde escondía muchas memorias y ocultaba un dolor que, aunque muchos creyeran que se había ido para no volver, allí estaba bien guardado.
Yo pensaba en como sería aquel sótano y tantas vueltas le di que enseguida caí en cuenta de que yo también tenía uno; mi corazón.  Ese es mi sótano, el que me habla, el que me escucha, el que me ayuda a llevar todas mis penas, el que me da consuelo…
Esta señora me sigue contando:
-Yo tengo dos gatos que me hacen compañía y me dan cariño.  Cuando yo salgo alguna tarde, ellos me despiden desde el balcón.  Lo hacen con tristeza.  Nos miramos con pena porque a veces empieza a llover y hace frío.  A ellos solo les importó yo, no quieren que me moje.
Un vecino suyo la critica por su forma de ser, pero a ella no le importa y yo coincido con ella.  A ese narrador que todo lo ve y todo lo sabe, mejor le vendría acostarse a dormir, pues es un peligro entre nosotras.



2 comentarios:

  1. Mandar a dormir al narrador omnisciente me parece genial. ¿A quién le importa el dolor ajeno ni como son los sótanos donde escondemos nuestras tristezas?

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  2. Tu sótano es tan importante como el que tenemos todas, unas más oculto que otras.Los cotillas siempre existirán, no queramos privarles de su imaginación irreal ,que ha ratos les hace felices.

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