DOS PALABRAS
Se acercaba la Navidad; la gente iba por las calles más deprisa que habitualmente, ajenos a lo que pasaba a su alrededor. Mi amiga y yo entramos a un bar a tomarnos un café aunque, lo que realmente queríamos, era hacer un alto en nuestra mañana de compras para descansar unos minutos. Allí estábamos cuando, de pronto, algo me impulsó a mirar hacia la puerta en el mismo instante en que entraba en el local un chico joven que, según mis cálculos, debía tener unos veintitrés o veinticinco años. Alto, rubio, con ojos claros pero, tan tristes que, mientras hablaba con mi amiga, no podía apartar la vista de él. Ví cómo se dirigía, muy resuelto, al dueño del establecimiento para pronunciar sólo dos palabras:
- Tengo hambre.
- Siéntate en la barra – oí que le contestó y, unos pocos minutos después, le sirvió un plato rebozado de comida y una botella de agua.
El chico comió sin prisas pero sin parar, hasta dejar el plato completamente limpio y, con la naturalidad que percibí en él desde el primer momento, volvió a dirigirse al dueño, pronunciando otras dos palabras:
- Muchas gracias- después de lo cual, dio media vuelta y se marchó.
Yo me quedé absorta y no puedo explicar lo que sentí. Era como si una voz interior me dijera: “esto es parte de la Navidad; personas que de verdad tienen hambre y otras que no dudan en darles de comer”.
Todas la Navidades son diferentes, todas tienen algo que las hacen especiales; la de este año 2011 quedará para siempre en mi memoria y en mi corazón, marcada por esta vivencia que he querido compartir con ustedes: ¡Feliz Navidad!