María siempre fue una joven responsable, terminó la
carrera de económicas con brillantes calificaciones y su ilusión había sido
encontrar un buen trabajo y vivir independiente. Cuando lo consiguió, se sintió
realizada. Lo primero que hizo fue
comprarse un coche, y sin pensarlo, se encontró con dos hipotecas que pagar. A
partir de entonces, ya su vida no fue tan placentera como ella deseaba. ¡Sólo
serán unos cuantos años!, pensó, pero se equivocaba, al no contar con que la
vida podría cambiar. Cuando menos se esperaba, una gran crisis asoló el mundo y
muchas empresas se vieron en la necesidad de cerrar, entre tantas, la de ella
fue una de las primeras. Y de la noche a la mañana, perdió el trabajo, el piso
y el coche ya que, como es obvio, el banco se lo quedó todo.
La familia le ofreció ayuda y su abuela le regaló una
casita y un terreno que tenía en el campo, donde María, cuando era pequeña,
pasaba parte de las vacaciones de verano.
Ella lo agradeció mucho y pensó, lo venderé y el
dinero que obtenga lo invertiré en un pequeño negocio. Con esa intención fue a
verlo.
Mientras viajaba, iba muy triste y deprimida pensando
en tantas cosas adversas que le habían sucedido, pero al llegar y verlo, fue
como si le inyectaran una nueva vida. Aquellas tierras que ella creía abandonadas,
estaban llenas de flores y el aire resonaba en sus oídos como si de una música de bienvenida se tratara. La
casita estaba intacta y parecía sacada de un cuento de hadas, ¡cómo he podido
olvidar algo tan bonito!, exclamó en voz alta.
Me quedaré a
vivir aquí para siempre, voy a sembrar todo esto de flores, con el tiempo
construiré un invernadero y viviré de lo que me produzca. Cambiaré la ciudad por la naturaleza y seré
feliz como siempre he querido, con mi esfuerzo, trabajo y sin depender de
nadie.