La noche del
29 de julio de 1967, alrededor de las ocho, ocurrió un suceso muy fuerte y traumático para mí. Esa noche eligieron a Mariela Pérez Branger
como Miss Venezuela. Yo estaba sola con
mis niños en el piso donde vivíamos en Caracas.
Maribel tenía seis años y Miguel Ángel un año y pocos meses. La tierra se sacudió de una manera terrible y
tuve la sensación de que todo se iba a desmoronar encima de mis hijos. Dios me ayudó a bajar las escaleras con ellos
en mis brazos. En ese momento, Miguel,
mi esposo, subía por nosotros y al encontrarnos casi no podíamos avanzar,
parecía que el mundo se nos venía encima.
Con la ayuda de mi esposo llegamos a la calle. Vimos las aceras y las avenidas rotas, casas
derruidas, miedo y espanto en la cara de todos.
En el interior del país, la tierra se tragó pueblos enteros. Fue una catástrofe terrible y murieron muchas
personas. Después de aquello, yo no
quería volver a mi piso y paso algún tiempo antes de que lo hiciera. Todavía hoy, después de tanto tiempo, tengo
el miedo en el cuerpo al recordarlo.
viernes, 11 de mayo de 2012
EL SILENCIO DE ZULIMA de Natividad Morín
Zulima era
una niña de los países árabes que vivía con sus padres y sus tres
hermanos. Ella era la pequeña. Su padre no la dejaba salir con nadie. Sus amigas la iban a buscar para dar un paseo
y ella tenía que decir que no, porque no se lo permitían.
Un día salió
del colegio con sus amigas y como todas las niñas, caminaba riéndose por
cualquier tontería. Uno de sus hermanos
la vio y como se iba riendo, fue hacia ella, la cogió del brazo y la llevó casi
a rastras para su casa. El hermano se lo
contó a su padre y éste la castigó. La
niña recibió el castigo en silencio y a partir de entonces solamente salía de
casa acompañada por su madre. Todo
aquello la tenía muy triste.
Zulima sabía
que cuando tuviera una edad casadera, tendría que contraer matrimonio con el
hombre que su padre le había asignado desde que nació. Era por eso que no le permitían salir pues
debía llegar virgen al matrimonio para de esa manera no ser repudiada por el
marido y toda la familia.
UNA DILATADA CARTA de Amalia Jorge Frías
Hace algunos
años, cuando la situación estaba aún peor de lo que está actualmente, el
cincuenta por ciento de la juventud masculina se vio obligada a emigrar, sobre
todo a Venezuela, aunque también a países de Europa, como Suiza y Bélgica. Muchos se iban antes de que los requirieran
para el servicio militar, por lo cual después, aunque no tuvieran suerte, se
veían obligados a permanecer fuera muchos años.
A pesar de
marcharse jóvenes, muchos de ellos ya tenían novia y el único contacto que les
unía por dos o tres años eran las cartas, mientras que ellos se iban afianzando hasta que terminaban casándose por
poder. Otros, con la separación se iban
olvidando, conocían a otras chicas que tenían más cercanas y se casaban con ellas.
Andrés y
Milagros empezaron el noviazgo con catorce años ella y dieciséis él. Cuando Andrés se marchó, Milagros creyó
morir, perdió el apetito, no quería salir de la casa y así fue por un par de
meses hasta que recibió la primera carta.
En ella Andrés le decía que lo estaba pasando mal pero que cuando
tuviese las cosas más claras, mandaría el poder, se casarían y pronto estarían
juntos.
Con esa
carta, Milagros volvió a revivir y empezó a hacer la vida normal aunque siempre
pendiente del cartero. Así pasaron los
meses, los años pero, no recibió ninguna más.
Un día, tenía ya cerca de treinta años, se decidió, arregló los papeles
(como se decía entonces), y pese a que toda la familia le aconsejaba lo
contrario, cogió un barco y se fue a Caracas.
Llevaba con ella la dirección de Andrés y allí se pensaba presentar para
darle la sorpresa. Ella quería saber qué
hacer con su vida, no podía estar supeditada a una carta, que de tanto leerla y
llorar encima, ya ni la letra se entendía.
La travesía
en el Santa María, que tal era el nombre del barco, duró quince días y en el
transcurso de ellos, Milagros llamó la atención a un oficial muy apuesto. Le sorprendía que una mujer como ella viajara
sola y enseguida entabló conversación y se ofreció a enseñarle el barco.
Gracias a
eso, a Milagros no se le hizo tan largo el tiempo y cuando el barco atracó en
La Guaira, lo estaba pasando tan bien que sólo quiso ver lo que podía desde la
cubierta.
Imaginemos
la sorpresa de la familia cuando la vieron regresar tan pronto y las ganas con
las que rompió aquella carta.
Todos
entendieron que todo había sucedido porque su destino era enamorarse y casarse
con aquel oficial en altamar y tuvo que embarcarse para que se cumpliera.
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