jueves, 13 de diciembre de 2012

VILLANCICO de Edelmira Linares





Se acerca la Navidad o casi estamos en ella y, sin querer, nos afloran muchos recuerdos de vivencias acumuladas a través del tiempo, mientras disfrutábamos de estas fiestas.  Sin saber por qué, de repente me ha venido a la mente el recuerdo de una Navidad fuera de casa.  Tenía muy corta edad y no sé con exactitud los años que tendría, pero lo que no se me ha olvidado es lo bien que lo pasé.
Fui invitada a pasar las fiestas con unos familiares que vivían en el pueblo de San Miguel.  Caminando, cargados con enseres y dulces; yo con un bolsito donde llevaba mi ropa de fiesta y un abriguito para no pasar frío, tomamos rumbo a través de veredas, cortando caminos según decían y, claro está, calzando mis cholitas de esparto.  Cuando al fin llegamos, ya tarde -noche, era tal el ambiente que allí se respiraba, que creo no olvidaré nunca aquel bullicio y aquella alegría.  ¡Tanta gente en la calle, tocando panderetas, guitarras y cantando villancicos!
No recuerdo qué comimos, ni dónde dormimos, solo ha permanecido en mi memoria  lo divertida que fue aquella Navidad, lo bien que lo pasé en la Iglesia, por las calles, brincando y cantando lindos villancicos, en concreto uno de ellos me gustó muchísimo, cuando todos cantaban:

Hacia Belén va una burra, rin rin,
cargada de chocolate …


Mientras escuchaba la letra con atención, yo pensaba: ¡Quién pillara esa burra!





martes, 11 de diciembre de 2012

SALVADOS de Natividad Morín



La mañana permanecía tranquila.  Él estaba preparando la reunión de accionistas y esperaba que todos estuvieran de acuerdo con lo que iba a proponer, pues se encontraban en juego muchos puestos de trabajo.  Su padre estaría orgulloso si lo viera.  Estaba sacando adelante el negocio que él le había dejado, con mucho acierto.
Tenía una familia: su mujer y dos niñas.  Una familia maravillosa y un negocio floreciente.  Lo tenía todo y le daba gracias a Dios por ello.  Pero…, nada es perfecto.  Cuando se hallaba organizando los papeles, sonó el teléfono.
-¡Señor! –le dijo la secretaria -¡le llaman de su casa, es urgente, hay fuego en su edificio!.
Él dejó todo y salió corriendo y, ya cerca de su dirección, vio a los bomberos dirigiéndose a donde estaba el siniestro.
No lo pensó, se dio toda la prisa que pudo para llegar a su vivienda, que estaba en primera planta.  La policía quiso impedir que se acercara pero, gracias a su agilidad, pudo realizar su cometido: ¡salvar a su familia!.

EL CRUCERO de Edelmira Linares




Iba a ser un viaje maravilloso, que había logrado conseguir después de mucho esfuerzo.  Sería la primera vez que estaría en alta mar durante tantos días.  Salimos del puerto de Barcelona, rumbo a un crucero por el Mediterráneo.
Era un barco divino, de mucho lujo y lleno de confort, con camarotes con vistas al exterior.  Podíamos disfrutar de atracciones, animación y hasta de piscina y, en ocasiones, barbacoa.  Por las noches me encantaba arreglarme para bajar a cenar.  Nos trataban como reinas y teníamos un camarero pendiente de cualquier cosa que nos faltase.
Hicimos varias escalas y bajamos a tierra en muchas ocasiones para conocer distintas ciudades.  Uno de esos días, nos tocó visitar la enigmática y versátil isla de Capri.  Fue una jornada complicada –quien lo iba a imaginar –. Aunque la isla me cautivó, algo hacía predecir que sería un día para el recuerdo.
De vuelta, en la lancha que nos acercaba al barco, cansada y magullada por un tropiezo que tuve, en medio de un mar embravecido que dificultaba la maniobra, allí estaba yo, a punto de subir al barco por la escalinata de soga.  Mientras veía a mis compañeras, acceder al navío en situación tan peligrosa, me sentí incapaz de hacerlo, sin embargo, tuve que sacar valor.  Llegó mi turno y no sé lo que ocurrió.  El caso es que de repente me vi colgando del brazo de un marinero que ayudaba a subir.  Fue tal mi desesperación que saqué fuerzas, era tan grande el miedo que, colgada del cuello de aquel hombre, le grité.
-¡Por Dios, no me suelte! ¡Le ruego que me coja por donde quiera y me lleve hasta el barco, por favor!
Así lo hizo, por suerte.
Cuando por fin mis pies tocaron piso firme, solo me faltó besarle y, aún hoy, dudo si lo hice o no, dado el estado de trance en que estaba.
Se cumplió el dicho y, después de la tormenta llegó la calma.  Esa noche tuvimos una gran fiesta de gala donde nos reconocieron por nuestro trabajo anual y fuimos galardonados.
El crucero continuó sin mas incidentes y hoy puedo decir que a pesar de todo lo que ocurrió aquel día, para mí fue un sueño que se hizo realidad y aquel viaje forma parte de mis mejores recuerdos.



lunes, 10 de diciembre de 2012

EL BODEGÓN de Carmen Margarita




Sabía que la debilidad de mi hija eran los cuadros antiguos y los óleos, en especial un bodegón que yo tenía en el comedor.  Las frutas y verduras parecían recién cogidas de la huerta.  De pequeña solía sentarse frente a él y decirme: ¡si huele a higos!.
Me senté frente al cuadro y parecía que me decía: ¡me falta la mirada de ella!.  
Con estos recuerdos y reflexiones llegué a una conclusión.  ¿Dónde iba a estar más bonito aquel bodegón que en el comedor de la casa de mi hija?.
Lo descolgué y se lo regalé en su cumpleaños.


OASIS de Mary Rancel




Una joven pareja se alojaba en un elegante hotel situado a las puertas del desierto del Sahara, en Túnez.  Llevaban una semana conociendo el exótico país pero, les faltaba conocer un oasis.  Como ambos poseían un espíritu aventurero, alquilaron un vehículo idóneo para llevar a cabo su odisea.  Aprovisionados de alimentos y agua, emprendieron el viaje hacia lo inexplorado.  Previamente, se habían asesorado muy bien del rumbo que debían tomar y, sabían por sus habitantes, que el oasis más cercano se encontraba a una hora de distancia desde el hotel.
Se adentraron en el inmenso desierto, ilusionados, siguiendo al pie de la letra las recomendaciones recibidas.  Había transcurrido algo más de una hora de trayecto, cuando el vehículo se paró en seco.  Después de examinarlo exhaustivamente, se dieron cuenta de que se le había agotado el combustible y que se encontraban a la deriva, desorientados.  Dudaron qué debían hacer y optaron por dejar el coche y continuar a pie; no podía faltar mucho para encontrar el deseado oasis.  Cogieron algunos víveres y una cantimplora con agua y se pusieron a caminar bajo el ardiente sol.  Pasado un largo rato, la chica no pudo más y cayó desfallecida sobre una duna de fina arena.  Se les había agotado el agua y los alimentos.  El muchacho se encontraba extenuado por el esfuerzo y deshidratado por el calor, no obstante, sacó fuerzas y cogió a la joven en sus brazos, para continuar andando por el desierto, con su preciada carga, rogando que apareciera alguien que les ayudara.  Al fin, a lo lejos divisó una arboleda.  No será un espejismo, pensó. No, era real.  Con dificultad llegó al oasis, feliz por alcanzarlo y encontrar el agua para su amada que aún permanecía en sus brazos debilitada.


LA MÁQUINA DE SUS RECUERDOS de Dolores Fernández Cano




Emilia contempla, por enésima vez, su vieja máquina de de escribir.  En ella aprendió mecanografía.  Sus finos dedos han aporreado velozmente el teclado de esta máquina que siempre ha respondido con gallardía.
Con tristeza, rememora la cantidad de folios que le introducía para después imprimir los temas que enviaba, tiempo atrás, a sus clientes.
Se van a mudar a otra casa, más actual.  Su hija Anabel y su marido lo quieren todo nuevo.  Justamente por eso, está obligada a deshacerse de su pícara y adorada máquina.
¡La cantidad de carretes que, con el transcurrir de los años, le habrá comprado!.  Metros de cintas gastadas en su juventud; cuando enviaba las cartas a su novio que cumplía el servicio militar en Sidi Ifni.
Fue su confidente, la primera que se enteró de sus secretos, por eso siente este dolor al tener que desprenderse de ella.


RAMAJES de Candelaria Díaz




Hoy me siento depre.  La tristeza me está invadiendo.  Salgo a coger aire, camino y me adentro en un bosque cercano.  Un bosque de altos árboles.  Respiro hondo y me impregno de su olor a pino.  Mi mente divaga.  ¡Cuántos amores perdidos en sus troncos rubricados!.  Hay paz y quietud pero, me siento sola.  Dicen que Dios acompaña; no saben que a ese lo cargo siempre conmigo y… ¡me llevo a su madre también! aunque, yo necesito a la mía y a muchos otros.  Esos rostros los conservo nítidos.  Los del Hijo y la Madre, me cuesta pues les han puesto tantas caras.  Yo me quedo con el tacarontero y la Chaxiraxi y ¡así voy por este planeta! hasta que toque visitar el otro.
Este bosque sintió mi soledad.



MI HERMANA NATI





A mi queridísima hermana,
que me estará viendo desde el cielo


Cuando vi la fotografía sobre la que tenía que contar esta semana, enseguida me vino a la mente el recuerdo de mi hermana Nati por los maravillosos trabajos de crochet que hacía.  Con un simple ovillo de hilo, ejecutaba unos trabajos de pura filigrana.
Antes de ponerse malita, hizo unos manteles preciosos para los altares de la Iglesia de Vilaflor pero, le faltó tiempo para unirlos a la tela.  No logró verlos puestos pues, por desgracia, falleció antes de terminarlos.
Al año siguiente de su muerte, se casó su hija.  Entre todas las amigas que había dejado en el pueblo mi hermana, terminaron todo el trabajo que faltaba para que estuviera listo ese día tan especial.
Cuando mi sobrina entró del brazo de su padre, se encontró con los preciosos encajes  que había hecho su madre, pegados al mantel del altar de la iglesia donde iba a casarse.  Parecía que mi querida hermana estaba flotando entre nosotros.

LA IMPORTANCIA DEL DEDO ÍNDICE de Teresa Darias




Efectivamente, con el dedo índice en alto, podemos decir mucho: señalar a una persona en un momento determinado, como signo de meditación, para imprimir nuestras huellas dactilares…  Igualmente, para mejorar nuestra visión, el dedo índice en posición de enfoque y desenfoque o, la unión del índice al pulgar, dicen que es signo de armonía.
Muchas son las utilidades de nuestro dedo índice; indicativo de todas las cosas que he enumerado y de muchas más.  Pareciera que, al final, con solo una señal de nuestro dedo, lo decimos todo.


CUÉNTAME UNA HISTORIA de Carmita Díaz




En uno de  los cumpleaños de mi abuelo, fui junto a toda la familia a felicitarle.  A mi me gustaba mucho ir a casa de mis abuelos, pues él tenía una biblioteca enorme porque, en sus tiempos, leía mucho.  Yo creo que soy igual que él pues, desde pequeño, me ha gustado mucho la lectura. Adentrarme en la lectura sin que nadie me observe y aprender todo lo que los libros enseñan.  Ese día, en que fuimos a casa de mi abuelo, aproveché para ver si encontraba un libro con una historia bonita pero, por mucho que estuve buscando, no encontré lo que quería.  Vi un libro caído en el suelo, lo cogí y empecé a leerlo, rogándole que me contará una historia.  Lo hizo, a partir de entonces nunca he parado de leer.