miércoles, 3 de octubre de 2012

OLORES Y AROMAS de Dolores Fernández Cano




Regina se encuentra ante el ventanal de la residencia donde habita desde hace algún tiempo.  Observa el inmenso jardín.  Sus ojos se fijan en el resurgir de las flores y en el césped verde, recién cortado por el jardinero.  Cuando llega a su nariz el olor a primavera, no puede evitar recordar aquel amor de juventud que no llegó a buen puerto y se marchitó con el cumplir de los años.
-Sin duda, mi juventud perdura en el pensamiento; huele a entusiasmo, ese aroma me persigue agradablemente.
Regina vuelve su mirada hacia la estancia que ocupa, percibiendo en el marco de la puerta, la figura recostada y esbelta de don Ernesto que, risueño, la contempla.  Él no sospecha, ni se imagina, que sus refinados modales, le recuerdan a su abuelo.
-Mi tierno abuelo, me narraba cuando yo era una niña, sus batallitas, y con hondos suspiros, se quejaba de los achaques propios de su edad.
-Mi abuelo siempre me decía que el miedo huele a ignorancia y el dolor a sufrimiento.
Sin esperarlo, se oye una voz a su espalda.  Es la directora que viene a avisar que el almuerzo está servido en el comedor.
- Como es domingo, resulta especial –anuncia, al mismo tiempo que les avisa:
-¡Huele a tormenta!
Cada vez que alguien presagia mal tiempo, Regina siente que algo imprevisible se aproxima.  Se levanta pausadamente para mirar a su alrededor.  Contempla a doña Paca que, apoyada en su bastón, camina lo más rápido que sus huesos y años, se lo permiten.  Después se fija en don José que dormita en el sofá, feliz y ajeno a todo lo que acontece en su entorno.  Los demás ya han ido a disfrutar del festín, quizá pudiera ser el último de sus vidas.
-¿A que huele la vejez? –se pregunta Regina, respondiéndose inmediatamente
-Sí, claro, huele a naftalina y a musgo.

OLORES QUE PERDURAN de Amalia Jorge Frías





Hay muchas clases de olores que se te quedan grabados.  Los de las personas, unas veces agradables y otras, no.  Los de las flores, sobre todo cuando se acuerdan de ti y te obsequian con ellas.  Los de la fruta madura cuando abres la nevera.  Los que trae el aire al anochecer, en la primavera.  Los de la brisa del mar; olor a algas y mariscos.  Y, muchísimos más que sería difícil enumerar…
Pero, los que más me llegan y se introducen en mi persona, son los olores de los bebés, esos que se quedan impregnados en las ropitas  y en tus manos cuando los coges y los aprietas contra tu pecho.  Son olores que perduran; aquéllos a los que tú no quieres dejar de recordar porque te dan fuerza y te acompañan para siempre en el recorrido de tu corto o largo caminar.

¡QUÉ AROMAS! de Mary Rancel




¿Puede existir un aroma más intensos y agradable que el del café recién hecho?  Su olor es penetrante y, tan sugestivo, que embriaga los sentidos.  Su infusión posee un sabor muy característico; es inigualable.  Al saborearlo, puede parecer fuerte o suave pero, siempre seductor.  ¡Qué gusto da tomarlo!, sobre todo por las mañanas.  Nos recreamos la vista con tan solo mirarlo.  Experimentamos sensaciones al olerlo.  Nos gusta oír el gluglú al salir de la cafetera y ese sonido casi imperceptible al verterlo en la taza.  Cuando lo tocamos, ¿qué emociones podemos percibir?.  De tersura y suavidad cuando aún está en el arbusto, de firmeza y rigidez en grano y de sutileza una vez molido. ¿Quién puede dar más?.
El café es un producto apreciado en casi todo el mundo.  Es una bebida que ingerimos de muchas formas.  Se puede tomar solo, con leche, con hielo, con chocolate…, de todas las maneras resulta ser un brebaje exquisito.  El café es estimulante y está considerado como una bebida social.  ¿A quién no le han invitado alguna vez a tomar un café, un cortado, un cappucciono?.  Es lo más frecuente y oportuno.  Quien invita, queda de maravilla y, el que lo toma, complacido.
Resulta paradójico –en este caso en concreto –que quien escribe sobre los olores y cualidades del café, no suela tomarlo. Pero, ¡eso sí! su aroma, me fascina.


UN EJEMPLO de Luisa Delgado Bello





Una familia de Murcia fue a hacer el camino de Santiago junto a sus niños de cinco, seis y ocho años; Lucía, Martín y Carmen, respectivamente.  Salieron de Murcia en coche hacia Roncesvalles y allí empezaron su peregrinación.  Tardaron treinta y siete días.  Caminando sin parar, los niños se entretenían mientras sus estupendos padres le iban contando cuentos.  Imagínense la disciplina, el tesón de estos niños tan extraordinarios.
Francisco Javier y Cristina, que así se llaman los padres, son un ejemplo para todos los papás jóvenes que hoy en día educan a sus hijos.  Yo los conocí porque estuvieron viviendo en el piso de arriba del edificio donde vivo.  Me conmovía ver como  niños tan pequeños ni siquiera se enfadaban uno con el otro; siempre en armonía. ¡Qué maravilla de familia!  Desde aquí les envío un fuerte abrazo.


OLOR A LLUVIA de Edelmira Linares




La tarde caía sobre la ciudad, dando paso a la noche que no tardaría en llegar.  De camino a casa, fui notando cómo oscurecía y, una ligera brisa refrescaba el ambiente cálido del día.  Se notaba que el verano nos abandonaba para dar lugar al otoño.  Ya en casa, abrí todas las ventanas y  puertas para permitir que el fresco entrase.  Me distraje un momento pero, algo hizo que volviese a la realidad.  Era ese olor.  Sí, sin duda era él; el olor a lluvia pero, no a cualquiera, sólo a las primeras que, caen sobre la tierra seca y sedienta, ésas son las que tienen una fragancia peculiar y distinta a todas las demás.  Si pudiera la envasaría y así, cada vez que la añorase, podría volver a sentirme envuelta en su aroma.

OLORES A AYER de Polonia Baute Benítez




Me gusta ir al campo, sobre todo en los días lluviosos, porque percibo el olor de las plantas.  El eucalipto, el brezo, la retama, mezclan sus olores con el de la tierra mojada y también uno de mis aromas preferidos, el romero.  Recuerdo que siempre que iba a casa de mi abuela cogía una ramita de romero de los que ella cuidaba con esmero junto a una mata grande de reina luisa, también el dulce olor que sentía, al pasar por una casa en la que tenían plantados arbustos de heliotropo.  Llega a mi memoria también el aroma de las violetas silvestres que cogía en mis paseos por el campo, esas que dan un olor exquisito y que ya casi no se ven porque, todo ha cambiado.

EL PODER DE LAS COSAS SENCILLAS de Amalia Jorge Frías





En mi época de juventud, se acostumbraba a piropear a las mujeres, sin embargo, pienso que ese hábito, en este siglo, ya está en desuso.  Por eso me quedé gratamente sorprendida, cuando hace unos días, entré en la farmacia en muy baja forma, y un joven de los que allí hacen prácticas, se acercara a atenderme y, después de darme los buenos días, me dijera :
-Señora, ¡qué bien huele usted!
Me sentí tan bien, como si me hubieran inyectado una caja completa de vitaminas.  Le di las gracias y me marché pensando lo fácil que es hacer feliz a una persona.  Sólo con cinco palabras consiguió levantar mi estado de ánimo e hizo que, gracias a su espontaneidad, yo me sintiera mucho mejor.

PERFUME de Elda Díaz




Cuando llega a mi nariz el olor a la colonia Legrain París, me transporto cincuenta años atrás, a mi viaje de novios.  Fuimos a Las Palmas y nos quedamos en un hotel.  En un momento, mi esposo salió a la calle y a su regreso, me trajo un regalo; un perfume  de Legrain.  Me gustó tanto que jamás he podido olvidarlo.  Cada vez que llega a mi su aroma, me traslado a aquellos años y a esos recuerdos que guardo con muchísimo cariño.  


UN OLOR de Natividad Morín




Sí, sin duda, mi niñez y adolescencia huele a… ¡Heno de Pravia!.  Ese aroma me persigue.  Cuando recuerdo esa etapa parece que llega a mi el inconfundible olor a ese jaboncillo.  En esos tiempos no había ni gel ni champú o por lo menos yo no los conocía; en su lugar estaban los jabones y jaboncillos.
En casa usábamos jaboncillos Heno de Pravia.  Tienen un aroma a limpio y fresco.  No sé si lo seguirán haciendo igual pero, para a mi modo de ver tienen una fragancia única, aunque dicen que seca la piel.  Eso, seguramente se lo inventaron los que crearon el gel y el champú, por aquello de la competencia.
No he olvidado nunca ese olor, por muchos años que hayan pasado.  Ahora, utilizo gel, por ir con los tiempos y porque, además, es suave y práctico, pero, cuando voy por la calle y alguien pasa por mi lado, desprendiendo ese aroma, mi pensamiento me lleva a la infancia...




AROMAS de Teresa Jiménez





Mi niñez y parte de mi juventud, huele a jazmín.  En mi tierra, con ellos y otras florecillas, hacían una  biznaga .  El soporte era el palo seco de otra flor a la que decían llamanovios, entre cuyos pinchos se metían estas flores pequeñas, como unas nubecillas que nada más soplar, se iban volando. Junto a ellas, se colocaban jazmines; una flor preciosa con un aroma que se percibe en la distancia.  Esta  biznaga   procuraba hacerse cuando había chicos y se les hacía pasar bajo ella; creo que de allí viene su nombre.  Los llevaban los vendedores elevadas en una penca y se vendían por las calles y en las ferias.  Aún hoy lo hacen.  Yo me paro un rato para olerlas y, si puedo, corto un ramito y me lo pongo en el pelo.  Ese es mi olor.

OLORES Y RECUERDOS de Luisa Delgado Bello





Cuando llega a mi nariz el olor a mango, no puedo evitar recordar a mi madre.  Dos días antes de morir, yo le daba jugo de esa fruta y ella lo tomaba con gran placer y me miraba con mucho cariño mientras lo hacía.  A partir de entonces el aroma de esta fruta está permanentemente asociado con el recuerdo de mi madre.   Incluso, tengo una sobrina que después de su muerte, nunca más ha probado esta fruta.  Es superior a sus fuerzas; ella estaba muy unida a su abuela, dormían en la misma habitación y siempre estaba pendiente de ella.
Tengo tantos recuerdos de mi madre que no los podría plasmar en tan poco espacio.  Ella siempre vivía preocupada de sus hijos, nietos y de toda su familia; pendientes de su bienestar.
También recuerdo el olor del sombrero de mi padre.  Cuando se lo quitaba daba un olor a él tan especial que, algunas veces, lo siento como si él estuviera a mi lado.


UN OLOR, UN AROMA de Elvira Martín Reyes




Aunque siga visitando toda la vida a La Laguna, siento la sensación de entrar y descubrir esta ciudad por primera vez. La Laguna, para los que no la conocen es una ciudad a diez kilómetros de Santa Cruz de Tenerife donde está la sede de la Universidad de La Laguna.
Vista por una niña de ocho años, cuando entraba en ella, lo primero que percibía eran sus olores.  Yo salía a pasear por la calle de La Carrera y recuerdo cómo me gustaba sentir el frío en la cara; me daba sensación de libertad.  El paseo se alargaba por el antiguo mercado y estando allí se despertaban todos mis sentidos.  Los olores a las frutas y hierbas se mezclaban con el de las flores y a éstos se unía la visión de los pájaros de distintos colores o al señor que afilaba los cuchillos o al que despachaba el chocolate con churros en el bar.  Después, íbamos a comprar un Para Hoy, o sea, un número de ciegos, actualmente sorteo de la Once.  Esta mezcla de sensaciones culminaba cuando, pasando por la catedral y la plaza de los patos, nos dirigíamos a la panadería que estaba cerca de la Iglesia de La Concepción.  Ya subiendo la calle, llegaba el aroma a pan de leña.  Ese olor lo conservo aún; cuando nombro a La Laguna, huele a pan de leña, a fruta y a flores, a tierra húmeda, a gente mayor caminando con el pasito apretado por el frío.  En definitiva, huele a hogar.


EL HERMANO JUAN MARRERO de Amalia Jorge Frías





En la edición del periódico Canarias 7 del día 19 de agosto pasado, aparece un gran reportaje sobre la recuperación de un señor de la ciudad de Las Palmas, ayudado por el hermano Juan Marrero; tinerfeño, nacido en La Laguna y excelente fisioterapeuta que, desde hace varios años, ejerce su ministerio y trabajo en la Clínica que los hermanos de San Juan de Dios, dirigen en Las Palmas de Gran Canaria.
El hermano Juan Marrero, a pesar de faltar de Tenerife hace más de veinte años, sigue siendo muy recordado y añorado en esta isla.  Son incontables los enfermos que él, con tanto cariño y profesionalidad, ha ayudado; y ellos siempre le estarán agradecidos.
Quiero felicitar a D. Antonio González, por su esfuerzo y constancia, deseándole una total recuperación; y al hermano Juan Marrero le deseo muchos años de vida, para que pueda seguir haciendo lo que a él más le satisface, que es estar siempre al servicio de los enfermos con la humildad y sencillez que lo caracterizan y haciendo honor al espíritu vocacional que lo ha acompañado siempre.