MARY,
Nos has hablado de la
presencia grande e importantísima de tu padre en tu vida, dejando patente tu
gran amor por él. Cuéntanos ahora, si te
parece, algo de la niña que fuiste en
medio de alguna anécdota de la infancia relacionada con tu madre
Mi madre fue
una mujer generosa, de carácter dinámico y alegre. A mamá nadie le enseñó a hacer nada –salvo las
tareas del hogar–. Sin embargo, ella lo
hacía todo. Era autodidacta; aprendió
sola fijándose en los demás. Cocinaba
muy bien, también sabía coser, bordar, calar, hacía calceta y ganchillo y todo
lo que se le ponía por delante. Además, era
una apasionada de la lectura y entusiasta del teatro y la poesía.
Hice mi
primera comunión cuando tenía siete años que, en esa época, era la edad
reglamentaria. Fue mi madre la que se
encargó de hacerme el vestido. Era en
organdí blanco con muchas alforzas y entredoses de encaje; también elaboró
algunos complementos. Compró tul y me
hizo el velo, la coronita para la cabeza con cinta de raso y también la
limosnera. Sólo compraron los guantes,
el misal y el rosario.
Como es
natural, las que íbamos a recibir el sacramento, estábamos emocionadas y
nerviosas. Por supuesto, ¡muy guapas! y
los niños, igualmente. Éstos iban en
otra fila –nunca revueltos– era lo preceptivo entonces.
Al terminar
la ceremonia, tuvimos un desayuno colectivo en la plaza de la iglesia, con chocolate,
café con leche, churros y galletas. Así
fue la celebración; para todos lo mismo.
Estábamos muy felices con ello.
Recuerdo perfectamente que me estaba tomando mi chocolate con una
galleta cuando un niño que pasaba corriendo, tropezó conmigo e hizo que el
contenido de la taza se me derramara por todo el vestido. ¡Horror! Ya no podría salir en la procesión del
Corpus que sería el jueves siguiente. Mi
madre me echó la consiguiente regañina por no haber tenido cuidado. Mi padre salió al quite diciéndole que el
asunto se solucionaría con un lavado y planchado.
El
vestido, una vez lavado, se encogió
tanto, que me quedaba pequeño. Mamá
seguía insistiendo en que yo no podía faltar a la procesión y pidió un vestido
prestado a la madre de una niña que había hecho la comunión el año anterior.
Solucionado
el problema, pude asistir con todas las demás niñas y niños, a la procesión del
Corpus. Una vez más, mamá me había hecho
feliz.