Empezaré recordando
que por mi edad, ya no puedo trabajar mucho, pero lo hago con mi cabeza,
siempre estoy pensando en recordar algo del pasado, pues con los años se van
adquiriendo muchos recuerdos.
Como yo viví en
Puntallana La Palma, que ya lo he dicho varias veces, guardo algunos recuerdos
de mi tierra querida. Todas las personas que allí vivían, más o menos llevaban la
misma vida: cultivar las tierras, casi todos los vecinos tenían sus vacas,
cabras, cerdos, gallinas y hasta un perro para cuidar la casa y a la vez servía
de compañía.
La leche de las vacas
y las cabras se vendía o se hacía el queso con ella. La leche se colaba y se ponía
en una cazuela con cuajo. Cuando se sacrifica un cabrito, antes se le da de
mamar para que se llene una bolsa que aparece dentro del animalito; esto se
llama el cuajo. Se deja endurecer y cuando está seco, se corta un poquito, se
derrite en agua y se pone en la leche, al pasar un par de horas ya se ha
convertido en cuajada y con las manos bien lavadas se va haciendo una bola para
que vaya soltando todo el suero, se coloca en un molde llamado cáscara, se le
pone sal y al día siguiente se le da la vuelta y se le pone más sal, después
hay quien lo cura al aire, o se pone en una cosa de madera que se llama cañizo
y se le da humo. Hoy en la actualidad creo que hay cosas más modernas y el cuajo es artificial.
De esa época se tiene
mucho que contar. Los vecinos, cuando les parecía, mataban una gallina, le
podían dar varios usos, además de aprovechar los huevos.
Cuando era la época de
la cosecha en la costa, allí se pasaban temporadas, se cosechaba de todo, se
criaba un cerdo y un día se sacrificaba, se hacían buenas comidas, la carne que
llamaban limpia era para bistec, con el tocino se hacía manteca y chicharrones,
chorizos y la demás se secaba.
Había un pequeño
manantial que se llamaba la “Fuente Molina”; de allí se surtían los vecinos, y
como siempre llovía, corrían los barrancos, y cuando pasaban unos días, el agua
que se quedaba empozada allí, se recogía para el servicio doméstico.
Hoy no tenemos perdón
de Dios, nos quejamos, ¡qué ingratos somos!, tenemos agua corriente, luz
eléctrica y todos electrodomésticos ¡y nos lamentamos!
Yo recuerdo, cuando
era pequeña, alumbrarnos con un carburo velas y un quinqué de gas. Me contaba
mi madre que ella hizo una camisa para mi padre y por la noche la planchó con
una plancha de hierro que se calentaba con carbón y como tenía la luz de una
vela, en ella le quemó el cuello, teniendo que hacer otro.
Recordando todas estas
épocas en que unos vivían mejor y otros regular, por eso tenemos que dar
gracias a Dios por haber puesto en nuestras manos una vida mejor.