miércoles, 18 de enero de 2012

TARDES DE LLUVIA de Candelaria Bacallado

TARDES DE LLUVIA  de  Candelaria


Mi niñez transcurrió en el campo, donde me despertaba el canto del gallo, el trinar de los pájaros, el olor al heliotropo y la compañía de mis abuelos.
En el invierno, mis recuerdos me traen imágenes nítidas de tardes de lluvia intensa, el olor a tierra mojada, la puerta de la casa abierta con una cortina de cretona que mi abuela recogía a un lado para que la luz entrara y de esa manera poder ver bien al coser.  Mientras tanto, yo veía pasar los rebaños de ovejas y sus pastores algunos de los cuales llevaban a sus hijos para que les ayudaran. Recuerdo que una vez, un pastor llevaba a una niña rubia de ojos azules.
Veo ahora mis pies menudos y descalzos chapoteando en el agua y la lluvia dejándome llena de preguntas que después mi abuela contestaba.

La escalera DE NATIVIDAD MORÍN

La escalera 


La escalera es mi cruz de cada día pues vivo en un cuarto piso sin ascensor. 
Cuando era joven, la bajaba y subía corriendo. Luego, incluso con compra o con mis hijos pequeños en brazos y no me cansaba pero, ahora, con los años, ya me cuesta.
Las subo despacio, con más dificultad pero, a pesar de todo, las subo y la bajo varias veces al día y quizá por eso todavía me encuentro ligera.  Sin duda, esa escalada de escalones es un ejercicio muy completo.
Pero, si sigo cumpliendo años, sé que la escalera será mi martirio.

LA NOCHE de Mª Dolores Fernández Cano

LA NOCHE  



La noche es distinta al día.  Es paz, sosiego, descanso, tranquilidad.  ¡Me encantan las ciudades de noche!; transmiten magia, están iluminadas por sus farolas, por los anuncios luminosos y los semáforos (que son los vestidos de gala de las calles) destacan más con sus colores.
En el cielo, si la luna se encuentra en su fase llena, ilumina a la Tierra, diciéndole: ¡anda, yo también tengo luz y no tengo que pagarla!.
Las personas acuden a los espectáculos, van a cenar a los restaurantes, pasean, disfrutando en invierno del fresquito y en verano del calor sofocante.
Cuando ya todo el mundo se encuentra durmiendo en sus casas, la noche silenciosa y apacible también descansa.

LA ESCUELA de Polonia

La escuela   DE  POLONIA


Yo recuerdo con cariño la escuela porque me gustaba aprender y me encantaba estar con mis compañeras y buenas amigas.  La maestra era muy cariñosa con todas las niñas.  Mi escuela era pequeña, apenas la habitación de una casa particular donde todas debíamos llevar un banquito pequeño para poder sentarnos.  Cuando teníamos que escribir lo hacíamos en la mesa del comedor, así que pueden ustedes hacerse una idea de cómo aprendí lo que sé.

¡SOY UN BUEN PARTIDO! de Mary Rancel

La escalera y la noche de LUISA BELLO

La escalera y la noche 

Yo comparo la vida con la escalera de un edificio.  Primero, empezamos a subir los peldaños de uno en uno.  Cuando crecemos, los subimos a trancos.  Luego, nos sentamos, respiramos y nos calmamos.  Nos casamos, tenemos hijos; seguimos subiendo.  Cuando llegamos al ático estamos en la plenitud.  Nuestros hijos terminan sus estudios y entonces el espacio en el que nos movemos florece junto a nuestros seres queridos; somos felices.
De repente, cuando menos lo esperas, se hace la noche: fría, tétrica, fea.  Se nos van nuestros seres amados.  Nos parece que esa larga noche nunca termina pero…, sí que amanece.  Finalmente, se hace la luz. Nos entra por la ventana un rayito de sol y poco a poco despertamos de la pesadilla dolorosa y cruel.
Los seres humanos no sabemos de lo que somos capaces.  Somos como el Ave Fénix; resurgimos de nuestras cenizas aunque nunca olvidemos

LA ESCALERA DE CARACOL de Mary Rancel

LA ESCALERA DE CARACOL  

Cuando vi por vez primera una escalera de caracol y pude subir y bajar por ella, quedé fascinada. Aquel me pareció el artefacto más increíble del mundo.  En ese momento pensé que cada casa debía tener una escalera de aquellas pues no podía existir nada mejor en el universo.  Por suerte para mí, la escalera había sido instalada en la casa de mi íntima e inseparable amiga Macu. Yo tenía el privilegio de subir y bajar por sus peldaños cada día, montones de veces; tantas, hasta quedar extenuada, sudando a chorros y colorada como un tomate pero, más feliz que una perdiz.
Cada vez que salíamos de clase, tanto yo como las demás niñas, íbamos en peregrinación a la casa de Macu y, por turnos previo sorteo, nos poníamos a escalar y a bajar sus maravillosos escalones.  Pero, ¡claro!, tanta dicha no podía durar eternamente.
Un día, una de las niñas se cayó, dislocándose un tobillo.  Los padres de nuestra amiga pusieron fin a los juegos, peligrosos, según ellos aunque nosotras seguíamos pensando que eran de lo más divertidos y estupendos y que los padres de Macu eran unos exagerados.
Por mi condición de íntima amistad con Macu, pude seguir disfrutando de la escalera de caracol; no ya como juego pero, eso sí, subía y bajaba de la planta inferior a la superior infinidad de veces, con cualquier excusa.  Luego, se lo contaba a las demás niñas de la clase, para que se murieran de la envidia.  Por algo la dueña de la idealizada escalera de mis sueños era mi mejor amiga.