No sé si en tu
espíritu quedó algo de mí. Lo cierto es
que yo te llevo en mi recuerdo. Puedo
afirmar que has dejado tu huella en mi vida.
Entraste en mí ¡hace tanto tiempo…!.
Ocurrió en el mes de julio de mil novecientos cincuenta y nueve. Fuiste mi sombra, acompañándome siempre. Aquellos días fuimos inseparables.
Recuerdos
como nos conocimos. Fue cuanto tú,
recién llegada de Venezuela, pasaste por mi casa, acompañada de tu hermana, que
nos presentó. Simpatizamos enseguida y
se creó una amistad entre nosotras que duró largo tiempo. No salíamos la una sin la otra; nos
intercambiábamos la ropa y los complementos. ¡Cómo me encantaban tus vaporosos
vestidos, tus pantalones pesqueros, las gafas de sol y los sombreros! ¡Eran tan
bonitos!.
Repasando
esos días, me viene a la memoria…¡aquel muchacho!, llegado desde La Laguna; nos
gustó a las dos. Él ni reparó en nuestra
presencia, se interesaba por jóvenes mayores.
¡Resultó gracioso!; decidimos pasar de él olímpicamente, ¡cómo si le
hubiésemos interesado!.
Partiste a
Venezuela a mediados de agosto. Fui a
despedirte al muelle de Santa Cruz, junto a tu familia, Tú, desde la cubierta del barco, nos dijiste
adiós con la mano, en la que llevabas un pañuelo de gasa blanco que el viento
ondeaba, mientras, con la otra, sujetabas la pamela que cubría tu cabeza. Aquella imagen ha quedado grabada en mi
mente. Me pareciste una hermosa artista
de cine.
Ambas
prometimos que nuestra amistad continuaría a través del tiempo, pero la distancia
fue un obstáculo para los afectos. Nos
carteamos durante un tiempo, luego, solo nos felicitamos en los cumpleaños y
Navidad. Más tarde, te casaste, tuviste
dos hijos y nuestra relación se fue enfriando poco a poco.
Cada vez que
evoco aquel verano, vuelvo a revivir aquellos días felices y siento tu huella
en mi vida.