Ese día, yo había quedado con una amiga para salir a merendar
y dar un paseo. Pero, por la mañana, ella me telefoneó para decirme que no
podía, ya que su nieta pequeña estaba en su casa, enferma con un virus y debía
atenderla. Quedamos en dejarlo para otra ocasión.
La noche siguiente, llamé a su domicilio para interesarme por
la salud de su nieta, no me cogió el teléfono. Volví a llamarla por la mañana y
me contestó con voz trémula, exponiéndome:
-Anoche regresé tarde a casa; leí tu mensaje, pero, me
pareció tarde para llamarte, pensé que podías estar dormida.
- ¿Qué te pasa?, ¿este no es tu timbre de voz habitual? Le
pregunté afectada.
-Tengo a la niña ingresada y estoy muy preocupada.
-¿Por lo del virus? Aclaré.
-No lo sé aún, le están haciendo pruebas. Sólo sé que tiene
infección de orina. La tienen sondada y
con suero. Se halla inquieta por la fiebre y asustada. Sólo quiere que yo esté
con ella, no quiere ver a nadie más.
-No debes preocuparte. Seguro que no es nada importante, se
pondrá bien enseguida – le dije convincente.
Cada día seguí llamando, pero no cogió el teléfono hasta el
tercer día después del ingreso. Al contestarme, percibí su desolación por el
tono de voz.
-¿Cómo sigue la niña? Inquirí.
-Estoy angustiada, -me dijo bajito- el riñón no le responde,
no come ni bebe; todo lo recibe través de vía intravenosa. La tienen sedada y
hay pocas esperanzas. ¡No puedo verla sufrir! Prefiero que le pongan una
inyección y se vaya tranquila.
Se puso a llorar y no
pudo continuar la conversación -.
Un día después, volví a llamar intuyendo la tragedia. No
cogió el teléfono hasta por la noche. Me comunicó lo que yo había presagiado.
La niña había fallecido.
Sus cenizas enterradas en la finca, debajo de un manzano. El
dolor producido a mi amiga por esta pérdida fue cruel y lastimero. Sus hijos, pasada una semana, le regalaron otra gatita, para intentar
mitigar el sufrimiento originado por la muerte de la niña.
Luqui, la nueva gatita, le ha aportado ilusión; se ha volcado
en ella, dándole mucho cariño. Ahora apenas habla de la niña. Sé que la
recuerda de una forma muy especial, sin producirle dolor.
Hace poco de este verídico hecho, tan real como la vida
misma.