María sintió
un escalofrío extraño cuando llamaron a la puerta. Cuando abrió no había nadie, sin embargo,
sintió el roce de una mano tibia sobre su mejilla. Instintivamente, cerró los ojos para seguir
sintiendo aquel contacto suave y perfumado…
miércoles, 20 de junio de 2012
REFLEXIÓN de Edelmira Linares
La brisa
fresca olía a mar y el amanecer de aquel nuevo día me envolvía mientras yo,
sentada en la orilla de la playa, sentía el suave roce de los primeros rayos
del sol que, poco a poco, calentaban la dorada arena con la que los dedos de
mis pies coqueteaban.
¡Qué bello
es amanecer viendo el sol reflejado en el mar de mi amada tierra!
AMNESIA de Candelaria Bacallado
Empezaba a
atardecer y los destellos dorados del sol acariciaban a la joven. Caminó por la orilla de la playa con la
mirada perdida en la lejanía. Trataba de
descubrir el lugar donde se encontraba, mientras sentía bajo sus pies el roce
de la arena caliente. Cerró los ojos
para encontrar algún recuerdo en su mente.
No hubo respuesta. Sólo se tenía
a sí misma y a los destellos de aquella
tarde en la playa, bajo el roce de la arena caliente…
RETRATO AGRIDULCE de Elvira Martín Reyes
Corrían los
años cincuenta cuando mis padres se mudaron a vivir al Puerto de La Cruz, en
Tenerife. Yo tenía entonces ocho años y
ante mí se abrió un abanico de cosas nuevas; unas buenas y otras no tanto.
Entre las
buenas, recuerdo el olor a mar. Mi madre
me mandaba a comprar el pescado que traían los barcos de pescadores y era
maravilloso contemplar el ir y venir de la gente cantando y silbando; costumbre
que hoy se ha perdido.
Uno de los
recuerdos que se me ha quedado grabado con más fuerza es lo que pasó en la casa
donde nos mudamos. En ella vivíamos, mis
padres, mi hermano y yo, y en la parte alta, una de las hijas del dueño, que
padecía de parálisis. Recién mudados,
pronto empezamos a escuchar, por las noches, unos ruidos muy extraños,
alrededor de la casa. Esta especie de crujidos
asustaban a todos y los vecinos, incluido mi padre, hacían guardia para descubrir
qué estaba pasando y cual era el origen de aquello. Yo, con mi corta edad, estaba aterrada y era
incapaz de atravesar el patio para ir a la cocina pues me parecía que me iban a
saltar encima. Tan preocupada me tenía
aquella situación que hablé con mi padre sobre el miedo tan grande que
sufría. Después de escucharme, me
respondió que aquel miedo lo tenía que solucionar yo sola, hazlo y después me
cuentas, me dijo. Entonces, yo cogí una
chaqueta, me la puse entre los brazos y empecé a caminar a través del
patio. Primero, despacio, apretando la
chaqueta como si de un amuleto se tratara.
Después, corriendo. En eso
estaba, cuando mi madre se asomó y al verme así, me preguntó
-¿Qué haces,
nena?
-Mamá, estoy
paseando al miedo- le respondí yo.
Mi madre, al
escuchar mi respuesta, se echó a reír y llamó a mi padre para contárselo y él,
mirándome me dijo:
-¿Ves? Ya lo
solucionaste. Tanto lo paseaste que lo
asustaste y se fue. ¡Ya no tendrás más miedo!.
Algo
después, supimos que aquel ruido lo hacía el hermano de la chica inválida que
vivía en lo alto. Todo con el propósito
de asustarla para que dejara la casa; por un tema de herencia.
Recuerdo que
cuando nos enteramos estábamos en Carnaval y mis padres fueron a celebrarlo a
la Plaza del Charco. Bailaron la
raspa. Me parece que los estoy viendo
bailar al son de una canción de Antonio Machín; Dos Gardenias.
Fueron
buenos tiempos aunque no todo era fiesta.
También había hambre y la gente vivía en unos salones que habían hecho
frente al muelle y se alimentaban de plátanos guisados. Cuando descubrí este hecho, fue uno de los
días más tristes de mi niñez.
Hoy sé que
en otros países todavía existen este tipo de salones, donde el hambre tapa la
razón y la injusticia tapa la cordura.
¿Dónde pasear este miedo?.
EN MANOS DEL VIENTO de Luisa Delgado Bello
“El alba
despuntaba cuando llegó al laberinto infinito de chabolas que cubrían la
playa. La bruma del alba reptaba desde
el mar y serpenteaba entre los tejados.
Fermín se adentró entre las callejuelas de la ciudad de los pobres,
hasta caer entre una pila de escombros.
Allí lo encontraron dos niños harapientos…”
Los niños se
miraron entre sí, pensando qué hacía aquel hombre moribundo con un libro en las
manos, apoyado contra su pecho: El Prisionero del Cielo de Carlos Luis
Zafón. Los niños leían extasiados el
título de aquel libro mientras aquel extraño daba su último suspiro. Al abrir el libro, algo después, se
encontraron con su historia…
“El alba
despuntaba cuando llegó al laberinto…”
MI VIEJA CASITA DE CAMPO de Polonia Baute Benítez
La casa está
rodeada de una valla casi derribada por una enredadera que la cubre casi por
entero y en la huerta de al lado huele a
tomillo, a romero, a menta y hierbabuena.
La humedad se ha ido adueñando de esta vieja casita que perteneció a mis
padres. En ella, hace algún tiempo,
hacíamos comida para la familia, durante los fines de semana y en las tardes de
verano hablábamos con las vecinas, mientras tomábamos café.
En invierno,
aún más atrás, cuando era niña, recuerdo que mi madre recogía leña por los alrededores
de la casa para calentar el fogón.
Hoy les he
traído algunos recuerdos de mi niñez, memorias atadas a esta mi vieja casita de
campo.
EL REENCUENTRO de Natividad Morín
Esta es la historia
de Marta y Raúl; una pareja que se
conoció en el colegio y que empezó a salir
muy pronto, porque estaban muy enamorados y sentían adoración el uno por
el otro.
El padre de
Raúl no estaba de acuerdo con ese amor porque eran demasiado jóvenes y deseaba
que su hijo estudiara y fuera a la universidad y temía que aquella relación se
lo impidiera.
Un día,
cuando estaban en el parque esperando entrar a clase, Marta le dijo a su novio
que estaba embarazada. Él se quedó mudo
por la sorpresa.
-¿No estás
contento? ¿No deseas al niño?- le preguntó ella al ver su reacción.
Él, una vez
pasada la impresión, le dijo que sí, que deseaba ver su carita, que no se
preocupara, que todo se arreglaría. Se
casarían y criarían juntos a su hijo.
Cuando el
padre de Raúl se enteró del embarazo, se enfadó muchísimo y le echó la culpa a
Marta de que su hijo no pudiera seguir estudiando. Le dijo que se marchara de su casa, que no
quería volver a verla por tener atado a su hijo. Entonces, Raúl intervino:
-¡Papá! si
Marta se va, yo también me voy. ¡Estamos enamorados y queremos estar juntos con
nuestro bebé!
Los dos se
marcharon y, al cabo de unos meses, nació un precioso niño que se parecía a su
papá. Raúl se sentía muy orgulloso y a
un mismo tiempo, triste porque su padre no quería compartir su felicidad.
Cuando llamó
a su padre para decirle que ya era abuelo, se enteró que estaba gravemente
enfermo. Fue a verlo y a su padre,
sorprendido, se le llenaron los ojos de lágrimas pues no esperaba que su hijo
le hubiera perdonado. Raúl le dijo que
tenía un nieto y su padre le pidió perdón a él y a Marta. Los dos se abrazaron llorando. Fue un reencuentro muy conmovedor.
LA CARTA de Dolores Fernández Cano
Existen
muchas clases de cartas: carta astral perteneciente a los astros, carta blanca;
facilidad amplia que se da a uno para que lleve a cabo una misión, carta
credencial; la que acredita a un embajador, carta pastoral; escrito por el cual
un prelado comunica con sus diocesanos, Carta Magna; que es la constitución de
un país, cartas de la baraja… Pero
ninguna de estas cartas tenía nada que ver con la que esperaba Lucrecia. Día tras día, año tras año, miraba en su
buzón deseando encontrar la carta de su gran y único amor.
Cuando eran
jóvenes, Roberto se marchó a América buscando nuevos horizontes. Prometió que nunca la olvidaría y que le
escribiría contándole todas sus vivencias en aquel continente. Por esa razón, Lucrecia no perdía la
esperanza y estaba convencida de que esa carta llegaría algún día, pues aún le
amaba apasionadamente.
Una mañana,
al leer el periódico, el corazón le dio un vuelco. La noticia decía que un famoso cirujano venía
a la ciudad para impartir una conferencia sobre la salud. ¡Oh!, la fotografía
era de él. Se notaba más maduro pero, no
había perdido su atractivo. El nombre y
los apellidos también eran los suyos.
Lucrecia decidió que asistiría a la conferencia e intentaría saludarle y
le exigiría una explicación. Tal vez lo
estaba juzgando mal pues pudo haber escrito la dirección incorrecta y Correos
pudo haberle devuelto la carta… ¡Qué desilusión!. Cuando fue a saludarle, no se acordaba de
ella. Tuvo que relatarle lo que vivieron
juntos antes de su partida. Roberto,
estrechándole la mano con cierta frialdad, le comentó:
-Soy muy
feliz en América. Tengo mi carrera y
cuento con un buen trabajo en un hospital.
Me casé, mi esposa espera nuestro quinto hijo por lo que no ha podido
acompañarme en este viaje. Espero que tú
también hayas encontrado a tu pareja y seas muy dichosa.
Lucrecia
volvió a su casa destrozada. Se había
aferrado demasiado al pasado, perdiendo su juventud, por una simple carta. Lloró, lloró y lloró…
Cuando se le
acabaron las lágrimas, se dijo
-¡Se acabó!
Voy a disfrutar y a vivir la vida. Para
empezar, mañana mismo buscaré el mejor restaurante de la capital y comeré, a la
carta, un gran almuerzo. El pasado, una
vez vivido hay que dejarlo atrás, ya estoy convencida de eso. A partir de ahora solo esperaré las cartas
comerciales.
CAMINO VERDE DE SAN DIEGO de Amalia Jorge Frías
Como mi
marido era natural de La Laguna, algunos domingos, su madre me invitaba a
almorzar en su casa y luego, por la tarde, solíamos pasear por la vega
lagunera.
Recuerdo en
especial, una celebración del día de San Diego.
Era la primera vez que yo asistía a esa fiesta y cuando vi el camino
verde que nos llevaba hasta la ermita, quedé admirada ante el color de la
hierba y de las flores sobre aquella llanura que parecía parte del paraíso y en
el centro del camino, mi novio y yo, cogidos de la mano. Es una visión que aún después de tanto años
puedo volver a vivir cuantas veces quiera con sólo cerrar los ojos.
A este paseo
le restaba romanticismo el estar rodeado de tantos estudiantes ya que, en esa
época, era costumbre que ellos fueran a visitar a San Diego para pedirle ayuda
en los exámenes. También muchas jóvenes
creían que contando los botones de la sotana que vestía el santo ese día, si no
se equivocaban al hacerlo dos veces, era porque ese año se casarían.
Actualmente,
la fiesta de San Diego se ha convertido en un día para hacer novillos y ha
perdido todo el encanto de entonces. Ya
nadie va a rezarle al santo y las jóvenes han perdido la curiosidad por saber
si se casarán o no, ya que con la preparación que la mujer tiene hoy en día,
puede optar por vivir de la manera que quiera y casarse ya no es, ni una
solución, ni una necesidad, ni un fin en sí mismo.
Yo no pienso
que este siglo sea mejor o peor que el anterior, sólo creo que son diferentes y
yo, me considero afortunada de poder opinar sobre los dos.
martes, 19 de junio de 2012
EL ESPECTRO de Mary Rancel
La joven Irene,
de trece años, se introdujo en el bosque con la finalidad de recoger setas. Lo venía haciendo cada temporada, desde
niña. Sabía, por experiencia, que entre
la maleza, los hongos crecían frondosos.
Iba metiendo lo recolectado en un cesto, hasta que, de pronto, un intenso
destello de color amarillo lo iluminó todo.
En medio del esplendor, apareció un espectro de forma indefinida que
batía unas extremidades, como si fueran alas intentando alzar el vuelo y, al
unísono, se oyó un extraño ruido retumbando.
Pasado el
impacto sorpresa, la chica se atrevió a preguntar con aplomo:
-¿Qué eres y
qué quieres?
El espectro
cambió de forma e Irene solo alcanzó a ver un hueco insondable, mientras
escuchaba una voz del otro lado que decía:
-¡Justicia!...
La joven
perdió la compostura y salió corriendo a todo meter, dejando el cesto y las
setas. Al llegar al pueblo, contó lo
sucedido a sus vecinos. Éstos le
acompañaron a recuperar sus aparejos pero, habían desaparecido, por lo tanto, no le
creyeron y se mofaron de ella de forma despiadada.
Al año
siguiente, Irene optó por ir a pescar al río.
No quiso saber nada del bosque, después de la mala experiencia
vivida. Inició la pesca y, ya tenía
capturados unos cuantos peces que iba metiendo en un cubo, cuando, bruscamente,
de entre las aguas, surgió una luz de color intenso, alumbrándolo todo. Y… volvió a aparecer, entonces, el fantasma
de antaño. Se oyó un murmullo horrendo y
una voz grave que decía:
-¡Venganza!
porque no has hecho justicia.
A la chica
le faltaron zancas para salir velo como un bólido. Contó a la vecindad lo acaecido. Se volvió a repetir la operación de
acompañarle a recoger sus bártulos que, por supuesto, no aparecieron. De nuevo se burlaron, injustamente, de la
chavala, sin que le creyeran ni una palabra.
Pasado un
tiempo, llegó al pueblo un hombre mayor que, al enterarse de lo que le había
pasado a la joven, la buscó y le contó una historia pavorosa, no esclarecida a
pesar de las indagaciones realizadas en su día.
Hacía más de
veinte años, una persona de una localidad distante del pueblo había ido al
bosque a coger setas y desapareció misteriosamente. Ocho días más tarde, su cuerpo fue encontrado
por un pescador: tenía un puñal clavado en la espalda. El hallazgo tuvo lugar en el río, donde Irene
tuvo la aparición.
Nuestra
protagonista quiso que se hiciera justicia pero, el delito, si lo hubo, había
prescrito. Entonces, recurrió a la
religión. Rezó con fervor y encargó
misas. Luego, volvió a los lugares de
las visiones. En el bosque encontró el
cesto y las setas, como recién cogidas.
En el río, los aparejos de pesca y el cubo con pescados frescos. Al marcharse, escuchó una música celestial y
una dulce voz que decía:
-Por tus
buenas acciones me encuentro en paz.
Gracias.
EL RELOJ de Teresa Jiménez
Para mí, el
reloj es un enemigo porque las horas pasan muy rápido, demasiado veloces para
mi gusto. Además, yo siempre llego a los
sitios muy pronto, por miedo a que se me haga tarde. Por eso siempre estoy acelerada.
Pero el
tiempo, majadero, otras veces no corre lo que yo quisiera. Esto ocurrió, por ejemplo, en mi primer
parto. Estuve esperando veinticuatro
horas la llegada de mi primogénito. La
comadrona me decía:
-Tienes una
circunferencia como la de una peseta y se tiene que poner como la de un duro.
Así que, no
tuve más remedio que esperar, entre dolores, a que esto ocurriera.
Sí,
definitivamente el reloj es un enemigo muy particular. A ver si el final llega a su hora; ruego que
no me tenga esperando con prórroga.
EL NEGRITO DEL BATEY de Elda Díaz
Nuestra
familia emigró a Cuba y allí nos llamaban Los Isleños. Uno de mis tíos tenía entonces diecisiete
años y mis abuelos lo mandaron a trabajar a una hacienda. Como no sabía mucho de labores del campo, lo
pusieron a preparar los desayunos y las comidas. Los fines de semana, mi tío iba a ver a la
familia. Lo hacía a caballo y la
madrugada del lunes, volvía a la hacienda.
Cuentan que siempre lo hacía cantando:
“A mí me llaman el negrito del Batey
Porque el trabajo para mí es un enemigo
El trabajar yo se lo dejo todo al buey
Porque el trabajo lo hizo Dios como castigo.
A mí me gusta el merengue apambichao
Con una negra retrechera y buena moza
A mí me gusta bailar de medio lao
Bailar medio apretao
Con una negra bien sabrosa.
Negrita, si no es verdad,
merengue es mucho mejor…”
Así,
canta que te canta, llegaba a la hacienda bien tarde, o bien temprano en la
mañana, según se viera. No le daba
tiempo de descansar un poco antes de la faena pero, dicen que a él le daba
igual; siempre estaba contento y cantando, aunque no descansara, aunque no
durmiera…, muy al contrario que a aquel Negrito del Batey:
“…
A mí me llaman el negrito del Batey…
porque eso de trabajar
a mí me causa dolor…”
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