Les cuento que no solía gustarme el
arroz blanco, sin embargo aquella tarde empecé a verlo de otra manera porque la
persona que me invitó a comerlo logró cambiar mi gusto culinario. Se trata de
un japonés, marchante de arte. Lo conocí en una exposición sobre pintura al
óleo. Se acercó a mí, saludándome amistosamente, de igual manera le
correspondo. A continuación mantenemos una entretenida conversación, por
supuesto sobre cuadros y pintores. Le comunico que poseo una importante
colección, que por circunstancias personales necesito venderla. El japonés
sugiere su deseo de examinarla, pero después de compartir conmigo una apetitosa
cena. Acepto la invitación, para mi desgracia estaba elaborada a base de arroz
blanco, que digerí como mejor pude. Concluido el ágape, le llevo a mi estudio.
Allí, minuciosamente examina las pinturas, transcurrida una media hora de
tanteo, acepta la compra, pagando un buen precio. Quedo muy satisfecha, pero
desde luego el éxito se lo debo al arroz, por tal motivo le dedico una merecida
ovación. ¡Viva el arroz blanco!.