Parte de los
recuerdos más felices de mi vida son aquellos relacionados con mi boda. Me casé un domingo a las once de la mañana en
la Parroquia de la Cruz del Señor y lo celebramos en un colegio que tenían mis
tíos Horacio y Mª del Carmen en el Barrio de La Salud. Contratamos a un señor que ponía todos los
utensilios y se encargaba de la organización; incluso me hizo el ramo de novia. Nosotros sólo teníamos que preocuparnos de la
comida, bebida, refrescos, la tarta y las flores.
El sábado a
primera hora, fui a comprar las chacinas, que me dieron ya cortadas, y el pan
de molde para hacer los montaditos. De los dulces y la tarta se encargó el que
iba a ser mi marido, ya que previamente los habíamos encargado en una dulcería
de La Laguna y a él le quedaba cerca. En
cuanto a las bebidas y refrescos, fueron mis tíos y futuros padrinos Argimiro y
Sionita, quienes se encargaron.
Al atardecer
nos reunimos en los salones para hacer los bocadillos y colocar todo en las
mesas. Había bastante trabajo porque
iban a ser unos doscientos invitados.
Por la mañana, yo había ido a la peluquería, por lo que ya estaba
peinada para la boda mientras hacía bocadillos.
Alrededor de la una de la madrugada, mi tía se dio cuenta de que era
tarde para mi y me mandó a casa, para que me acostara y no estuviera con ojeras
al día siguiente. Faltó poco para que le
diera un infarto cuando le comenté que tenía que levantarme muy temprano para
ir al mercado a comprar las flores para el ramo; flores que ni siquiera había
reservado, por lo que corría el riesgo de no encontrar las que a mi me
gustaban. Con esa preocupación, me
despedí de todos, incluido mi novio hasta el momento de la boda, y me fui a
acostar.
Por fin
llegó el amanecer de aquel gran día. Me
levanté, compré las flores; felizmente las que yo quería: capullos y rosas en
dos tonos de rojo, unos más intensos, otros más tenues. Las llevé al barrio de La Salud para que me
hicieran el ramo y de regreso, pasé por la parroquia, pues aún no había
confesado y la ceremonia era con misa de velaciones. Aproveché la ocasión para echarle una visual
al arreglo floral del que se habían encargado unos amigos que se dedicaban a
ello. Cuando llegué a mi casa ya eran
las diez de la mañana y mis padres y hermano, vestidos para la boda, ya estaban
alarmados por mi tardanza. La peluquera que me iba a retocar y a ayudarme con
el velo llevaba un rato esperando y el ramo había llegado primero que yo. Les dije a todos que se tranquilizaran; haciendo
hincapié en que el día más feliz de mi vida no pensaba coger nervios por nada,
que todo saldría bien y…, así fue.
La ceremonia
fue muy emotiva, quizá un poco extensa pero, a nosotros no nos importó porque
¿qué significaban quince o veinte minutos más para algo que iba a ser tan
importante en nuestras vidas y que tanta felicidad nos iba a reportar?. Felicidad de la cual aún hoy sigo disfrutando
a través de nuestros hijos, nietos y maravillosos recuerdos.