No recuerdo haber vivido nada especial en los Carnavales, al
contrario , lo que me viene a la memoria, son hechos tan comunes, que muchas
personas de mi época se podrán ver reflejados en ellos.
Mi marido y yo nunca fuimos muy carnavaleros; nos gustaban
algunos actos, como los concursos de Rondallas, la Gala de Elección de la
Reina, los conciertos de los Fregolinos y de la Afilarmónica NiFú NiFá
en la Plaza del Príncipe; lo demás lo veíamos en la televisión.
Con el paso de los años, los niños fueron creciendo y sin
pensarlo, nos vimos involucrados en el Carnaval.
Cuando la mayor tenía catorce o quince años, empezó a ir con
las amigas. Yo le decía que a las tres de la madrugada tenía que estar en
casa. Ella se quejaba porque a esa
hora, era cuando la fiesta estaba más animada.
Una noche regresó muy asustada, nos explicó que, como yo le exigía estar
en casa a esa hora, tenía que venir sola porque las amigas se marchaban más
tarde y ella, al tener que atravesar por muchas calles desiertas, pasaba mucho
miedo, hasta tal extremo que prefería no salir más. Nosotros nos quedamos consternados, al darnos
cuenta del peligro al que, inconscientemente, la estábamos exponiendo. Le dijimos que no lo volviera a hacer, que
esperara por las amigas, aunque regresara al amanecer.
Al siguiente año, empezamos a disfrazarnos y salíamos con
cuatro matrimonios, amigos de siempre, con los que lo pasábamos muy bien. Con la excusa de cuidar y recoger a nuestros
hijos, pasamos unos años maravillosos, en los que toda la familia participaba y
disfrutaba de uno de los mejores carnavales del mundo, como eran y siguen
siendo los de mi querida tierra.