La tarde se
presentaba lluviosa, pese a lo cual decidí ir a dar un paseo. Estaba en él, cuando me sorprendió un señor
mayor, muy bien vestido, que intentaba cruzar la calle.
-¿Le ayudo? –
le pregunté
-No,
gracias. Estoy tratando de tomar una
importante decisión –me contestó él de buen humor.
-Entonces no
le importuno –contesté yo riendo.
-¿Cómo va a
importunarme? Sencillamente trataba de elegir la herramienta adecuada para
dejar libre una mano, por si me caigo –me explicó el anciano con una sonrisa mezcla
de resignación y picardía.
De pronto,
el señor desvió su mirada hacia una señora que se encontraba en las mismas
circunstancias, muy cerca de nosotros.
La cara se le iluminó al contemplar sus bonitos ojos azules cuyo brillo
no había podido borrar el tiempo. La
dueña de aquellos ojos, muy lanzada, se acercó al anciano.
-Tengo la
solución. Si llevamos un solo paraguas,
a ti te sobra un brazo y a mi otro, si los unimos los dos a lo mejor nos sobra
también un poco de soledad.
-Me parece
muy bien –contestó él muy contento -¿quién dijo que es tarde para una buena
compañía? No sólo se vive de la experiencia, también hace falta que alguien te
ofrezca su brazo.
Y siguieron
su camino, paseando uno al lado del otro, compartiendo compañía y paraguas,
mientras yo continúe disfrutando de mi tarde de lluvia.