COMIENZOS
A Dios pongo por testigo que lo que voy a narrar es todo verdad. Unas cosas me han sido contadas y otras las he vivido, pero todas son reflejo de la realidad.
A principios de los años cuarenta, en plena posguerra, el en sur de la isla de Tenerife, en un pueblo alto y pintoresco, vivió una pareja cuyo único hijo se desposó con una joven muy bella del lugar y juntos formaron una pequeña familia.
Fruto del amor nació un bebé muy deseado que vino al mundo con ayuda de su abuela, que era la partera del lugar. Atendiendo el parto, su mayor deseo se hacía realidad. ¡Qué bueno! Era una niña, la que nunca tuvo ya que la suya se malogró. ¡La felicidad los invadía!.
La madre de la niña cuidaba de ella y del hogar con esmero, mientras su abuela y los hombres de la casa realizaban las faenas del campo.
No transcurrió mucho tiempo hasta que la niña fue bautizada. Fue todo un acontecimiento en la familia. La abuela, que era muy versátil, también hacía dulces y puso especial esmero para el festejo. Le pusieron por nombre el de su abuela y el de su madre, como era tradición.
Y aunque queda mucho por contar, hasta aquí puedo llegar.