Conocí, cierto día, a
una excelente vendedora a quien le adquirí varios productos de los que me
ofreció, creyendo a pies juntillas en
las cualidades prodigiosas de los mismos.
–En cuanto comiences a
usar estos cosméticos –me dijo –notarás casi al instante la diferencia en tu
cara y en tu cuerpo, estarás más guapa y
resplandeciente, tu piel se volverá tersa como la de una niña de corta edad y
tu morfología se tornará esbelta, con la agilidad de una joven deportista.
Me embadurné durante
algunos meses con los artículos conseguidos gracias a mi candidez pero…, nunca
llegué a comprobar los maravillosos resultados prometidos por la
vendedora.
Con la experiencia,
conseguí adivinar que, a mi edad, hay cosas que no son realizables. En definitiva, lo que compré fue una cantidad
sustancial de vanas ilusiones.