viernes, 24 de febrero de 2012

LETICIA de Amalia Jorge Frías

LETICIA

Leticia era una niña un poco tímida pero inteligente.  Tenía muy poca edad cuando sus padres se separaron.  Es fácil suponer que sufrió mucho con la separación aunque nunca le faltó el cariño de ellos, de sus hermanos y de sus cuatro abuelos, a los que ella adoraba.
Tenía mucha imaginación y como era buena estudiante, se convirtió en una gran periodista.  También, como muchos jóvenes de su edad, soñaba con un príncipe azul.  El caso es que sus dos primeras experiencias, le decepcionaron y por eso se volcó en su trabajo, siendo muy valorada como reportera y presentadora de televisión.
Un día, su director la envío a entrevistar a los galardonados con los premios Príncipe de Asturias, para lo que ella se preparó concienzudamente.  Se colocó sus altos tacones, se puso su traje de ejecutiva y se soltó su bonita melena.
Cuando entró en aquel gran salón, no vio a nadie más que el Príncipe.  Sus miradas se cruzaron un instante y, cuando los presentaron, él le dijo:
-Tu cara me es familiar, ¿de qué te conozco?
Ella respondió tímidamente:
-Quizá de la pequeña pantalla, majestad
-Puede ser- le contestó él.
-Espérame cuando esto termine y te concederé  una entrevista.
Así lo hizo.  Leticia se marchó muy contenta.  Poco tiempo le duró su alegría porque al llegar a Madrid se percató de que con la emoción y los nervios, había perdido la grabación.
-¡Qué pena!- exclamó.- ¿Qué pensará el Príncipe cuando no vea la entrevista publicada?
¡Qué lejos estaba de la realidad ya que él, casualmente, la tenía en su poder y ese sería el pretexto oportuno para llamarla y tener la oportunidad de volverla a ver.
Así comenzó una relación que, después de vencer algunos obstáculos, culminó en que, una mañana lluviosa del mes de mayo, la bella Leticia vió realizado su sueño de casarse con un príncipe azul y algún día será reina de todos los españoles.


miércoles, 22 de febrero de 2012

LAS MANOS de Dolores Fernández Cano

LAS MANOS 

Las manos son importantes miembros que forman parte de nuestro cuerpo.  Las usamos para todo; nos aseamos con ellas, escribimos, aplaudimos, comemos, cogemos los utensilios, cosemos, saludamos.
Están las manos del agricultor que, por labrar la tierra, son ásperas y hoscas.  Las del pianista, formadas por dedos finos y ágiles para tocar las melodías.  Las de los pintores que plasman en el lienzo bonitos paisajes.  Los magos que crean con sus manos ingeniosos juegos.  Las de las madres, que acarician a sus bebés para infundirles seguridad.  Las de los cirujanos que hacen maravillas en el cuerpo humano.  Los cocineros que también crean con sus manos exquisitos platos.  Dicen que las manitas de cerdo están riquísimas; yo nunca las he comido.
Se deben cuidar y lavar las manos para evitar los microbios pero no hacer como Poncio Pilato, que se las lavó para desentenderse de sus obligaciones.
Las manos pueden ser grandes, pequeñas, gruesas o finas pero, sean como sean, siempre deberían hacer el bien; nunca el mal.

EL RELOJ DE PULSERA de Mary Rancel

EL RELOJ DE PULSERA 

Me ocurrió de pequeña.  Estaba tan empeñada en conseguir un reloj de pulsera –que no llegaba– que el día en que apareció ese deseado bien, fue para mí la más importante primera vez.  Recibía algo en mi vida verdaderamente sublime.
Fue de manos de una tía de mi madre llamada María a quien yo no había visto nunca.  Llegó de Venezuela y fui a visitarla, junto a mis padres, a Los  Cristianos, donde residía desde su llegada.   Esta persona fue muy generosa.  Nos conocimos ese día; el mismo en el que me hizo el regalo más importante y preciado de mi corta vida: un reloj de pulsera maravilloso.  Mi ilusión hecha realidad; no me lo podía creer.
Era la víspera de mi cumpleaños y ese resultaba ser el mejor regalo que yo podía recibir: ¡lo había soñado durante tanto tiempo!. (Seguramente sólo unos escasos meses, que a mi me parecieron interminables).
Al día siguiente cumplí doce años, ¡qué maravilla!: un reloj y un año más.   No se podía pedir nada más fascinante. Me sentía ¡divina de la muerte!.
Mi reloj fue admirado por mis amigas y pasó por la muñeca de todas, hasta por la de Tere que ya tenía uno pero, ¡ni punto de comparación con mío: dorado, pequeño, rectangular, nuevo, con la pulsera en forma de guirnalda de flores y una cadenita de seguridad; eso era lo novedoso.  Nadie había visto un reloj con semejante complemento; tan bonito, útil y que lo hacía aún más exclusivo.
Esa fue mi primera vez: conseguir mi ansiado reloj.
Aún hoy lo recuerdo, lo retrato en mi memoria y… ¡me sigue pareciendo el reloj más bonito del mundo!.


martes, 21 de febrero de 2012

ASÍ DE FÁCIL de Dolores Fernández Cano

ASÍ DE FÁCIL  de  Dolores Fernández Cano


Así de fácil, alimenta a sus crías la oveja madre.  Sin ningún pudor, sin cansarse, entregándose toda a sus pequeños.  No le importa estar en una postura incómoda, los vigila para que tomen toda su leche. ¡Qué ternura! ¡Cuánto amor!.
Así de fácil, expresa sus sentimientos la señora oveja.

AQUÍ SE CUECE TODO de Elvira Martín

AQUÍ SE CUECE TODO  


Todos los sentimientos se cuecen,  desde  la infancia con el amor tan grande por los abuelos, en la juventud con los enamoramientos y más tarde el casorio, los hijos.  Con los nietos, algo más tarde, vas descubriendo  un mundo nuevo cada día,  lleno de alegrías pero también del miedo que viene atado a la gran responsabilidad que representa formar a esas personitas que te ocupan todo el tiempo y que, a cambio, te dan todo su amor.
Todo esto se va cociendo muy deprisa y, casi sin darte cuenta, llegas a la vejez con sus enfermedades y arrugas.  Entonces te preguntas que ha quedado de toda esa mezcla de sentimientos acumulados.  Con el paso del tiempo las necesidades no son las mismas, se van apagando las pasiones, los celos, el sexo…  y finalmente descubres que sobrevive siempre el amor más puro y desinteresado, entre tu pareja, compañero, amigo y tú.
La cocción ha valido la pena.


lunes, 20 de febrero de 2012

MI TESORO de Mary Rancel

MI TESORO

De tarde en tarde, me entra la vena nostálgica, me pongo melancólica, yo diría que hasta un poco tonta.  Pues bien, eso es lo que me ocurrió hace poco, cuando me puse a hojear los álbumes de fotos. Tengo muchos porque siempre me ha gustado  la fotografía:  hacerlas y luego colocarlas en los álbumes para, de vez en cuando, entretenerme mirándolas.
Me encontraba yo en esos menesteres, observando los cambios que yo misma he ido experimentando a medida que el tiempo ha transcurrido, mientras pensaba para mis adentros: ¡pero qué vieja estoy! ¡sí, ya sé que el tiempo no pasa en balde…!  En eso estaba, digo, cuando surgió de pronto el sortilegio: tenía entre mis manos el álbum ocupado íntegramente con las fotos de mi nieto (el primero de muchos, he de aclarar).  Abrí la portada y me encontré con la foto sacada  en el momento siguiente a su nacimiento; una foto evocadora que me hace recordar la noche en que llegó a este mundo.  Es la imagen de un bebé recién nacido que se encuentra en el pecho de su madre, quien le está transmitiendo su calor y pasándose energía mutuamente (ellos no lo saben, pero es cierto).   Su madre le tiene la mano encima y le acaricia con suavidad.  En su rostro se refleja la felicidad que le embarga.  Está radiante, sus ojos le brillan de un modo especial y su boca dibuja una tierna sonrisa de alegría y regocijo.  Es un momento inolvidable.
El bebé que acaba de nacer es mi nieto.  Me siento abuela por los cuatro costados, estoy henchida de felicidad y percibo sentimientos indescriptibles, todos bonitos, positivos, que me llenan de ilusión. ¡Estoy como en una nube!.  Acto seguido, llega el culmen:  llega la enfermera y deposita al bebé en mis brazos.  Aunque es…¡tan pequeñito!, yo lo siento grande.  Es ¡tan frágil! pero yo lo siento fuerte, ¡tan vulnerable! y sin embargo para su abuela tan poderoso.  ¡Experimenté una sensación tan grata y placentera!.
Este niño ha cambiado mi vida, y la de su abuelo, por supuesto.  Nos da alegría y felicidad a raudales.  Yo digo que es mi tesoro y así lo siento.  Ya tiene siete años. Disfruto de su compañía los fines de semana y aprendo mucho de él.  Soy abuela. Se nota ¿verdad?.  Es una experiencia tan maravillosa que me pareció bonito compartirla.  Es lo que hago.