LA AMIGA DE IRENE de
Mary Rancel
En aquella
época Irene tenía cuatro años. Era hija
única de un matrimonio ejemplar. El padre
trabajaba fuera de casa todo el día. La madre, ama de casa, estaba siempre
pendiente de su preciosa hija, a la que adoraba.
El
matrimonio vivía lejos del pueblo en una casa de campo, rodeados por la
naturaleza. Disfrutaban también de los
frutos de un huerto que cuidaba con esmero la esposa. La
niña solía entretenerse jugando sola con las muñecas y cualquiera de los muchos
juguetes que tenía.
Un día, la
niña le dijo a su madre:
-Desde que
tengo una amiguita, no me aburro, lo paso muy bien. Ella tampoco tiene con quien jugar porque
vive sola. Lo que no quiere es que
comparta mi merienda con ella; dice que no come.
Su madre,
extrañada, le contesta:
-Irene, aquí
no hay niñas que puedan jugar contigo porque estamos alejados del pueblo.
La hija la
mira y continua jugando.
-¡Qué imaginación
tiene esta niña!- exclama la madre.
Se lo
comenta a su esposo y no vuelven a hablar más del asunto.
Pasó el
tiempo. Irene ya ha cumplido diez
años. Es la fiesta de fin de curso en el
colegio. Ella formó parte del acto,
cantando una bonita canción que interpretó magníficamente aunque no era la que
había ensayado en clase sino una muy distinta.
Tanto sus padres como la maestra se extrañaron y después de felicitarla,
le preguntaron por qué lo había hecho.
Irene contestó muy formal:
-Hice lo que
me dijo mi amiga de siempre. Fue ella la
que me enseñó la canción; hacemos las cosas juntas y nos salen de maravilla.
Sus
progenitores quitaron hierro al asunto delante de la profesora. Luego, ya en casa, le exigieron que les
aclarara lo sucedido. Ella les dice
categóricamente:
-Ya sé que
no aceptan a mi amiga porque no pueden verla, con que la vea yo, ya es
suficiente.
Sus padres,
anonadados, dieron la callada por respuesta.
Ahora Irene
tiene veintiséis años. Hizo la carrera
de derecho y opositó para funcionaria del Estado. Sacó plaza con una excelente puntuación. Ella siempre ha pensado que todo se lo debe a
la inestimable ayuda de su amiga invisible.
No ha vuelto a verla pero nota su presencia; está convencida de
ello. Irene no olvida a su amiga del
alma. Ficticia o no, eso es lo de menos.