En mi país
tenemos la tradición de celebrar la Navidad con un novenario que empieza el 16
de diciembre y termina el 24. Consiste
en que se reúnen en grupo unas quince personas para visitar durante nueve
noches, nueve hogares en los cuales se reza, se cantan villancicos y después,
la dueña de casa tiene preparado algo para ofrecerles a lo que asisten a la
reunión. Así sucesivamente, en cada una
de las casas, hasta culminar el novenario.
Fue la Navidad
del 2005, estábamos en el noveno día, digo estábamos porque yo también
participé, cuando ocurrió lo que voy a relatarles:
Fuimos al hogar
de un matrimonio que nos recibió amablemente. Nos dijeron que, por ser el
último día, querían que compartiéramos con ellos la cena que habían preparado
con mucho cariño para nosotros. La mesa
estaba arreglada con todo lo relacionado con la Navidad: el mantel, las
servilletas. La dueña de casa nos invitó
a sentarnos y ella entró la cocina a buscar una bandeja de cristal con un pavo horneado
que había preparado.
Sucedió que, al
coger la bandeja, se tropezó con una silla, se cayó del susto y el pavo rodó
por el piso. Se puso muy triste, se
disculpó con nosotros por no poder compartir con nosotros la comida. Le dijimos que no se preocupara, que lo
importante era pasar la novena con ellos y que ya cenarían pavo la siguiente
Navidad.
Nos despedimos
con el estómago vacío y cada quien se fue a su casa. En el camino de regreso comentábamos lo
sucedido y coincidimos en que lo sucedido aquella Navidad sería una anécdota que
recordaríamos por siempre.