miércoles, 27 de junio de 2012

EL ENCUENTRO de Teresa Jiménez





Esta es la historia del encuentro de una pareja, allá por el año 1947, cuando se paseaba en la plaza de La Candelaria.  Allí se iba en guagua y  en aquel entonces en la plaza había sillas a ambos lados que se alquilaban. El cobrador tenía nombre, D. Eladio y, para más señas el tique costaba 25 céntimos de las antiguas pesetas.
Esa pareja se cruzaba en el paseo.  Ella, muy bien puesta y él, también.  En una de esas vueltas, él se quita la corbata y se la tira a ella pero, aquel incidente quedó así. 
No pasó nada hasta que, al tiempo, en medio de un baile de disfraces en el que ella iba vestida de Cupido y él, de Vaquero del Oeste, el Cowboy le  quitó todas las flechas a Cupido, empezando de ese modo el completo flechazo. Fue así como, tras ese encuentro, empezó una relación llena de muchas ilusiones.  Se casaron y durante quince años fueron muy felices hasta que… llegó el desencuentro y con él el final de una historia que, sin duda,  pudo haber acabado mejor.

SOL DE MEDIANOCHE de Natividad Morín





Era un chico guapo, moderno que tenía muchos amigos.  Estudiaba en la universidad y era un buen estudiante, tanto que se encontraba entre el grupo de los empollones.  Sus padres se sentían muy orgullosos de él.
Hacía unos meses que salía con una compañera de estudios y los dos se veían muy enamorados.  Salían juntos para todos lados por lo que despertaban la envidia de sus compañeros que, les acosaban a bromas.  Pese a eso, ellos no podían ocultar que estaban locos el uno por el otro.
Un fin de semana, salieron a un pueblo cercano, donde los abuelos de él tenían una casa.  Allí pasaron unos días maravillosos, solos con su amor.  Cuando volvían de regreso en su coche, otro  se les echó encima y sufrieron un fuerte impacto.  En el accidente, murió la joven y el conductor del otro vehículo.  El chico salió ileso.
Aunque ha pasado un tiempo de todo eso, él no ha logrado olvidar la muerte de su amor y vive con sus recuerdos.  Junto a ellos, se ha refugiado en la casita que fue testigo de su último día de amor.
Esta noche, leyendo un libro al pie de la ventana, está triste.  Desiste de seguir leyendo, cierra los ojos, cierra el libro y se detiene a contemplar la luna redonda, su única compañera aquella noche.


CARTA A MI TÍA MARÍA de Candelaria Bacallado



Querida tía:

Nunca te he dicho mis sentimientos porque no he sido espontánea, ni contigo ni con nadie; quizá por la vida que me ha tocado vivir.  Sin embargo, siempre te he llevado en mi corazón.  Has sido el paño de lágrimas para los más desvalidos de la familia, entre los que me encuentro yo.
Me he sentido siempre más que tu sobrina. Más bien como si fueras mi madre; tal vez por haber estado a mi lado en los días malos, por enfermedad o por los problemas que se me han presentado en la vida.
Cuando era pequeña, tú eras mi Rey Mago.  Aparecías a las doce de la noche y,  mientras yo me hacía la dormida, tú me traías la única muñeca que tuve de niña.  Venías a aquella hora para que yo conservara la fe en los Reyes.
Cuando el resto del mundo me daba de lado, tú estabas ahí y por todo eso pero, sobre todo por ese cariño que siempre me diste, gracias.  Gracias por tu fortaleza, por tu ánimo, por tu empuje en momentos bajos, por tu valor en la vida para seguir adelante, a pesar de las adversidades.
Hoy estás enferma y no puedo, con palabras, decirte lo que siento.  Como siempre, prefiero expresar mis pensamientos sobre el papel.  Papel que no sé si te daré a leer pero, si no lo hago, espero que en la otra vida, te reúnas con la persona que yo más he querido; tu madre.  Que ella, que sí me conocía, te cuente lo que te quiero y que allá, juntas, seáis felices.
Gracias por estar cerca de mi.

Tu sobrina
Candelaria



MIENTRAS ESPERA de Dolores Fernández Cano




Por las tardes, después de su jornada laboral, Sara acude a sentarse en el banco de siempre; uno que se encuentra en el parque que hay frente a su casa.  Sola y tranquila, medita sobre la decisión que tiene que tomar.
Su jefe le ha ofrecido un nuevo destino en Estrasburgo, en la sede del Consejo de Europa.  Aunque la oferta es muy buena y está  muy bien remunerada, siente un poco de miedo.  Sara nunca ha salido al extranjero.  Está muy apegada a su ciudad y a sus seres queridos.  También piensa en su amor, Carlos.  Él está en Afganistán, en misión de paz y no podría marcharse sin conocer su opinión y sin despedirse.
Su padre le aconseja diciéndole que en la vida, las cosas no se consiguen sin esfuerzos y sacrificios. 
-Con respecto a Carlos –le insiste- le puedes mandar un correo electrónico y él, como te quiere, lo comprenderá.

Como de costumbre, esta tarde, sentada de nuevo en el banco, respirando el aire fresco y estimulada por el olor de las flores, llama por el móvil; primero, a su padre y luego, a su jefe.  Les comunica que, por fin, ha decidido aceptar la oferta; ya está convencida.
Definitivamente, había decidido no mirar hacia atrás.  No seguiría esperando.


LA ENVIDIA NO TIENE CURA de Elvira Martín




Elena y Miriam eran dos amiguitas; ambas de siete años de edad.  Un día, estaban jugando en el jardín de la casa de Elena, cuando la mamá de ésta la llamó para vestirla, pues iban a ir a un cumpleaños. Cuando ya estuvo preparada, se dispuso a esperar con mucha ilusión a su amiguita para que viera su nuevo vestido.
-¿Te gusta?- le preguntó a Miriam al verla llegar, a lo que la niña contestó muy enfada:
-¡Estás feísima y el vestido te queda muy mal!
Elena entró a su casa con el asombro reflejado en su carita, mientras las lágrimas mojaban su vestido nuevo.  Despavorida, buscó a su abuela para preguntarle por qué Miriam le había respondido de aquella manera.  Sin duda, la niña estaba sufriendo su primer desengaño por una amistad.
La abuela le pregunto:
-¿Tú le hiciste algo?
-¡No!- respondió Elena, entre sollozos-  Yo solamente quería que me viera guapa pero, ella me despreció y se fue a jugar con otra amiga.
-Si tú la trataste bien y ella te contestó así, sin duda es que te vio guapísima y sintió un poco de envidia; no le pongas mucha atención.
Elena se quedó pensativa y, al rato, buscó a la abuela y le dijo:
-Abuela, ¿sabes una cosa?, que el problema no lo tengo yo, lo tiene Miriam, y el problema se llama envidia.
La abuela se quedó sin palabras y pensó que si los mayores tuviéramos esa facilidad para entender las cosas, se resolverían muchos problemas