martes, 18 de marzo de 2014

EVOCADORA de Dolores Fernández Cano.




La protagonista de este relato se llama Soledad; una señora de mirada serena y refinados modales. Ahora, en el apogeo de su madurez, reflexionando en la quietud de la tarde, fluyen como una película, los pensamientos a su memoria: escucha  las voces de sus mayores cuando le daban consejos, según ellos, para convertirse en una mujercita de su casa. Retumban en su mente tales cosas como: la ropa blanca, después de lavarla, hay que ponerla al sol; transcurridas unas horas se vuelve a lavar, para acto seguido secarla en el tendedero. Antes de plancharla, se rocía con agua fresca.
Soledad toma un respiro, para volver a escuchar la voz de su madre aconsejándola seriamente, píntate los labios, las uñas, resultarás más femenina, es tu obligación presumir. Cuidado con los zapatos, debes calzarlos muy limpios. No llegues tarde a casa, no es propio de una señorita.,

Aunque a Soledad no le gusta remar hacia atrás, reconoce haber aprendido que los clichés y prejuicios de su juventud, no resultaban penosos, sino más bien, una enseñanza, en beneficio de su propio ego.



AQUELLAS MONSERGAS de Mary Rancel.



Sermones variados para cada ocasión nunca me faltaron; cuando no los escuchaba, me sentía feliz.
Algunas de las arengas más recordadas son:
-Antes de  comer lávate las manos; en la mesa no te toques la cabeza, pueden caer pelos en el plato.
-Come con la boca cerrada, no sorbas la sopa ni tires migas al suelo, es de mala educación.
-Recoge tu cuarto antes de salir; no soy tu criada.
-No malgastes el tiempo en cosas sin importancia; estudia, es la mejor semilla para recoger buena cosecha y hacerte una persona de provecho.
-Con el tiempo me lo agradecerás.
-Nunca llegarás a nada si no haces las cosas como yo te digo.
-¡Sabía que iba a pasar! Si prestaras atención a mis recomendaciones…..
-Como sigas por ese camino, no aprenderás nunca a ser una buena ama de casa.
-Mientras estés bajo mi techo, harás lo que yo te diga.
-¡No hay explicaciones!, tienes que hacerlo porque yo lo digo y punto.
-¡Presta atención a lo que haces! Siempre estás pensando en las musarañas. Así te va.
-¡No te retrases ni un minuto!, si lo haces, la próxima semana no saldrás.
-Baila donde yo pueda verte, no te metas en el gentío.
-No hagas nada reprochable. ¡Que no me entere yo, que eres loa comidilla de nadie!.
-Cuando se encienda la luz te quiero en casa. No me vengas con excusas de lo que digan tus amigas. Sólo me importa lo que haces tú.
-Acuéstate temprano, no estés leyendo hasta las tantas.
-¿Mamá, donde está mi carpeta?: ¡Donde la dejaste!, no tiene patitas para moverse.
-Confieso que yo he repetido con mi hija, muchas de las coas que tanto me fastidiaba escuchar.





PRÍNCIPE AZUL de Paula Lugo.





Te escribo esta carta, mi príncipe azul, ¡tanto que soñé contigo!. Son tus ojos azules como el cielo, nunca me olvido de ti, ni de día ni de noche.
Hasta sueño que llegas a casa y me traes flores, ¿te acuerdas lo que trajiste? Los claveles con piojillo y yo me enfadé y me dijiste no te preocupes que los bichitos los cuidan más. Así que la próxima vez, escógelos. A la otra semana, me trajiste rosas rojas, casi negras, eran preciosas y también unos bombones, y lo que hacíamos era reírnos.
Hasta pronto, mi príncipe, ya te compraré un regalito, no creas que me olvido.





lunes, 17 de marzo de 2014

ESCENAS de Natividad Morín



Esta historia se desarrolla en los años 30. Era una mujer viuda con tres hijos, dos chicas y un chico, muy estricta en su educación; les enseñó en la honradez, el respeto, tal como la educaron a ella.
Tenía que ser  padre y madre a la vez y era una lucha, porque las chicas eran desobedientes y un poco rebeldes; estaban adelantadas a su tiempo.
El chico, un adolescente, era más dócil y tranquilo, por eso las hermanas le gastaban bromas algo pesadas. Ellas se reían, él salía llorando y la madre, enfadada, le gritaba:
- ¡Los hombres no lloran! ¡No le hagas caso a tus hermanas!.
Las chicas pedían permiso, si querían salir.
-¡Si van a salir, tienen que dejar la cama hecha y la loza fregada! –les decía su madre-
-¿Y Juanito? ¡él no hace su cama! ¿por qué nosotras se la tenemos que hacer? – rechistaba María que era la más contestona
-¡Porque son cosas de mujeres! –le decía su madre
Un día…
- ¡Mamá, tengo que decirte que me está pretendiendo un chico! –le dijo María
-¿Y quién es? ¿es trabajador y honrado?
- ¡Sí mamá, es muy bueno y me quiere! ¡Pues ten cuidado y date a respetar, que ningún vecino hable mal de ti, no quiero que tu nombre esté en boca de nadie y recuerda ¡con la cuchara que coges con esa comes! ¿Y tu hermana, no tiene novio?; es tan reservada… ¡espero que no se quede para vestir santos!.




JERGA de Carmen Margarita




Estaba en mi balcón cogiendo fresco y ví como, en la plaza, había unos niños jugando, al cuidado de sus madres. Me pongo a escucharlos:
-Rosi, deja la pelota, eso es juego de niños, Rosi, corre despacio pareces un niño.
Poco a poco, aquel guineo me fue transportando a mi ayer, cuando la jerga familiar me llovía a mí.
-Los zapatos tienen que estar muy limpios, las uñas cortas y limpias, no se dicen mentiras, hay que respetar a los mayores.
 Así fui creciendo, con esas jergas diarias y según yo crecía, ellas crecían conmigo.
-La ropa blanca se lava sola, cuida mucho el orden al poner la mesa, siéntate recta, no hagas ruido al caminar, los rincones de la casa tienen que estar muy limpios, la ropa ordenada…
Pasó el tiempo y me surgió, por circunstancias, apuntarme a un curso de protocolo. A los quince  minutos de estar oyendo al profesor, me tuve que levantar e irme; no soportaba la fatiga que me estaba dando aquella jerga protocolar.
Hay que ver lo que hace la constancia en el subconsciente porque esa misma jerga de familia es la que yo les enseñé a mis hijos.




BLANCA de Elda Díaz





Blanca era una niña de once años a quien la tía no podía meter por vereda. Ella le decía una cosa y la niña hacía lo que quería, pues no había manera de que entrara en razón. La sobrina  la traía de cabeza y como no tenía madre, ella quería que la niña fuera una señorita como Dios manda.

Parece, según cuentan, que una noche la niña soñó algo que no le gustó y cuando amaneció, Blanca se había transformado, había cambiado para bien, tanto que parecía otra persona. La tía le dio gracias a Dios porque aquel sueño resultó ser un milagro; esta niña iba a cambiar, empezó a estudiar y a traer buenas notas, no era la misma niña. Y todos tan contentos.


NO ES TAN DIFÍCIL SER FELIZ de Amalia Jorge Frías.

A mi querida amiga María Nieves Guadalupe (Q.E.P.D)
con quien tantas horas de charla compartí



Para ello, basta vivir contento con recursos moderados; buscar la elegancia más que el lujo y el buen gusto más que la moda.
Aspirar a ser respetable antes que a ser respetado, y acomodado antes que rico; estudiar con ahínco; pensar calladamente; hablar con cordura y proceder con franqueza; oír lo que dicen los niños y los ancianos, con el corazón abierto de par en par; soportarlo todo con valor; no precipitarse nunca; aguardar las oportunidades; sonreír siempre -nadie  es culpable de nuestras tristezas y a nadie debemos afligir con nuestros sinsabores–; la tristeza es una cualidad negativa y, ante la vida y ante los demás, hemos de mostrarnos siempre en actitud positiva. No hemos de ser optimistas porque todo ”va bien” sino para que todo “vaya bien”. No es lo mismo decir “ya tengo setenta años” que decir “sólo tengo setenta años”.

El rostro sonriente es como una fórmula mágica que lo consigue todo y domina todas las situaciones, mostrar el semblante jovial. Éste es el primer paso para recorrer el camino de la felicidad. Y amar mucho, cuanto más interés pongamos en amar lo que nos rodea, más felices seremos nosotros.


GUINEOS de Candelaria Díaz




Estos guineos son, han sido y serán de todos los tiempos; repetidos sobre todo por las mamás y las abuelas. Antes, cuando llegabas a la pubertad, se disparaban, por lo rancio de la época y los prejuicios arraigados nos machacaban: ¡a las nueve en casa, fundamento! y todo por el qué dirán. Nos comieron el coco y nos convirtieron en unas reprimidas. Mejor sólo un novio y de blanco puro; total que llegábamos al matrimonio más bobas que una cáscara de plátano, todo por el qué dirán. Decía mi abuela, ¡el agua que se derrama en la tierra no se puede recoger! ¡sálvenos Dios de las malas lenguas!.



EL CHICO de Edelmira Linares





Mañana mismo vas y te matriculas en la autoescuela. Quiero que vayas a clase, mínimo, cuatro días a la semana. Y el resto, haces los test en casa.
Eso sí, debes prestar mucha atención al profesor y sus explicaciones, para que no se dé cuenta de lo torpe que eres. Nunca mastiques chicle en clase, que no se te olvide nunca el bolígrafo y la carpeta, vete con ropa cómoda para que estés a gusto y no te olvides de traer la tarea para repasarla.
Tú, asiente a todo y pregunta sólo cuando realmente  no hayas entendido nada, más que nada para que no se den cuenta de tu gran torpeza.
Con suerte, en dos o tres meses aprobarás la teórica y podrás empezar a hacer las prácticas. Lo malo es que ahí será cuando empiecen los problemas, porque con lo torpe que eres, no sé cómo harás para aprender.
Me imagino que entre el profesor y yo te daremos clases prácticas; rezaré para que lo consigas.
Pero una cosa te digo, no te desanimes y si no lo puedes a la primera, vuelve a intentarlo hasta lograrlo, todo es cuestión de tesón, y cuando se es como tú, tienes que echarle mucho.
-“¿A qué autoescuela iré?”

No me digas que, después de todo lo que te he dicho y lo mucho que me sacrifico por ti, al final… ¿eres  torpe hasta para tomar decisiones?.


EL SORDO de Luisa Delgado Bello


Repasando los escritos de cuando empezamos las clases, me encontré uno de los relatos que, en esa época, casi nunca entregaba a la profe, porque tenía pudor de leer lo que escribía.
Pero, hoy le voy a hacer un homenaje a mi hermano, porque está dedicado a él, y lo compartiré con todos ustedes.
Allá por los años 50, por el tiempo en que los higos picos estaban maduros, se usaba en los pueblos del sur, ir  a las fincas donde se hacía la recolección, para ponerlos a pasar.
Yo recuerdo que  toda la familia iba a la zafra, y recogíamos los higos picos entre todos, y a medida que lo hacíamos, formábamos unos grandes montones debajo de la higuera. Luego, nos sentábamos todos alrededor para empezar a pelarlos, para después ponerlos al sol (esto después de pasados son los llamados higos porretas).
Cuando empezó a pelarlos, mi hermano le preguntó a mi padre cuántos se necesitaban para después de pasados reunir veinte quilos.  Él le contestó que cinco cestas de veinte quilos  cada una.  Al escuchar la respuesta, mi hermano se levantó, exclamando que por esa cantidad no pelaba más higos, tiró el cuchillo y desapareció.
Cuando todos regresamos a casa, él estaba acostado en su cama mirando el techo. Mi padre le recriminó su actitud.
-Te llamé un montón de veces y no me contestaste –le dijo.
-Padre, para pelar higos yo estoy sordo total –fue su respuesta.
Hace unos días, me llamó mi hermano de Venezuela para decirme que había leído mi narración de la boda y que le había gustado  mucho.  Entonces, le comenté que tenía una tarea para escribir sobre un sordo, él enseguida me dijo:
-¿No te acuerdas cuando salí corriendo de la Capellanía para no pelar más higos y le dije a padre, cuando me llamó, que estaba sordo total? Pues, haz un comentario sobre eso y recuerda toda la historia.
Ésta es una de las anécdotas divertidas que me hizo recordar mi hermano. Es tal y como lo cuento.

CHICA de Teresa Jiménez




Casi todo lo que ha escrito Jamaica Kincaid se vivió antes  y después de que ella naciera, cuando a las niñas se les estaba todo prohibido; casi hasta mirarse al espejo. Todo eran obligaciones; raro era la que no cocía algo, aunque es verdad que yo he conocido  mujeres mayores, de esa generación, que no saben pegar un botón y pagan para subir un vuelto.
Con aquella educación tan estricta, raro era que te convirtieras en una guarra –tal como reza en su relato Chica –y   panaderos así como los que ella nombra,  los había también; aquellos que meten las manos en todas partes: por eso se entiende que no quisieran  que tocaran el pan.
 En fin, que  la de la chica del relato de Jamaica Kindcaid que leímos en clase fue una generación muy castigada, lo mismo que la nuestra, pero muchas –casi todas –lo  superamos y no nos convertimos en unas guarras, gracias a Dios.




CARTA A DON JUAN TENORIO de Dolores Fernández Cano





Por medio de la presente, me dirijo a Ud., allá donde se encuentre, para reprocharle algunos detallitos de su escabrosa vida. Su fama de galanteador traspasó fronteras, debido a otro hombre llamado Tirso de Molina, quien creó su figura.
Vuestra merced resultó ser un redomado machista, presumido, engreído, así como un gran embaucador para las mujeres de su época.  Conseguía seducirlas, a base de zalamerías, hasta caer rendidas a sus pies.  Por ser inexpertas en el juego del amor, se creían todas sus patrañas.  Entre ellas, se encontraba la dulce e inocente doña Inés, deseosa de que algún hombre la amara.
No poseía escrúpulos, arropado por los de su entorno, que aprovechaban sus correrías para introducirse en su particular mundo.

Deduzco que, si viviera en el actual siglo XXI, no se comería una rosca, pues afortunadamente los tiempos han cambiado.  A esta feminista solamente le resta, desde el fondo de su corazón, desearle un plácido descanso.


CARTA A CAPERUCITA de Lucía Hernández


Querida  amiga Caperucita:
Siento gran alegría al dirigirme a ti, porque aunque no te conozca personalmente, he leído mucho tus historias y de este modo he podido conocer tus grandes virtudes.
He sentido gran admiración al leer sobre ti; eres una persona inteligente, guapita y todo lo quieras, sí, pero…, Caperucita, tengo que decirte que tu mamá te envió a llevar pasteles a tu abuelita, te advirtió que fueses deprisa porque te podías encontrar con el lobo, ¿por qué la desobedeciste y te fuiste a coger flores?  Tu abuelita estaba muy malita y no necesitaba flores, sino los pastelitos y tu compañía.  ¿Qué pasó?  El lobo era muy astuto y ya ves de la forma en que te engañó.
Cuando llegaste a casa de tu abuelita y viste la puerta abierta, claro que no imaginaste nada de lo que pasaba, pero al ver aquella figura en la cama, tan fea, con aquellos dientes y aquellas orejas tan grandes, tu alma tuvo que irse a los pies, pero bueno… siempre hay un Dios que nos protege.  Mandó a un cazador por esas tierras a quien también causó curiosidad ver aquella casita con la puerta abierta y ¡qué sorpresa se llevó al encontrarse con aquel panorama!  El lobo, que era muy glotón y tenía hambre, devoró a la abuelita, a ti y se quedó a reventar, pero el cazador que era una persona que sabía muy bien lo que hacía, le disparó un tiro, lo mató y con un cuchillo le abrió la barriga para sacarte a ti y a tu abuelita.
El cazador, muy contento, les invitó a un baile, no sé si tú te acordarás, pero aquella noche tú y el cazador bailaron mucho juntos.
Tu madre se disgustó mucho cuando el cazador le contó lo que había pasado pero después pensó que tal vez la historia tenía un final muy bonito y todos quedaron contentos.
Yo quiero ser tu amiga, Caperucita, te envío un fuerte abrazo y que sepas que cuantas con esta amiga que te recuerda con mucho cariño.

Lucía


ESCAPA COMO PUEDAS de Antidia Iraida



La frente curtida por el sol, las manos rudas con callos; aparentemente parece que nada te puede derrumbar, pero los años pasan y todo sigue igual aunque con una arruga más en el alma, cada vez.  Tu mirada va del saliente al poniente, día a día; del cielo a la tierra, mientras tratas de que uno sea mejor que el anterior, sacándole provecho al trabajo porque de él depende el sustento de su familia.  Siempre pendiente de si hay sol, si hay lluvia, viento porque todo ello puede hacer que un año sea bueno o sea malo.  Nada te puede proteger, salvo la suerte de que cada estación venga con su justa medida.  No has terminado aún; todavía te queda la otra parte, que es tan dura como la primera: la lucha contra el intermediario; el que menos trabaja y él más que se lleva.  Al final, puestos a sacar cuentas, entre unas cosas y otras, apenas te quedarán dos duros y… vuelta a empezar.  A dejarte la piel y el alma en el día a día, porque tienes que escapar como puedas, aunque nadie valore tu trabajo.   Si todos nosotros fuéramos conscientes del esfuerzo que haces para que los demás disfrutemos de los manjares que llegan al supermercado, seguro que trabajarías con más alegría, tú y todos los que trabajan la tierra.  Desde aquí, mi reconocimiento para todos ustedes.




DRÁCULA de Natividad Morín




Señor Conde:
Le escribo esta carta para que me saque de dudas.  No creo yo que usted muerda a las mujeres en el cuello para chuparle la sangre, como dicen.  Pienso que tiene que haber algún truco, porque ¿sabe usted que es un peligro beber la sangre sin analizarla? ¡Podría contagiarse de muchas enfermedades!.  Seguro que padece de alguna dolencia; por eso está tan pálido.  Puede ser una enfermedad rara o…tal vez, en el fondo sea usted tan tímido que solo se atreve a salir por las noches.  Tengo que advertirle que sea muy prudente porque en la noche hay mucha corrupción.
Como usted liga tanto, es por eso que puede disponer de ese preciado líquido, pero si me permite, le doy un consejo.  Lo mejor es que haga un cambio, vaya al dentista para que le limen esos colmillos tan desagradables.  Salga todos los días un ratito para tomar el sol y como por Transilvania no gozan de tantas visitas de ese astro tan calentito, se viene usted para Tenerife que aquí está don Sol siempre y, de paso, puede traerse también a sus paisanos para que hagan turismo.  Ah, se me olvidaba decirle que además de sol, aquí hay ¡muchas chicas guapas!
Hasta nunca, cuídese.




DERECHO A PERNADA de Candelaria Díaz




A finales del siglo diecinueve y a principios del veinte, el derecho a pernada era consentido, sobre todo en las zonas rurales, donde el terrateniente de turno era el dueño del pueblo donde convivían el amo, en una casona, y los siervos, en unas cuevas o chamizos.
El matrimonio de Manuel y Prudencia vivía en una cueva con sus siete hijos.  María, la mayor con dieciséis años, era lozana como una flor en primavera y el amo, que ya le había echado el ojo, un día mandó a llamar a Manuel.  Cuando lo tuve enfrente, le ordenó que al anochecer, mandara a María al cuarto de aperos.  El pobre hombre bajó la cabeza y hundió los hombros y así caminó hasta su casa.  Al llegar, llamó a su mujer y a María y les contó la orden del amo.
-Lo siento, hija.  Si no lo haces, nos echa y moriremos todos de hambre.
La niña comprendió; agachó la cabeza y salió afuera, mientras la madre lloraba con amargura. 
María emprendió el camino, al encuentro del amo.  Entró en el cuarto y se sentó sobre un saco de millo.  Pronto se oyó el trote de un caballo.  Se abrió la puerta con fuerza y, algo más tarde, tras un portazo, salió don Elicio, ese era su nombre, que se alejó del lugar a todo galope.  Al rato, salió María con lágrimas de dolor y, arrastrando los pies, llegó a su casa.  Su madre la abrazó con cariño y, sin mediar palabra, la joven se fue a su catre.
A la mañana siguiente, la madre salió camino de la iglesia del pueblo, para hablar con el señor cura.  Le contó lo ocurrido, rogándole que saque a María de allí, pues no aguantaría otra vez.  El cura se indignó y le indicó que preparara a la niña, que al amanecer la llevaría a servir La Laguna, a una casa cristiana.  Así fue. María salió de su casa con un hatillo de ropa, una pelota de gofio y un puñado de higos pasados.
Pasó el tiempo y la barriga creció.  Cuando llegó el día y dio a luz, el señor de la casa donde servía le dijo que había tenido un niño muerto.  El amo la consoló, pero sus ojos eran todo pena y resignación.


 Continuará…