Crispín se dio cuenta de que ya los vecinos no mandaban
tantas cartas como antes, ¿por qué sería?, con lo que bien que se lo pasaba él
leyendo los escritos: secretos de amores, desamores, adulterio…Sí, ya sé que
soy un chismoso –se decía– pero era tan aburrido ser un buzón y aquella era la
única forma de pasar algún momento divertido.
Si los vecinos supieran que él conocía sus secretos, seguro que lo
denunciarían, pero pensándolo bien, ¡eso es una locura!; ¿cómo se puede
denunciar a un buzón que no tiene vida?, él sólo era una cosa redonda, de
cemento amarillo con una puerta pequeña y una ranura para meter las cartas.
Un día, Crispín salió de dudas; gracias a una chica que colocó
en él una carta, se enteró que la culpa la tenía internet, el móvil con su
whatsapp, ¡qué rabia!, ¿por qué lo habrán inventado? ¡con lo bonito que es
escribir y contar sus cosas…y de paso, él podía enterarse de todo.
No se dan cuenta de que mandar cartas es más barato y así
practican la escritura, ¡qué pena!, de ahora en adelante todo será distinto, y
Crispín se volverá un buzón triste y aburrido.