Pensó que si colgaba la
herradura , algo extraordinario sucedería.
Manolín se la había encontrado cuando jugaba en el parque. Se hallaba entre las flores, brillaba con
esplendor. Sin dudarlo la cogió pues
sabía, por lo que cuentan, que representa la buena suerte. La colgaría en la puerta de su casa para que
volvieran las espléndidas relaciones.
Últimamente sus padres discutían mucho y él no lo soportaba. Sí, no había más que decir, distraídamente echó
una mirada a su alrededor para observar que nadie lo vigilaba. Con disimulo, la guardó en el bolsillo
izquierdo de su pantalón y, rápidamente emprendió el camino hacia su casa,
rebosante de alegría…
miércoles, 3 de diciembre de 2014
LA HERRADURA Dolores Fernández Cano
SUPERSTICIONES DÍA DE SAN JUAN Edelmira Linares
Aunque son creencias contrarias a la razón, desde tiempos
inmemorables nos acompañan.
En mi más tierna infancia, la víspera del día de San Juan
tirábamos tres papas bajo la cama; una pelada, otra a medio pelar y la última
peluda. Al amanecer el día 24, a tientas
cogíamos una al azar y dependiendo cuál fuera la escogida, así sería tu
supuesto marido. Como esta costumbre,
había cientos pero para no aburrir sólo una les voy a relatar.
Se decía que el nombre de la primera persona que vieras
pasar en la mañana, así se llamaría el hombre que con quien te casarías. ¡Cómo
se nota que todos nos conocíamos!. Una
vecina algo presumida y con aires de grandeza, cuando se asomó a la ventana el
día en cuestión, vio pasar a un trabajador con sus enseres a cuesta. Al preguntarle la madre ¿a quién viste
pasar?, ella respondió ¡bah, el cuartillo ese de mierda!, será que iba a
trabajar. Ese era el apodo por el que era conocido aquel hombre.
Pasaron unos años y esta chica aún seguía soltera y ya
estaba preocupada pues se le iba a pasar el arroz. De modo que, cuando aquel hombre regresó viudo
de Venezuela, a donde había emigrado, le tiró los tejos y, ¡cómo son las cosas
del destino!, se casaron finalmente. No
sé si fue por dinero, porque estaba escrito o porque San Juan así se lo
avisó. Lo que sí sé es que así sucedió.
ROMPIENDO CON LA SUPERSTICIÓN Amalia Jorge Frías
El colegio donde yo estudié hasta que cumplí los diez años
se llamaba Santa Teresita del Niño Jesús y estaba situado cerca de la Plaza
Weyler en la calle Robaina. En esa época
no existía el transporte escolar y usábamos los medios que estaban a nuestro
alcance; el mío era la guagua que iba hasta Ballester. La ida y vuelta costaba una peseta. Mi madre se la daba a unas chicas mayores que
cogían la misma ruta, para que me llevaran.
Eran dos hermanas y me sentaban en sus rodillas para así quedarse con la
peseta que, entonces, era dinero.
Un día de invierno, subiendo por la avenida de General Mola,
a la altura del Cine Tenerife, la guagua se averió, mientras llovía torrencialmente. Todos los pasajeros tuvimos que bajar. Yo, sin ver ni esperar a las niñas a quien mi
madre me había confiado, empecé a caminar sin tener en cuenta el palo de agua
que caía; entonces no lo llamaban tormenta, ya que en aquellos inviernos era
habitual que lloviera con tanta fuerza.
Cuando faltaba poco para llegar a mi casa, una señora que me
conocía, se compadeció al verme totalmente empapada y me prestó un
paraguas. La puerta de mi casa estaba
abierta y yo entré corriendo sin soltarlo.
Teníamos los dos tanta agua encima que parecía que una nube había
entrado conmigo. Mi madre, al verme, lo
primero que dijo fue ¡como vienes! y ¡cierra el paraguas que trae mala
suerte!. Yo lo lancé al suelo abierto
del todo. Mi madre, sin parar de secarme
y de cambiarme de ropa, no dejaba de lamentar y repetir que alguna desgracia
grande nos iba a pasar por haber entrado a la casa con el paraguas abierto. Yo pensaba, mientras la oía, que lo único
bueno que había tenido ese día era que me prestaran el paraguas; ¿cómo nos iba
a pasar nada malo?. Y, en realidad, nada
nos pasó. Este suceso sirvió para que mi
madre perdiera el miedo y para que yo jamás lo haya tenido.
Siempre he pensado que son historias del pasado más antiguas
aún que la que yo hoy he contado, que se remonta a 1950, y a las cuales no hay
que prestarles atención.
¿SUPERSTICIÓN? Candelaria Bacallado
De pequeña, escuché relatos sobre la noche de San Juan que
me impactaron. Existía la creencia de que
esa noche mágica si se ponía un recipiente lleno de agua al sereno de la noche
y a la mañana siguiente se miraba en el agua, aquel que no viera su rostro
reflejado, moriría ese año.
Había una joven en el pueblo que, junto a sus primos, esa
noche siguió el ritual del agua. A la
mañana siguiente salió en busca del recipiente para mirarse en el agua pero…¡no
vio su rostro!.
Ese mismo año, enfermó de tuberculosis y murió. A veces no se sabe si las creencias son supersticiones
o premoniciones.
ELLA, EL MARTES Y EL 13 Mary Rancel
Ella, que nació en martes y 13, nunca ha creído en eso que
se comenta de que es augurio de mala suerte.
Le consta que es solo una superstición.
Siempre se ha considerado una persona afortunada, con sus altos y bajos –como
la mayoría de la gente–. ¿Qué no le ha
tocado la lotería?, es cierto, pero… no descarta que algún día pueda ocurrirle. Ella, afirma que no es supersticiosa, aunque
a pesar de todo, como los gallegos, dice “no creo en las brujas pero, haberlas
haylas”.
Piensa
que el 13 es un número como otro cualquiera, hasta lo considera bonito. Le
parece elegante y con cierta gracia. Del
1 manifiesta que posee distinción; está delgado, erguido y tiene aires de galán
de película. En cuanto al 3, lo cree
simpático, efusivo, un poquito rechoncho y con aspecto de buenazo. Respecto del martes, opina que es el día que
marca la pauta para llegar al ecuador de la semana y que eso tiene su
importancia.
Ella desea que el estigma de martes y 13 desaparezca, que
sea desmitificado y se vea con la misma normalidad de cualquier otro número y
día de la semana.
TOCO MADERA Elda Díaz
Yo no creo en las
supersticiones pero…, por miedo a que los planes se trunquen, toco madera y si
no la tengo cerca, me tocó la cabeza que la mía es de buen roble. ¡Toc,
toc!. Y eso que no creo, que si creyera…
martes, 2 de diciembre de 2014
EL SOMBRERO Natividad Morín
Allí estaba aquel
sombrero de ala ancha que un día había pertenecido a un hombre honrado, trabajador
y muy querido por sus hijos y nietos. Estos últimos lo recuerdan con mucho
cariño, cuando les contaban cuentos e historias de su vida. Rememoran como le quitaban el sombrero que siempre
llevaba puesto. El abuelo les regañaba
cuando los niños lo ponían encima de la cama.
Ellos sabían que a él no le gustaba que lo colocaran allí, porque decía
que eso daba mala suerte. ¡Cuántos
recuerdos vinieron a la mente al ver aquel sombrero!
DERRAMAR LA SAL Luisa Delgado Bello
Marta gritó despavorida
cuando el tarro de sal se le cayó al suelo.
Su madre siempre le había dicho que derramar sal era un presagio de mala
suerte y que si eso le ocurría, no se casaría nunca. Esa superstición ha sido transmitida de madres
a hijas y Marta cree en ella a pies juntillas, así que le contaré lo que mi
madre nos decía, aquello de que si se nos caía la sal, tirásemos un vaso de
agua al patio y así se anulaba la mala suerte.
No es que yo crea mucho en eso, pero a pesar de todo, cada vez que me
pasa, hago lo que decía mi madre, por si acaso…¿me escuchas, Marta?
LA VIDA CAMBIA Antidia Iraida
La vida es así. Aquella era una frase que se decía siempre,
pero por fortuna cada día es menos cierta; hoy se planifican nacimientos y
hasta la hora de la muerte es posible hacerlo algunas veces, también. Gracias a la ciencia y sus últimos adelantos,
todo puede cambiar. Cuando los motores de nuestro cuerpo fallan, otros dejan
repuestos para que podamos seguir adelante.
Nos ponemos en manos de otros seres a quienes la vida les ha dotado de
habilidades para que puedan llevar a cabo tales recambios. Al igual que la hora de nacer, todo es
posible ser programado; la ciencia tiene la solución para casi todo. Bienvenidos al cambio, dejemos atrás la frase
en cuestión; esa que decía: la vida es así.
SOÑADO TRÉBOL DE CUATRO HOJAS Candelaria Díaz
Según la leyenda, cuando echaron a Eva del paraíso, se llevó
un trébol de cuatro hojas; por eso, desde entonces, se cree que da buena
suerte. Eso es una utopía; ¡qué absurdo
lo de la buena suerte!, a la pobre le pusieron la nota más alta en el pecado: a vagar por la tierra, un hijo malo
que le mató al bueno, luego le nació otro bondadoso, de ahí que medio mundo sea
bueno y el otro medio, malo.
Yo tengo un trébol de cuatro hojas y si creo en eso, puede
que me saque el gordo de la lotería con un décimo que le compré a un gato
negro.
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